Opinión | Nobel de Literatura
De la frase infinita al plano secuencia: Krasznahorkai y Béla Tarr, algo más que almas gemelas
Novelista y cineasta han colaborado en varias ocasiones, dando obras cumbre como ‘Sátántangó’ y ‘El caballo de Turín’.

Una escena de 'Armonías de Werckmeister', con guion de Krasznahorkai y realizacion de Tarr. / EPC
Escribía László Krasznahorkai, merecidísimo Premio Nobel de Literatura, en su novela de 2003 ‘Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río’, un hermoso viaje literario al Japón: “No encontró la puerta allí donde la había supuesto. Cuando tomó conciencia de haber entrado, ya llevaba un rato dentro”. Esta frase define bien la obra rica en descripciones y sugerencias, a la vez que subterránea y compleja, de un escritor editado en nuestro país por Acantilado con traducciones de Adam Kovacsics.
Su prosa posmodernista, melancólica y fantasiosa casa a la perfección con las imágenes creadas por el gran cineasta húngaro de su tiempo, Béla Tarr. Krasznahorkai nació en 1954. Tarr lo hizo en 1955. Empezaron a colaborar en ‘La condena’, película de 1988 ambientada en una ciudad minera en la que los personajes sobreviven como pueden. Era el quinto filme de Tarr. Ninguno de los que hizo continuación prescindieron de la escritura de Krasznahorkai.
Fue entrar en contacto, poner en conflicto o en armonía sus ideas e identificarse plenamente hasta el punto de que la personalidad de uno llega a confundirse con la de otro. Las novelas de Krasznahorkai se alimentan del cine de Tarr del mismo modo que las películas de este son como son gracias en parte a los guiones del literato. La obra cumbre de Tarr, ‘Sátántangó’ (1994), un ejercicio hipnótico y abismal de 450 minutos de duración que retrata la vida en una granja colectiva en la Hungría poscomunista desde diversos puntos de vista, no solo se basa en una novela de Krasznahorkai, sino que lo tiene a él como coguionista para separar, partir, eliminar y modificar todo aquello que funciona en un libro y no lo hace tan bien en una película.
Esa ha sido siempre la comunión entre ambos creadores, saber en que terreno se mueven y diferenciar un lenguaje de otro. Otra de las obras cumbre del director, ‘Armonías de Weckmeister’ (2000), tan influyente en otros realizadores –Gus van Sant la vio y cambio de perspectiva en su filmografía, rodando bajo su influjo la metronómica ‘Gerry’ dos años después–, se basó igualmente en una novela de Krasznahorkai.
¿Cómo separar a uno de otro? No solo eso. Tarr recurrió a su laureado compinche literario para llevar a su terreno la novela de Georges Simenon en la hipnótica ‘El hombre de Londres’ (2007), y en su anunciada despedida del cine, al menos en formato largometraje, ‘El caballo de Turín’ (2011), Tarr volvió a recurrir a los servicios de Krasznahorkai como el guionista que mejor ha entendido el lenguaje de las imágenes, los sonidos y las pausas que practica el cineasta húngaro.
No debe ser fácil escribir para Tarr. Es difícil, sin duda, transcribir en imágenes en movimiento las historias de Krasznahorkai. No es de extrañar, en este sentido, que la parte más importante de la obra del cineasta esté asociada al escritor del mismo modo que puede entenderse que el recién Premio Nobel no haya escrito guiones para ningún otro director. Algo más que almas gemelas.
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