Música
Rusowsky, joder: un Madrid en trance se arrodilla ante la revelación musical del año
La última sensación entre los Z colapsa el Movistar Arena con un cancionero ecléctico, pero rebosante de autenticidad

Rusowsky, en un Movistar Arena de Madrid hasta los topes. / Ricardo Rubio
Suena increíble. Cuando Rusowsky empezó a componer sus primeras canciones en los confines de su habitación, jamás imaginó llenar el Movistar Arena en cinco años. Entonces, lo hacía como desahogo personal. A veces, incluso, era un entretenimiento para su mente avispada y creativa. Empezó a sacar todo lo que había ahí dentro y, de repente, casi al instante, su música caló. Lo hizo con tanta fuerza que, bajo el brazo de Rusia IDK, el colectivo que impulsó a Ralphie Choo, no ha tenido tiempo casi de saborear la miel. Anoche, frente a un Madrid efervescente, al unísono, coronó aquellos temas que nacieron desde la más absoluta inocencia.
Es la última sensación entre los Z. De hecho, por su reacción, podría decirse que este concierto fue el evento más vibrante del año para ellos. Abarrotaron la pista y las gradas hace meses y, este jueves, con todo el papel vendido, paladearon cada una de las palabras que Rusowsky cantó. Desde que arrancó con Johnny Glamour, no pararon. Es cierto que su voz resulta demasiado agria en ocasiones, pero esto no debe llevar a confusión: tras esa aparente acidez se esconde una garra con tanto sello que, en un mercado salpicado de perfiles similares, ojito, le ha permitido distinguirse. Habla del amor, la soledad y la calma con una naturalidad que lo vuelve magnético.
“Es un día especial. Vamos a cantarlo todo, deseo que os guste. Estamos teniendo un problema técnico, vaya comienzo de puta madre”, bromeó Rusowsky, cuyo nombre artístico procede del apodo Rus y el apellido Wazowski del protagonista de Monstruos S.A. Su pasión por la música se la inculcó pronto su madre, una artista bielorrusa que le enseñó sus primeras nociones de solfeo. Hoy, a sus 26, tras pasar por el conservatorio, domina el piano y la guitarra. Ahora bien, el ordenador se ha convertido en su gran aliado a la hora de escribir. Los temas que tocó anoche surgieron sin grandes medios tecnológicos a su alcance. Sin embargo, sonaron imbatibles al pasar por el filtro de su banda.
En el trance que desató hubo hueco para el techno, el reguetón y el pop. Es difícil ponerle una sola etiqueta. No obstante, un eco nostálgico muy potente empapa su ecléctico estilo: es su seña de identidad, un tintineo vaporoso que pone en valor una personalidad en proceso infinito de construcción. Adora explorar y, por tanto, chico listo, no se limita a las últimas tendencias. Quizá, por ello, esté llegando a tantísima gente. Daisy, su primer álbum, es la prueba fehaciente de este fenómeno: cada uno de los cortes que lo conforman tiene su propio carácter, sin límites, repleto de matices. Por momentos, en inglés. Otros, en español. Pero siempre, siempre, siempre auténticos.
Particular fragilidad
Rusowsky es, posiblemente, dada su trayectoria, uno de los artistas más coherentes de su generación. Sobre el escenario, huyó de las apariencias. Se limitó a sentir, convirtiendo los acordes en emociones. Tal es el furor que desata que, a día de hoy, cuenta con más de seis millones de oyentes mensuales en Spotify. Y subiendo. Pues raro sería que los acompañantes que, casi por obligación, incluidos padres y madres, acudieron a la cita no se sumaran a la ola. Sobre todo, por culpa de canciones que ya forman parte del imaginario colectivo: Altagama, Pink+Pink y Malibu. Desde los márgenes ha levantado una carrera a fuego lento donde la prioridad es conectar.
Aunque el sonido no fue el mejor, le bastaron pocos versos para que el público se contagiara por la algarabía que armó. Cámaras al aire, por supuesto. Todo bien inmortalizado para que, en las próximas semanas, obvio, su prole lo reviva hasta la extenuación. “A bailar, venga”, repitió a lo largo de una velada que contó con la presencia de Tristán, La Zowi, Ralphie Choo, Las Ketchup y Latin Mafia. Aunque no tiene una personalidad abrumadora, lo suplió con su particular fragilidad. Se mostró transparente, orgulloso de las experiencias que relata en sus letras. Sintiendo cada una de las notas que, poco a poco, fueron atrincherándose en su garganta. Hubo verdad. Motivo más que suficiente para que perdure en el firmamento. Rusowsky, joder.
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