La caja de resonancia
¿De qué hablamos hoy cuando hablamos de música?
La conversación sobre la ansiedad para comprar entradas, las cifras récord de estadios vendidos y la proyección social en las redes suple a la estrictamente musical en un tiempo en que no hay un único género que resuma la realidad

Billie Eilish en la última edición de los Grammy. / ALLISON DINNER / EFE

¿Se acuerdan de cuándo un estilo de música definía los tiempos? Por no ir más atrás, hubo unos años de grunge, otros de Britpop, luego entró el techno… Podían solaparse tendencias, pero los ciclos eran identificables. Estas últimas temporadas hemos hablado mucho de reguetón, pero no es un género que por sí solo lo explique todo: nada tienen que ver con él ni Taylor Swift, ni The Weeknd, ni Billie Eilish, ni el k-pop, ni la vuelta de las bandas de guitarras. ¡Ni siquiera existe ya una única e identificable canción del verano!
La conversación que hoy acompaña a la música no apunta tanto a qué géneros dominan sino al modo en el que nos relacionamos con ella. En el directo, la pauta ha dado un vuelco: hoy, un adolescente identifica el concierto con un gran recinto y una celebración de la idea de éxito, con tocar ese flujo colectivo, y la identificación total con el artista (conseguir la entrada, y pagarla, ha costado dios y ayuda), y mostrar eso en las redes. Tal vez haya narcisismo ahí, pero también la necesidad desesperada de formar parte de algo real y colectivo en un tiempo en que todo cambia con rapidez, pocas cosas parecen sólidas y una palabra tan antipática como ‘incertidumbre’ salpica la esfera mediática.
Eso ocurre al mismo tiempo en que los géneros musicales tienden a desdibujarse. Se imponen los artefactos híbridos, allá donde la canción pop deja que se cuele un ‘beat’ de reguetón, o una aparatosa trama de hyperpop, o un gancho de dembow, o de funk carioca, o de ‘disco music’. Tampoco el reguetón es lo que era: la nueva latinidad rescata la bachata, el merengue, la cumbia, la salsa, la plena puertorriqueña, como vemos con Bad Bunny o Karol G. El k-pop fue la avanzadilla de ese ‘crossover’ en el que pueden convivir señales muy dispersas incluso en una misma canción.
Hablar de música se ha hecho más borroso: la unidad que hasta ahora hemos utilizado para entendernos, el género musical, no invoca tanto tu lugar en el mundo, porque ahora eres infiel y no te debes a una única categoría, y examinar las mezclas y las hibridaciones es cosa de analistas y musicólogos. Las plataformas etiquetan las canciones a partir de estados emocionales y no de estilos. Pesa menos la identificación con los lenguajes sonoros, suplida por los episodios vivenciales. Mandan las emociones y eso puede hacernos pensar que ya no estamos hablando de música, sino de otra cosa, pero es lo que ocurre cuando algo gusta tanto que está en todas partes: no se puede pretender que sea a la vez universal y puro.
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