Teatro a pie de calle
El Grec toma la calle: Teatres de Campanya enciende Arc de Triomf en una ceremonia desquiciada con 300 participantes

Marc Salicrú desata un espectáculo caótico con más de 300 personas en el Arc de Triomf / Manu Mitru


Manuel Pérez i Muñoz
Manuel Pérez i MuñozPeriodista.
¿Se puede explicar el caos? Anoche, bajo la silueta de cartón piedra del Arc de Triomf humeante, algo casi indescifrable desbordó la ciudad. Una vibración visual y sonora sacudió la rutina barcelonesa, como si el espacio público reclamara su verdadero potencial opuesto a la imagen de postal. El proyecto Teatres de Campanya ha venido a sublevar el marco acobardado y burocrático de los espectáculos de calle. Se trata de una propuesta híbrida y colectiva ideada por Marc Salicrú dentro del Festival Grec –hoy domingo, segundo pase– con un título, Interferencia 02, y un largo subtítulo que suena a acertijo. El misterio cobró la forma de un ceremonial muy urbano y, al mismo tiempo, familiarmente ancestral.
Ya antes de las ocho y media, el paseo de Lluís Companys se transformó en un ir y venir de operarios enloquecidos vestidos todos con el típico chaleco de trabajo fluorescente. La pieza –o la acción, o el concierto expandido, o el estallido performativo– arrancó sin aviso preciso, como un cortocircuito fortuito de alguna de las muchas obras de la ciudad. Tras unos largos minutos entre antenas, martilleo y chispazos, una explosión –pirotecnia sí, que las mascotas los perdonen– liberó un miasma en forma de criatura inflable gigante, oscuro cuerpo expiatorio que acabó por atraer un ejército de figurantes imposibles.
Para desconcierto del numeroso público –en su mayoría gente que pasaba por allí por casualidad–, en la segunda mitad irrumpió un desquiciado seguici con estandartes de mobiliario urbano y escolta policial. Entre los presentes, se pudo distinguir a Peret y Marieta, los gigantes del Casc Antic, al ninot de Sidamon transportado en procesión, a la poeta underground Núria Martínez Vernis que acabó subida en una grúa recitando una homilía ininteligible, y así hasta llegar a más de trescientos participantes. Gaita, flabiol, tambores, bandas de música, corales; la multitud participa de un rugir en el que se mezclan hasta desdibujarse la solemnidad de La santa espina y la festividad desencajada del pasodoble Amparito Roca. Patum, corpus, fallas, matsuris japoneses, todos los ecos caben en un solo clamor que duró apenas una hora. Marc Salicrú, iluminador iluminado y ahora demiurgo de la anarquía folclórica, ha sabido conectar con la mejor tradición de nuestro teatro de calle –La Fura dels Baus, Comediants, Carles Santos– y llevarla un paso más allá, fundiendo desmadre y liturgia en una explosión sensorial de primera magnitud.
Un turista desconcertado preguntó si era una protesta y, en cierto modo, lo es: contra la linealidad, contra la programación aséptica, contra la muerte en vida del espacio público. Como en un cortejo lisérgico, las “Brigades de Confusió Populars” activaron algo telúrico y desquiciado. Cuando al final el gran altar con todos los oficiantes entona su último himno –con un cantante sorpresa–, el ruido ensordecedor cesa y nos devuelve la catarsis de la quietud. Perdura una idea, eso sí: se puede volver a hacer teatro fuera del teatro, ambicioso, gratuito, popular y radicalmente antipusilánime.
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