Crítica de 'Black dog': perros callejeros

El filme se abre con una imagen casi de wéstern estadounidense, pero en el desierto de Gobi, al norte de China. El viento arrastra los matojos y por la carretera serpentea un autocar. De repente, surgen de la nada una cincuentena de perros en estampida. Se cruzan con el vehículo y este vuelca. Los pasajeros llegan a una localidad no fantasmática, pero casi. Estamos en 2008, a dos meses de inaugurarse los Juegos Olímpicos de Pekín. El protagonista, Lang, callado e inexpresivo, vuelve a la ciudad después de cumplir condena por homicidio. Los perros callejeros campan a sus anchas porque sus propietarios han ido abandonando el lugar. Un perro negro, escuálido y agresivo, se convierte en el compañero insospechado del hombre solitario. No se sabe cuál de los dos está menos adaptado a la nueva realidad.

'Black dog' es una película muy curiosa, fruto de cierta apertura en el cine chino contemporáneo. Participa como actor Jia Zhangke, una de las primeras figuras de esta cinematografía, en el papel de una suerte de líder de la comunidad. Es agresiva y hierática. Discursiva y entretenida. Con demasiados momentos sin tensión y otros de insospechada ternura entre el hombre y el animal. Ambientada hace 17 años, es también una metáfora de la China actual, tan evolucionada como poco permisiva.