Ópera
Asmik Grigorian se consagra como nueva heroína liceísta

Asmik Grigorian junto a Josep Pons / Antoni Bofill


Pablo Meléndez-Haddad
Pablo Meléndez-HaddadEl ciclo Grans Veus del Liceu superó todas las expectativas, y eso que una de las estrellas anunciadas para este concierto se vio obligada a cancelar debido a su embarazo, Lise Davidsen, que la próxima temporada debutará Isolde en el Gran Teatre. En su reemplazo nos consoló otra cantante igual de inmensa, Asmik Gregorian, que en estos días rompe corazones a los liceístas con su inmensa Rusalka.
Grigorian, soprano lituana hija del gran tenor armenio Gegham Grigoryan, favorito de Gergiev y que también triunfó en Barcelona –solía vérsele en los bares de calle Sant Pau pegado a un cigarro y a las tragaperras–, ofreció dos muestras de su grandeza vocal, técnica y expresiva en dos auténticas pruebas de fuego: las maravillosas, complejas, exigentes y agotadoras ‘Cuatro últimas canciones’ de Richard Strauss, y, después, nada menos que la ‘Muerte de amor’ de Isolde, del ‘Tristan und Isolde’ de Wagner, una de las escenas operísticas más demandantes del repertorio. Y Grigorian volvió a enamorar al demostrar un dominio absoluto en ambos mundos. En las canciones póstumas de Strauss se movió entre la dulzura y el arrebato, como sumida en la nube musical que construye el compositor y que la Simfònica del Liceu supo recrear con pericia bajo las órdenes de Josep Pons. Todo estuvo en su sitio, con un fraseo perfecto, dando sentido a cada palabra, usando los reguladores con sentido y sensibilidad extrema.
Cuando ya parecía que no podía superarse llegó un ‘Liebestod’ de gran profundidad dramática; tras el preludio del ‘Tristan’, Grigorian entró en el personaje pintando su canto con todo el sentimiento que la página requiere. Para el recuerdo.
En la segunda parte subió a escena un cantante ya veterano que los catalanes conocen desde muy joven, porque el barítono Matthias Goerne, gran intérprete de ‘Lieder’, lleva siendo fiel a la Schubertiada de Vilabertran (Girona) desde sus comienzos. Siempre maravillando por su precoz madurez ante el texto y la música, por su saber decir, por su dicción, en el Liceu no se ha prodigado mucho, aunque todavía está en el recuerdo un maravilloso concierto Mahler ofrecido en 2006 o ese recital de 2009 y, mucho más recientemente –tras un olvidable ‘War Requiem’ escenificado de Britten–, su impactante visión del protagonista de ‘Wozzeck’ de Alban Berg. Esta vez apostó por Wagner con dos grandes escenas, el Lamento del Rey Marke, del ‘Tristan’ y la célebre despedida de Wotan, de ‘Die Walküre’. En ambos casos demostró un canto noble, entregado, con unos graves asentados y, si bien es cierto que su proyección no es la ideal para un repertorio con tanto músculo orquestal, su gran clase como intérprete decretó lo que se merecía, un nuevo éxito personal.
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