Entrevista
Gueorgui Gospodínov, ganador del Booker: "La cultura que ha acumulado Europa en su historia es una reserva de la que ahora hay que sacar fuerzas"
El más prestigioso escritor búlgaro publica 'El jardinero y la muerte', una emocionante remembranza de su padre, que vivió bajo el régimen comunista y sobrevivió cultivando pacientemente la tierra
Cesare Pavese, la difícil tarea de vivir cada día

Gueorgui Gospodínov, en el CCCB / RG7


Elena Hevia
Elena HeviaPeriodista
"Mi padre era jardinero. Ahora es jardín". Así comienza la emocionante última novela publicada en España de Gueorgui Gospodínov (57 años), el producto literario más exportable de Bulgaria desde que allí inventaron el yogur. Su extraordinaria 'Las Tempestálidas', heredera de Borges y de Italo Calvino, se hizo con los premios Booker y Strega hace dos años. Tras ese detonante, que le ha llevado a ser publicado en más de 23 idiomas y quizá en un día no muy lejano a aspirar al Nobel, publica ahora 'El jardinero y la muerte' (Impedimenta). Esta novela, lejos de su habitual fantasía y sus juegos metaliterarios, tensa su característico estilo fragmentario en clave realista reconstruyendo, a modo de 'memoir' literaria, los últimos días del padre del autor, un hombre vital y sencillo que dedicó sus esfuerzos a cultivar, como diría Voltaire, su propio jardín.
¿Qué le empujó a escribir un libro como este, que sigue el desmoronamiento vital de su padre?
La primera vez que recuerdo haber escrito algo fue de niño, tras una pesadilla en la que mi padre y mi madre quedaban atrapados en un pozo. Tuve ese sueño hace 49 años y escribí lo que sentí entonces, un miedo terrible, con una letra infantil y retorcida en un folio en blanco. Este libro lo he escrito con la misma sensación. Mi miedo actual es que mi padre desapareciera sin dejar rastro. Por eso tuve que consignar todos sus gestos y las ingeniosas y divertidas historias que él contaba. Lo escribí para que supiéramos que, incluso hablando de la muerte, hay en ella luz y consuelo.
¿Quería mostrar una circunstancia íntima en la que muchos lectores pudieran mirarse?
No. Mientras escribía, sencillamente quería contar lo sucedido. Además, pensaba que nadie iba a abrir un libro que llevara en el título la palabra 'muerte'. Pero cuando salió en Bulgaria empecé a recibir miles de cartas asegurando: "Esta es mi historia". Me decían que habían intentado suprimir el recuerdo de las circunstancias de la muerte de los suyos para no deprimir a sus hijos, pero este libro les llevó a enfrentarse a ello. Ver que ha tenido un efecto de consuelo, me consuela también a mí.

Gueorgui Gospodínov, eun una reciente visita a Madrid / José Luis Roca
En 'Las Tempestálidas', desarrolló una crítica a la nostalgia malsana de los tiempos socialistas tras la caída del muro. Aquí la nostalgia tiene un efecto totalmente opuesto.
Es verdad. En 'Las Tempestálidas' hablo de una nostalgia colectiva que la propaganda intenta inculcar a un país entero, mientras que tanto aquí como en mi novela 'Física de la tristeza' [próximamente también en Impedimenta] me refiero a un sentimiento completamente humano e íntimo. En general prefiero contar historias personales no colectivas.
En el retrato que hace de su padre refleja una masculinidad muy propia de su tiempo, los años 60 y 70, una masculinidad incapaz de poner en palabras sus propios sentimientos.
A través de la historia de mi padre he intentado encontrar las causas de esa mudez emocional. La suya fue una mezcla rara de patriarcado tardío y socialismo temprano que lo convirtió en alguien poco expresivo en relación a sus emociones y más conspirativo de puertas adentro. Mi hermano y yo sabíamos que las críticas que le oíamos dentro de casa debían mantenerse dentro de aquellas cuatro paredes y nos sentíamos muy orgulloso de formar parte de aquella conspiración.
"El mayor pecado de un sistema totalitario no son tanto las estupideces monumentales que lo construyen como la forma en la que quiebran las relaciones dentro de las familias"
Casi todos sus libros hablan de cómo la política influye en la vida cotidiana e íntima de la gente, algo que se exacerba en un régimen totalitario como el de Bulgaria bajo Tódor Zhívkov.
El mayor pecado de un sistema totalitario no son tanto las estupideces monumentales que lo construyen como la forma en la que quiebran las relaciones dentro de las familias. Todos los que hemos vivido en un régimen así recordamos el miedo de que incluso tus amigos más íntimos puedan ser agentes del sistema. En Bulgaria, esa desconfianza se prolongó más de una década después de que acabara el régimen. El comunismo se desmoronó pero su radiación lo impregnó todo.
En casi todos sus libros, excepto en este, hay un elemento fantástico. ¿Esa capacidad imaginativa era una manera de escapar a las miserias cotidianas?
Fue algo que heredé de mi padre y del padre de mi padre. Ambos eran grandes narradores, narradores mitológicos, por asi decirlo, que te dejaban con la boca abierta con sus relatos. Contar esas historias era la forma de alcanzar todo aquello que se les negaba, las cosas a las que no tenían acceso. No podían viajar pero sí contar historias maravillosas sobre países que nunca conocerían.

Gueorgui Gospodínov / José Luis Roca
Además de eso, usted heredó el sentido del humor paterno. En su novela la risa siempre es invocada cuando aparece la tentación de ponerse grave y dramático.
Cuanto más dura es la situación, más se necesita el sentido del humor. Por ejemplo, tanto mi padre como mi abuelo estaban convencidos de que no se podían morir en verano, porque era la estación en la que tenían más trabajo en el campo. Y la vida les dio la razón. Ambos murieron en invierno. En mi caso, esa capacidad de reírse de uno mismo es algo que me gustaría poder mantener hasta el final, porque la muerte siempre pretende ser solemne y trágica y ahí debe protegernos el humor para decirnos que tampoco es para tanto.
Su padre fue un paciente jardinero. ¿Se puede hacer un paralelismo entre jardinería y escritura?
El jardín es un libro y el libro es un jardín. A míme gusta que en mis libros se puedan encontrar flores junto a remolachas y tomates, un poco de todo. En realidad, mi padre no era un jardinero profesional. Empezó a cultivar el jardín después de haber sido diagnosticado de cáncer. Los doctores le dieron un año y medio de vida. Pero el jardín le dio 17 años más, así que aquello fue un refugio, un lugar salvador.
"Aproveché los apuntes de mi padre para escribir este libro y los lectores me dicen que lo utilizan como manual de jardinería. Eso a él le habría encantado"
¿Era bueno como jardinero?
No era jardinero profesional, claro, pero fue aprendiendo sobre la marcha, preguntando qué debía hacer en este caso o en el otro y al final se convirtió en un experto. Hasta el punto de que aproveché sus apuntes para escribir este libro y los lectores me dicen que lo utilizan como manual de jardinería. Eso a mi padre le habría encantado.
¿En estos tiempos precipitados, la lentitud obligada del jardín es una lección de vida?
Hay dos superpoderes en la jardinería que la acercan también a la literatura. Mi padre solía conversar con las plantas y podía contar la historia de cada uno de los árboles de una forma heroica: de como aquel sobrevivió al invierno o este otro pudo superar el pulgón. El jardín es una forma de recuperar la conversación con la naturaleza.
"Un jardín nos enseña a relativizar nuestro final cuando vemos que allí todo se renueva en un tiempo circular"
¿Y el otro superpoder?
Un jardín nos enseña a relativizar nuestro final cuando vemos que allí todo se renueva en un tiempo circular; las plantas mueren y se regeneran. Eso también es algo que hace la literatura.
¿Cómo vive Bulgaria, el último país en integrarse en la UE, el pulso que Trump esta manteniendo con Europa? ¿Nos estamos creyendo más ahora nuestra identidad conjunta?
Parafraseando a Borges, diría que me duele Europa en todo el cuerpo. Y quizá peco de ingenuo, pero sigo creyendo que todas esas capas de cultura que ha ido acumulando Europa a lo largo de su historia son una reserva de la que ahora hay que sacar fuerzas. Lo que deberíamos hacer es resistir contra la propaganda que nos viene tanto del Este como del Oeste. La guerra que debemos librar es una lucha sin armas.
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