Crítica de ópera

Asmik Grigorian y Piotr Beczala firman una 'Rusalka' memorable

Rusalka pasa de sirena a bailarina en el Liceu

La soprano Asmik Grigorian, este domingo en el Liceu de Barcelona, interpretando la ópera 'Rusalka'.

La soprano Asmik Grigorian, este domingo en el Liceu de Barcelona, interpretando la ópera 'Rusalka'. / Antoni Bofill

Pablo Meléndez-Haddad

Pablo Meléndez-Haddad

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Gracias a la genial interpretación de la soprano Asmik Grigorian, daba lo mismo lo que explicaba la forzada -y abucheada- puesta en escena de Christof Loy de la 'Rusalka' de Dvořák, título que regresó el domingo al Liceu.

Porque la cantante lituana domina vocal y emocionalmente hasta tal punto este papel -al que une sus impresionantes dotes como actriz- que se convierte en el retrato vivo del personaje, presente en sus miradas, en sus movimientos; Loy no se lo pone nada fácil, obligándola a moverse con muletas o a bailar en puntas.

Porque el montaje de esta popular ópera checa, estrenada en 1901 y que lleva más de 1.600 representaciones en el Teatro de la Ópera de Praga -en el Liceu se había visto 14 veces-, presenta una relectura radical que, más allá del encuentro de dos mundos que colisionan, nada tiene que ver con la original, sumiéndose en el metateatro y en el perfil sicológico de la protagonista.

Dirección y coreografías

La propuesta funciona por la belleza del espacio en el que se ambienta, por la milimétrica dirección de actores, por las eficaces coreografías y por la entrega de unos intérpretes muy bien aleccionados (bailarines incluidos), tal y como sucedió la última vez que la obra se vio en el Gran Teatre, en 2013, cuando Stefan Herheim también la puso del revés, pero mutilándola convertida en un juego que hablaba del deseo sexual.

La soprano Asmik Grigorian y el tenor Piotr Beczała, este domingo en el Liceu de Barcelona, interpretando la ópera 'Rusalka'.

La soprano Asmik Grigorian y el tenor Piotr Beczała, este domingo en el Liceu de Barcelona, interpretando la ópera 'Rusalka'. / Antoni Bofill

En este regreso, afortunadamente, Grigorian contó con un cómplice de lujo, Piotr Beczała como el Príncipe que enamora a la protagonista, cantado con la potencia, eficacia y credibilidad habitual del tenor polaco, aquí convertido en un héroe romántico y elegante, pero desesperado.

Otra estrella, Karita Mattila, asumió sin problemas el papel de una Princesa extranjera teñida de ira y despecho. Al Vodnik del griego Alexandros Stavrakakis le faltó acento wagneriano y graves extremos más consistentes y la Bruja Jezibaba de Okka von der Damerau aportó suficiente teatralidad a un personaje poco perfilado.

Adiós por todo lo alto

Todos ellos estuvieron bien secundados sobre todo por el bien planteado y mejor cantado Guardabosques de Manel Esteve junto al Cazador de David Oller y a las tres ninfas, Julietta Aleksanyan, Laura Fleur y Alyona Abramova.

La dirección musical de Josep Pons resultó muy convincente, consiguiendo de los solistas, del Coro y de la Simfònica liceísta un sonido equilibrado, conjuntado y maleable en el título con el que se despedía del podio liceísta como responsable musical de la casa.

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