Un maestro de la autodestrucción

Cesare Pavese, la difícil tarea de vivir cada día

El escritor francés Pierre Adrian evoca en su libro 'Hotel Roma' la anunciada muerte del autor italiano, que se quitó la vida a los 42 años tras alcanzar la gloria literaria

Sus novelas y especialmente su diario, el amargo y reflexivo 'El oficio de vivir', nos revelan a uno de los grandes literatos del siglo XX

‘El oficio de vivir’, de Cesare Pavese: vendrá la muerte y tendrá tus ojos

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El escritor italiano Cesare Pavese.

El escritor italiano Cesare Pavese. / Ilustración: Laura Monsoriu

Elena Hevia

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Hubo un tiempo en que llevar un libro de Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908 -Turín, 1950) bajo el brazo significaba comulgar con esa sorda y existencialista inquietud que arrastraba a los jóvenes tras el horror de la Segunda Guerra Mundial. Era ese malestar difuso e íntimo destilado en las películas de Michelangelo Antonioni (quién precisamente llevó al cine con 'Las amigas', una de sus novelas) y que Pavese condujo al extremo en el acto radical de su suicidio. Más tarde, en los años 60 y 70, leerlo en España distinguía a los que se arrimaban a la buena literatura, y con el tiempo el autor, aunque no haya abandonado nunca las librerías, no ha tenido la suerte lectora que se merece. 

Ahora un libro, ‘Hotel Roma’ del francés Pierre Adrian (Tusquets / Navona), un 'mix' de ‘memoir’ y biografía, nos devuelve la figura del italiano a la luz de su dramático final y, sobre todo, como el delicado y certero prosista que era -sin olvidar que también fue un poeta excelente-, a la hora de mostrar la angustia de vivir. “Lo mejor de mí te lo sintetizaré en una frase barroca pero expresiva: apretar los dientes y sin una palabra darse de cabezazos contra el porvenir (que te aseguro que es más duro que el granito), escribió Pavese a un amigo recién abandonada la adolescencia. Una declaración que resuena como recién inventada en este siglo XXI.  

En los 60 y 70, leerlo en España distinguía a los que se arrimaban a la buena literatura, pero con el tiempo el autor, aunque no haya abandonado nunca las librerías, no ha tenido la suerte lectora que se merece

Adrian, que actualmente tiene 33 años, ha percibido al malogrado autor como un compañero de viaje. Un maestro de vida. Lo que no deja de ser irónico si se piensa en su suicidio: “Pavese es perfecto para esa etapa en la que aún somos jóvenes, pero nos vemos obligados a aceptar el mundo tal como es. No hablo de resignarnos sino de consentir. Con Pavese, aceptamos confrontar nuestras sensibilidades, nuestra propia realidad, con la de los demás. Aceptamos retomar la difícil tarea de vivir cada día. En los libros del autor, tanto en su diario como en sus novelas, he encontrado una increíble delicadeza en la comprensión del alma humana y sus tormentos. Él es el autor de mis 30 años por su suave serenidad y la dolorosa sensación del paso del tiempo”. 

El suicidio como tema recurrente

Fue en Turín, en el Piamonte italiano, donde Pavese, un chico de pueblo trasplantado a la ciudad, vivió y penó la mayor parte su vida. Su fin fue una acción calculadamente prevista. En su diario, plagado de referencias a quitarse la vida, llega incluso a bromear sobre el asunto: “Por ejemplo -puntualiza Adrian-, dice que debe tener cuidado al cruzar la calle porque morir accidentalmente sería un fracaso para quien pretende suicidarse”.

El escritor italiano Cesare Pavese.

El escritor italiano Cesare Pavese. / EPC

Aquel 27 de agosto, pasó antes por su lugar de trabajo en la editorial Einaudi, donde a pesar de su carácter arisco y poco hablador había tejido grandes amistades como la que le unió a Natalia Ginzburg y a Italo Calvino, quien ocuparía su puesto en el sello editor. Dejó todos sus papeles ordenados y visitó también la redacción de ‘L’Unitá’, el diario fundado por Antonio Gramsci, para comprobar que hubiera una buena foto suya que, sabía, al día siguiente y con la noticia de su muerte, iban a necesitar. Y se dirigió al Hotel Roma, un viejo establecimiento hoy todavía en pie, frente a la estación de ferrocarril.

Visitó la redacción de ‘L’Unitá’, el diario fundado por Antonio Gramsci, para comprobar que hubiera una buena foto suya que, sabía, al día siguiente y con la noticia de su muerte, iban a necesitar

No tenía casa propia, vivía en la de su hermana y esta se encontraba de vacaciones. Él le escribió diciéndole que no se preocupara que estaba bien. Era verano, un agosto de hierro. Turín, la gris y neblinosa Turín, “una ciudad melancólica por naturaleza” como la definió Ginzburg en un relato inolvidable dedicado al amigo tras su muerte, estaba vacía y agobiante. Demasiada humedad subiendo del río. El 18 de agosto de 1950 había escrito la última entrada en su diario, que tiempo después vería la luz bajo el título de ‘El oficio de vivir’: “Todo esto da asco. Palabras no. Un gesto. No escribiré más”.  

La habitación del Hotel Roma donde Cesare Pavese se suicidó, en la actualidad.

La habitación del Hotel Roma donde Cesare Pavese se suicidó, en la actualidad. / EPC

Esa noche, del 27 al 28 de agosto, en la habitación 49, es sabido, se unió a ese gran mito de autores suicidas cuyo fin reescribe totalmente el significado de su obra. Sobredosis de somníferos. Esa maldita velada hizo tres llamadas telefónicas y al otro lado del hilo nadie contestó. ¿Habría podido reconsiderar su decisión? Nunca lo sabremos. En las guardas del único libro que traía consigo, ‘Diálogos con Leucó’, su favorito, y un detalle más en la puesta en escena, volvió a escribir, esta vez ya definitivamente: "Perdono a todos y a todos pido perdón. ¿De acuerdo? No chismorreéis mucho”. Tenía 42 años y en la última década se había convertido en uno de los autores más celebrado de Italia tras haber ganado el Premio Strega por El bello verano’. No fue suficiente. No le sirvió para salvarse. 

Amores difíciles

Muchos han querido interpretar su muerte como consecuencia del rechazo de su última enamorada, la actriz californiana Constance Dowling, que trabajó un tiempo en Italia, tras haber sido amante de Elia Kazan. A Dowling le dedicó su última novela, la bucólica ‘La luna y las fogatas’, una obra maestra, y fue destinataria del poemario póstumo ‘Vendrá la muerte y tendrá tus ojos’. Pero el mismo Pavese, que todo lo tenía previsto, ya daba una interpretación al escribir cuatro meses antes: “Uno no se mata por amor a una mujer, sino porque el amor -cualquier amor- nos revela en nuestra desnudez, en nuestra miseria, en nuestra vulnerabilidad, en nuestra nada".  

Cesare Pavese y la actriz Constance Dowling, de la que estuvo enamorado, hacia 1950.

Cesare Pavese y la actriz Constance Dowling, de la que estuvo enamorado, hacia 1950. / EPC

Sabía de lo que hablaba, hay una larga lista de amores en su vida, unos más intensos que otros. Todos finalmente no correspondidos y, por eso mismo, vividos como trágicos. Algún amigo malicioso dijo que él solía pedirle matrimonio a toda mujer con la que se tomaba un café. Una exageración, claro, pero en cierta manera revela bien la herida. Él se consideraba a sí mismo impotente, pero analizando los hechos su impotencia nada tenía de impedimento físico y procedía más bien de la neurosis obsesiva que lo atenazaba.

Algún amigo malicioso dijo que él solía pedirle matrimonio a toda mujer con la que se tomaba un café. Una exageración, claro, pero en cierta manera revela bien la herida

'El oficio de vivir’ está cargado de rabia hacia las mujeres a quienes, como un 'incel' cualquiera, culpa de la crueldad que, considera, está dirigida a él. ¿Cómo pueden aceptarse hoy comentarios como estos? “Si una mujer no traiciona es porque no le conviene”. “Ninguna mujer contrae matrimonio por conveniencia: todas tienen la sagacidad, antes de casarse con un millonario, de enamorarse de él”. “Las mujeres son el pueblo enemigo, como el alemán [durante la Segunda Guerra Mundial]. 

“Son comentarios -analiza Adrian- tan duros, crudos e ingenuos que terminan por anularse a sí mismos. Son obra de un hombre de su tiempo, pero sobre todo de un amante desesperado, fracasado y cohibido, un hombre que sufrió mucho por no haber sido amado por una mujer. Se venga como puede: con palabras”. Y, sin embargo, añade el joven autor francés, el escritor es capaz de cultivar una gran feminidad adoptando una creíble y sensible voz en novelas como ‘El bello verano’ y ‘Entre mujeres solas’ que despliega una gran comprensión de las mujeres. “Pavese entendía a las mujeres, y creo que muchas confiaron en él”, zanja.

Fuera de su tiempo

Adrian muestra en su libro su propio periplo vital que le ha llevado a viajar a Italia, tanto a Turín como a Brancaleone, la ciudad donde el Gobierno de Benito Mussolini lo desterró durante ocho meses en 1935 en el sur profundo -aquel que tan bien retrató Carlo Levi en ‘Cristo se paró en Éboli’- aunque su delito real fuera ayudar a una amiga comunista que jamás le agradeció que no la delatase.

La habitación que ocupó Cesare Pavese en Brancaleone, el pueblo donde fue desterrado por Benito Mussolini.

La habitación que ocupó Cesare Pavese en Brancaleone, el pueblo donde fue desterrado por Benito Mussolini. / EPC

Y es que Pavese fue siempre un verso suelto en relación a los tiempos turbulentos que, pese a haber sido testigo privilegiado -desde la marcha sobre Roma hasta el triunfo de los partisanos- dejó a un lado dedicándose mayoritariamente a profundizar en su dolorosa intimidad -sin caer nunca en la autocomplacencia- mientras todos sus compañeros optaban por libros mucho más comprometidos con su tiempo. Y sí, acabada la guerra se afilió al partido comunista, pero fue, según sus propias palabras, “para estar cerca” de sus amigos, y quizá fuera esa también la razón por la que compuso entonces algunos personajes antifascistas. 

Antes, el 3 de julio de 1943, cuando faltaba muy poco para que acabara la guerra, tras la derrota de Mussolini, resumía el cataclismo de su país en una frase minimalista: “Turín y armisticio, después Serralunga [el pueblo de montaña donde solía refugiarse]”. Es la única anotación que alude concretamente a un hecho histórico en los 15 años que llevaba por entonces escribiendo su diario y recuerda poderosamente aquella de Franz Kafka: “Alemania le ha declarado la guerra a Polonia. Por la tarde fui a nadar”. Para ambos, el mandato de expresar un dolor o una inquietud que traspasa las fronteras del presente histórico era superior a todo. 

Fotos de la ficha policial de Cesare Pavese.

Fotos de la ficha policial de Cesare Pavese. / EPC

Tan despegado estaba del mundo que le rodeaba que tuvo que enfrentarse a la crítica, esta vez infundada, de haber despreciado la tradición humanista italiana y abrazado la norteamericana. Porque Pavese absorbió, encontrando de paso un camino personal, los modos de una forma de narrar descarnada y directa que más tarde marcaría a autores como Gabriel García Márquez y Juan Carlos Onetti. Sí, Pavese fue el introductor y traductor en Italia de William Faulkner, Herman Melville y Sherwood Anderson, y entonces, muy pocos se lo agradecieron. Habría que esperar a su muerte para que su obra crítica ‘La literatura norteamericana y otros ensayos’, publicada también póstumamente, transformara juicios e iluminara la forma de entender al autor. 

Tan despegado estaba del mundo que le rodeaba que tuvo que enfrentarse a la crítica, esta vez infundada, de haber despreciado la tradición humanista italiana y abrazado la norteamericana

Está claro que hoy la literatura de Pavese no tiene ya para sus receptores ese carácter generacional que se le atribuía a mediados del siglo XX, pero sigue tocando profundamente a quiene se le acercan. Italo Calvino, el amigo, señaló que se hablaba demasiado de su “gesto extremo”, ese que le persiguió toda la vida, pero muy poco de la lección de vida que supuso “la batalla ganada día tras día sobre su propio impulso autodestructivo”. A esto bien podría añadir Adrian su consejo para que leer al italiano : “Aunque Pavese murió hace más de 70 años, sigue hablándonos. Nos comprende. Leerlo es aprender a conocernos mejor a nosotros mismo gracias una obra tan sensible como precisa”.