Concierto en Montjuïc
Billie Eilish, a lo grande y con intimidad, reina a su manera en el Palau Sant Jordi
La cantante californiana desplegó su turbulento cancionero pop en la primera de sus dos noches en Barcelona, únicas fechas españolas de su gira ‘Hit me hard and soft’

Billie Eilish arrasa en su primera fecha en el Palau Sant Jordi / Henry Hwu / Live Nation


Jordi Bianciotto
Jordi BianciottoPeriodista
Billie Eilish ya no es la cría de 17 años que hace seis nos hizo arquear los ojos con su primer álbum. Tiene 23 y aunque tal vez ya no sea la novedad del momento ni se la vea tan gótica y atormentada, su obra deja poso, evoluciona y el público responde, por ejemplo, agotando las entradas de sendos conciertos en el Palau Sant Jordi (a 18.000 por tanda). Única cita española de un ‘Hit me hard and soft: the tour’ que representa un referente en la proyección a un gran escenario de un material musical turbio, delicado e íntimo.
Ese tercer álbum marcó la pauta, este sábado, en un espectáculo en el que ella dominó el cuadro, cantando con pulcritud y sentimiento, con su atuendo deportivo y su gorra del revés. Anti-diva, sin ‘coreos’ ni atrezzo, correteando, sentándose con las piernas cruzadas y tumbándose en el largo rectángulo colocado en medio de la pista (donde se abrían sendos espacios para músicos y coristas). Sus canciones no hablan de tonterías y ahí estuvieron, abriendo, las tramas disco-pop fantasmagóricas de ‘Chihiro’, con su foco sobre el fiasco de una relación, y de ‘Lunch’, acerca de atracción sexual hacia otra mujer.
Después de una muy celebrada ‘Therefore I am’, Eilish se quedó un rato en silencio, paseando por las tablas, sonriendo, abriendo la válvula de escape de esa identificación total que flotaba en la sala. Hay una conexión por los carriles emocionales, porque ella representa una manera distinta de estar en el ‘star system’, porque canta a terrores y vulnerabilidades y todo eso, pero más allá tenemos excelentes canciones y un lenguaje musical aventurado.
Entre las mejores cartas, esa balada quebradiza llamada ‘Skinny’, en torno a la percepción que los demás tienen de ella (no exenta de ironía: “¿ya estoy actuando de acuerdo con mi edad?”). En ‘The greatest’ pasó del intimismo a un ‘crescendo’ aparatoso, pero hubo mucha sutileza en ‘Halley’s comet’. Y en la acústica ‘Your power’, pieza sobre el abuso de poder precedida de un comentario político: “Hay mucha gente sufriendo y luchando, especialmente en mi país” (ella ha apoyado estos días las protestas en Los Ángeles, su ciudad).
El subidón electrónico de ‘Oxytocin’ y ‘Guess’ (su dueto con Charli XCX) fue abrasivo, con llamaradas y láser. Los ‘hits’ pretéritos los soltó a medio concierto (‘bad guy’, ‘bury a friend’) y no tiró de efectismo para incendiar el clímax, sino que confío en los poderes de otra de sus mejores canciones nuevas, ‘Birds of a feather’, cavilación acerca de las almas gemelas. En el Sant Jordi, oyendo los piropos lanzados en modo coral desde las gradas (“reina”, “guapa”), parecía haber muchas.
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