QUEMAR DESPUÉS DE LEER
Cookie Mueller y la literatura del lado salvaje escrita por mujeres
Antes de convertirse en actriz fetiche de John Waters, Cookie Mueller llevó una vida valiosa y feroz en San Francisco, que produjo un puñado de textos autobiográficos que coloca a la mujer del lado de la acción, donde siempre ha estado

Cookie Mueller tuvo una vida feroz e interesantísima que puede leerse en el recién publicado 'Caminar por aguas cristalinas en una piscina pintada de negro'. / Laura Monsoriu


Laura Fernández
Laura FernándezEscritora y periodista
Escritora y periodista
Tengo una nueva escritora favorita. Lleva muerta desde 1989. Su nombre era Dorothy Karen Mueller, aunque sus amigos la llamaban Cookie. Y así es como se la conoce en la historia de la literatura y de las vidas memorables. Porque dejénme decirles que Cookie Mueller tuvo una vida memorable, que escribió sobre la marcha, aunque nada se supo de ella hasta después de muerta, porque ocurría una cosa y es que en la época en la que Cookie escribía —mediados y finales de los 60, los 70, los 80— la vida de una mujer salvaje, que era entonces, en San Francisco —estuvo a punto de conocer a Charles Manson, pasó una tarde con La Familia en su furgoneta mal pintada: la palabra Holywood sólo tenía una “L”—, la vida de una joven cualquiera, aún era algo que no importaba lo más mínimo.
O eso parece a juzgar por el valor enorme que tiene 'Caminar por aguas cristalinas en una piscina pintada de negro', el compendio de textos autobiográficos, casi diario de a bordo de una vida que deja la vida de cualquier beatnik, hasta de su modelo a seguir, el Neal Cassady que inspiró al incorrecto y por eso valioso Dean Moriarty, a la altura del betún de una vieja y curtida bota de autoestopista. Como ocurre cuando una lectora se topa por primera vez con 'La flor', de Mary Karr (Periférica & Errata Naturae), y descubre que había existido, sin que ella lo supiera, una adolescencia paralela a la de todos esos chicos retratados por los clásicos —que eran ellos mismos, desde Saul Bellow a Philip Roth, pasando por cualquiera—, toparse con Mueller es encontrarse con un tesoro.
Un tesoro en forma de otro yo al margen de cualquier tipo de victimismo, pero del todo consciente de en qué consistía ser mujer en un mundo sin límites, en el que tu independencia dependía de tu ferocidad. Y esa ferocidad se daba por supuesta. No era algo a alcanzar. Era algo indispensable. Somos distintas, parece decirse Mueller, nuestros problemas son otros, pero ¿saben qué? Los conozco, los acepto, vivo con ellos, y los disfruto. Sumergirse en 'Caminar por aguas cristalinas en una piscina pintada de negro' es hacerlo en una realidad paralela en la que eran ellas, y no ellos, las que se acostaban con famosos —eran ellas las que cazaban a Jimi Hendrix, y no al revés—, y vivían precaria y felizmente —todo tipo de drogas mediante— en apartamentos comuna.
Cuando da comienzo el libro, Cookie aún está ahorrando para irse a San Francisco. No sabe todavía que, una vez allí, vivirá en un piso con once personas. Aunque sospecha que su vida será la clase de caos que ya está siendo en Baltimore. Un caos de trabajos horrendos, y días en casas de tipos que podrían ser Robert Mitchum si Robert Mitchum fuese más joven y más rubio. Pura aventura, y desorden, las posibilidades expandiéndose por momentos, únicamente limitadas por 1) la pasta que tiene en cada ocasión, 2) aquello que le apetece hacer, y 3) lo que está pasando a su alrededor en ese preciso instante, que tiende a tener que ver con algún tipo de consumo de drogas (sobre todo, LSD). ¿Puede un libro, me digo leyéndola, volverte valiente?
Como pasa con 'Cómo me convertí en Hettie Jones' (Ardora Ediciones), de la propia Hettie Jones, y 'Memorias de una beatnik', de Diane DiPrima —mis dos poetas beatniks favoritas, de las que, sin embargo, aún hoy es imposible encontrar un poemario—, en las memorias —o los textos autobiográficos, pues pueden leerse como relatos, tienen esa clase de punch, y, dentro de cada uno de ellos, ella es un personaje, siempre admirable— de Cookie Mueller, la mujer es una fuerza de la naturaleza —en la misma medida en que lo pretenden ser ellos, desde Jack Kerouac hasta Charles Bukowski, con sus gradaciones de heroísmo o patetismo correspondientes— que se enfrenta al mundo sin miedo, y bascula entre el estoicismo burlón —el absurdo— y el hedonismo convertido en una forma de arte.
Sí, podría decirse que Tracey Emin es su sucesora más directa aunque Mueller no contó con el altavoz del mundo del arte. Ella sólo se tenía a sí misma. Pero cada paso que dio, incluidas las deudas que perdonó a los clientes de la tienda Nauvankauf de ropa para caballeros, resulta admirable, icónico, valiosísimo. El valor de Mueller, su valentía, tiene mucho que ver con la despreocupación, cierto sentido irracional de la existencia, y una poderosa conexión con el presente. Un presente que podía cambiar —y lo hacía— en cualquier momento. Como cuando en ese trabajo horrendo proto call center en el que se dedicaba a llamar insistentemente a clientes que debían trajes, amenazándoles con todo tipo de consecuencias si no los pagaban, decidió que había tenido suficiente y se largó. Hay otro camino, y Mueller lo sabe. Mueller quiere que, como ella, seas valiente. Siempre.
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