Impacto cultural

¿Una ciudad sin turistas? Barcelona y la paradoja del Louvre

Como tantas otras capitales de su entorno, Barcelona ha ligado la viabilidad de su oferta cultural a la presencia masiva de visitantes extranjeros

Ni París ni Nueva York: Barcelona es la ciudad más masificada por el turismo del mundo

La Barcelona sin turistas de 'Los últimos días'

La Barcelona sin turistas de 'Los últimos días' / EPC

Rafael Tapounet

Rafael Tapounet

Barcelona
Por qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El periodista recibe el encargo de escribir una pieza de 5.000 caracteres sobre cómo sería, en el ámbito cultural, una Barcelona sin turistas. Respira hondo y piensa en abordar el asunto desde un ángulo original que le permita hacer alguna aportación novedosa a un debate tan importante. En realidad, lo piensa solo durante un rato, porque al cabo de pocos minutos se imponen el sentido común y los años de experiencia y el periodista acaba haciendo lo que haría en su misma situación cualquier compañero de profesión mínimamente sagaz: entrar en Google y teclear el enunciado 'cómo sería Barcelona sin turistas'. Periodismo de fuentes, comprometido con la verdad.

Gracias a la búsqueda, descubre, por ejemplo, que el tabloide británico 'The Mirror' sostiene que una Barcelona sin turismo masivo sería algo muy parecido a Logroño (esa es la tesis que defiende en un artículo reciente Ashley Bautista, redactora especializada en "contenido emergente"). El periodista le da un par de vueltas a la idea pero acaba desechándola porque no le ve mucho recorrido. Más sugerente resulta el hallazgo de una noticia fechada en julio de 2020 en la que se explica cómo el Ayuntamiento de Barcelona animaba a los ciudadanos a aprovechar la ausencia de turistas para "redescubir" importantes equipamientos culturales como el Museu Picasso, el Park Güell, el MNAC o la Fundació Joan Miró, con entradas a precios rebajados.

Recuerdo preolímpico

En esos días estábamos en el Año 1 de la pandemia y proliferaban en los medios los reportajes que daban cuenta del regocijo cercano al éxtasis con el que los barceloneses, recién salidos del confinamiento, paseaban por las semidesiertas calles del Gòtic y hasta por La Rambla, convertida en un inesperado 'locus amoenus' del que habían desaparecido los platos de paella congelada, las jarras de sangría a 25 euros y las camisetas de 'I love MILFs'. Al final resultaba que la Barcelona sin turistas se parecía más a un agradable recuerdo de una infancia preolímpica que al escenario apocalíptico y selvático que los hermanos Àlex y David Pastor habían retratado en su película 'Los últimos días', en la que una misteriosa enfermedad dejaba despoblado el centro de la ciudad. Y, sin embargo, proyectando sombras inquietantes sobre aquellas visiones edénicas de pachangas futboleras frente a la Catedral, empezaban también a asomar en algunas persianas y escaparates los carteles de "Liquidación por cierre" y "Se traspasa".

Barcelona 11.08.2020. Barcelona. Retrato del parc Güell una mañana de agosto en el verano de la pandemia. En la foto, escasa actividad de visitantes en la Sala Hipóstila a media mañana. Fotografía de Jordi Cotrina

Barcelona 11.08.2020. Barcelona. Retrato del parc Güell una mañana de agosto en el verano de la pandemia. En la foto, escasa actividad de visitantes en la Sala Hipóstila a media mañana. Fotografía de Jordi Cotrina / EPC

En cualquier caso, que las administraciones tuvieran que hacer campaña para que la parroquia local se acercara a los principales museos de la ciudad a ocupar, al menos en parte, el vacío dejado por los turistas ausentes revela una verdad fundamental: en circunstancias normales (no pandémicas, digamos), los barceloneses no se sienten invitados a visitar lugares como la Fundació Miró o el Museu Picasso (no digamos ya el Park Güell), donde el contingente extranjero representa más del 80% del público total. La utilización del término "redescubrir" por parte del Ayuntamiento sugiere que existía (y existe hoy, cinco años después) plena conciencia de ese distanciamiento.

Realidad virtual

A finales del pasado año, el diario satírico 'El Mundo Today' informaba de la inaguración de un museo inmersivo que ofrecía la experiencia de "ver una Barcelona sin turistas, sin 'brunchs' y sin 'specialty coffees'". "Gracias a unas gafas de realidad virtual -anunciaba la publicación-, los barceloneses pueden pasear por las aceras del centro como si la ciudad fuera suya". La parodia era afilada y aun así se quedó corta, porque en esos momentos ya estaba funcionando en el centro de la ciudad un museo inmersivo llamado White Rabbit que brinda a los visitantes la oportunidad de "descubrir la cultura de Barcelona como un local". También con gafas VR. El chiste se cuenta solo: en el terreno de la museografía virtual, hasta la Barcelona sin turistas está pensada para que la disfruten los turistas.

Podemos fantasear, pues, con una ciudad sin turistas cuyos residentes pudieran acceder de manera relajada, sin molestas colas y por un precio razonable a unos museos, monumentos y auditorios altamente estimulantes, pero Barcelona, como tantas otras capitales de su entorno, ha ligado la simple existencia de una oferta cultural decente a la presencia masiva de visitantes extranjeros y se hace difícil pensar que una pueda subsistir ya sin los otros. En este sentido, el caso del Louvre constituye una señal tan elocuente como inquietante: la masificación de las salas del museo parisino ha convertido la visita en una experiencia muy poco satisfactoria, pero cualquier intento de reforma que pase por un cierre temporal supondría un grave quebranto para la industria turística y la economía de la ciudad. El colapso es inminente pero nadie sabe ya cómo evitarlo. El dilema del Louvre -¿insatisfacción o cierre?- es el fantasma que en forma de paradójica disyuntiva planea hoy sobre las ciudades turísticas como Barcelona. Quizá lo de convertirse en Logroño no era, al fin, una mala opción.

Suscríbete para seguir leyendo