Segunda jornada del festival
Choque de civilizaciones en el Primavera a la espera de Sabrina: del regreso de Stereolab a la revelación Zaho de Sagazan
La segunda jornada del festival escenificó una convivencia del joven público que aguardaba a Sabrina Carpenter con el perfil clásico, ‘indie’ y rockero de la mayoría de las otras propuestas, entre ellas las de Wolf Alice, HAIM y The Hard Quartet, el grupo encabezado por Stephen Malkmus (Pavement)

Concierto de Stereolab. / Manu Mitru


Jordi Bianciotto
Jordi BianciottoPeriodista
Jornada de emociones y motivaciones muy mezcladas, de choque de civilizaciones, la de este viernes en el Fòrum. La colonización del lugar a cargo de ‘sabrinas’ y ‘chappells’ venidas de todo el hemisferio occidental era visible, pero a la espera de que sus heroínas pisaran las tablas (Carpenter, esta madrugada; Roan, este sábado), todo ese pizpireto ‘fandom’ tuvo que zamparse propuestas tan alejadas como el pop experimental retrofuturista de Stereolab o las bacanales de guitarras rockeras de The Hard Quartet y Wolf Alice. ¿Guerra cultural? Sí, el viejo orden ‘indie’ todavía mantiene posiciones en el Primavera Sound. Que se enteren, esas ‘supernenas’.
El público enganchado al ‘Espresso’ había tomado posiciones desde hacía horas ante el escenario Estrella Damm cuando, a algunos kilómetros mentales, en la planicie Amazon, Stereolab salió a demostrar ante su clientela (crecidita, tal vez ‘hipster’, o lo que quede de aquello) que, a veces, los regresos de bandas con leyenda son una buena idea. Con la voz dulce y pulcra de la francesa Laetitia Sadier (y el teclado, y el trombón), en tándem directivo con el guitarrista-teclista Tim Gane, se asentaron en su recién publicado y disfrutable ‘Instant holograms in metal film’, su primer álbum en quince años, reconstruyendo ese pop a la vez sensible y un poco maquinal que los hizo únicos.
Sonido, más que ‘retro’, de una brumosa realidad paralela, con exponentes como ‘Aerial troubles’ y ‘Melodie is a wound’, que casaron con una fluidez natural con las (pocas) piezas antiguas que repescaron. Caso de ‘The flower called nowhere’ y ‘Miss Modular’, ambas de uno de sus álbumes de referencia, ‘Dots and loops’ (1997). Sí, Stereolab ha vuelto con sus constantes vitales en su sitio y su aura distintiva, casi como si el tiempo no hubiera pasado.
Guitarras estruendosas
Pero hubo propuestas más estridentes, físicas y, sí, digámoslo sin rodeos, rockeras que tal vez pusieron a prueba ese principio según el cual la generación Z está libre de prejuicios y rechazos instintivos ante músicas que no son las suyas. Hubo situaciones propicias a ello, en particular el recital de distorsiones musculosas de The Hard Quartet, el supergrupo de refugiados del ‘indie rock’ noventero encabezado por Stephen Malkmus (Pavement). Señores de mediana edad armando un estruendo de aquí te espero con sus guitarras, ese instrumento bajo sospecha desde hace unos años, pero todo ello con su corazoncito pop y sus líneas melódicas abriéndose paso entre la turbulencia. Recorrieron a gusto su primer álbum, tocando muy juntos, como si estuvieran en el garaje.
Hubo más brío guitarrero en el pase de Wolf Alice, con Ellie Roswell al frente, entre la densidad ‘shoegazing’ y el hachazo hard, con guiños a The White Stripes y Black Sabbath. Y en lo de HAIM, el combo californiano de las hermanas Este, Danielle y Alana (también actriz, la protagonista de ‘Licorize pizza’), domando el brío rockero con dinámicas ‘soft’ y esas armonías vocales de tradición angelina. Su nuevo álbum, ‘I quit’, y números seguros como ‘The wire’.
El prodigio francés
A unos minutos de allí, en el escenario Cupra (el anfiteatro), procedía fijarse en una ‘delicatessen’, Zaho de Sagazan, cantante y compositora revelación de la Francia atlántica (Saint Nazaire), que el año pasado se llevó cuatro premios Victoires de la Musique con su primer álbum, ‘La symphonie des éclairs’. Símbolo de la última generación de la música francesa y en francés, fan de Kraftwerk y de Barbara, cruce de mundos, voz de altos vuelos sobre tablas de ‘synth pop’ un poco cósmico y con ecos poéticos de la ‘chanson’.
Actuó rodeada de sintetizadores a los que extrajo el alma en un repertorio que fue de la exquisita canción titular, asentada en el piano, a la robusta ‘Tristesse’. Zaho de Sagazan asegura que no se ha enamorado nunca y que en sus relaciones prevalece la amistad, y sus canciones fundieron dureza y melancolía. “Soy muy sensible y lloro mucho”, hizo saber. Se despidió con el puro trance electrónico en ‘Dansez’, estirado a placer y enlazado con su eufórico ‘cover’ de ‘Modern love’, de David Bowie.
En ese escenario hubo más buenas noticias con el pase de ese artefacto llamado Waxahatchee, proyecto de estética sonora ‘Americana’ dirigido por una voz con carácter, Kathryn Crutchfield, con un sexto álbum, ‘Tigers flood’, dominando el pentagrama. Contó en un par de temas con M. J. Lenderman (que actúa este sábado en el festival) y consumó un sustancioso ‘crescendo’ eléctrico a través de las deseadas ‘Lilacs’ y ‘Fire’. Pase edificante en nombre de una tradición, la del country-folk, cuyos exponentes no son siempre fáciles de ver en nuestro país.
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