Crítica de teatro

'Anatomia d'un suïcidi': densa sinfonía del dolor heredado en el TNC

Llega a la Sala Petita del TNC un texto de Alice Birch que se abre camino en el canon, una filigrana narrativa complicada de aterrizar.

La reputada dramaturga y guionista Alice Birch estrenó en 2017 'Anatomia d'un suïcidi', un texto desafiante que rápidamente ha circulado por Europa mediante diversas adaptaciones. Ahora llega al TNC.

La reputada dramaturga y guionista Alice Birch estrenó en 2017 'Anatomia d'un suïcidi', un texto desafiante que rápidamente ha circulado por Europa mediante diversas adaptaciones. Ahora llega al TNC. / EPC

Manuel Pérez i Muñoz

Manuel Pérez i Muñoz

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Determinados títulos suponen un espóiler, aunque poco importa cuando lo relevante no es tanto el argumento como la forma y el fondo. La reputada dramaturga y guionista Alice Birch estrenó en 2017 'Anatomia d'un suïcidi', un texto desafiante que rápidamente ha circulado por Europa mediante diversas adaptaciones. No se trata simplemente de una tragedia sobre el suicidio, plantea una estructura muy ambiciosa, una genealogía del dolor a través de tres generaciones de mujeres. La pieza llega al TNC como una sinfonía en tres movimientos narrativos ejecutados al mismo tiempo, un montaje que resulta apabullante por su densidad.

Tres vidas a punto de romperse, trilogía del sufrimiento que Birch dibuja sin excusarse en diagnósticos ni otros atajos, con la ambición formal de Caryl Churchill y la turbación moral de Sarah Kane. En la primera historia, ambientada en los años 70, Carol (Marta Ossó) parece desconectada del mundo tras un intento de suicidio. Tres décadas después, Anna (Maria Ribera) padece una vida marcada por las adicciones y un trauma familiar sin cerrar. En el futuro, Bonnie (Patrícia Bargalló) se enfrenta al legado recibido desde la rigidez de quien ha convertido el desapego en una especie de defensa.

El gran reto del espectáculo reside en encontrar el tono y el ritmo para las tres narraciones que se representan de manera simultánea, compartiendo escenografía, secundarios y palabras entrecruzadas como cuchillas de afeitar en la muñeca. Sin tregua, en las escenas yuxtapuestas reina por momentos la saturación. El compás resultante tiene algo de robótico, con las réplicas sincopadas en una atmósfera fantasmal que tiende a la frialdad. El espacio sonoro y las transiciones, antes que aligerar, dan más consistencia a un conjunto ya muy pesado. Faltan instantes de respiración en un clima asfixiante escorado hacia el melodrama. 

A pesar de la poca entidad de los personajes masculinos y la larga nómina de secundarios sin opciones para el lucimiento, el bote salvavidas llega por vía de las interpretaciones principales. La dirección de Glòria Balañà destaca en su trabajo con las actrices protagonistas, entre las que sobresale la insondable fragilidad de Marta Ossó: la vibración sostenida de sus miradas forma una joya enigmática, hollywoodiense. Maria Ribera con su desgarro y Patricia Bargalló con su amargura contenida completan un tríptico que pulsa casi un siglo de menosprecio, retrato de una sociedad que patologiza el dolor femenino antes de atajar las causas del desconcierto.