Festival
Carla Simón conmueve en Cannes: "El cine español ha hablado muy poco de los estragos de la heroína y el sida en los 80"
La directora catalana cuestiona el relato oficial sobre la Transición con un poema lacerante y lleno de calidez en memoria de las familias rotas
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CANNES (Francia), 21/05/2025.- (I-D) Llucia García, la directora Carla Simon, Mitch y Maria Zamora asisten al estreno de 'Romería' durante el 78º Festival de Cine de Cannes, en Cannes, Francia, el 21 de mayo de 2025. El festival de cine se celebra del 13 al 24 de mayo de 2025. (Cine, Francia) EFE/EPA/GUILLAUME HORCAJUELO / GUILLAUME HORCAJUELO / EFE


Nando Salvà
Nando SalvàCarla Simón ha llegado al Festival de Cannes embarazada. Mucho. Se supone que tiene que salir de cuentas dentro de un mes, pero como los segundos hijos suelen llegar antes de lo previsto -así lo aseguran quienes saben de esto-, ha viajado al certamen con una llevadora. “Si de repente diera a luz en la alfombra roja sería algo nunca visto en la historia de los festivales, pero prefiero que la primera en hacerlo sea otra”, bromeaba ayer la barcelonesa, que estaba embarazada de cuatro meses de su primer hijo cuando, hace tres años, recogió el Oso de Oro en la Berlinale gracias a 'Alcarràs' (2022).

Lucía Feijoo Viera
Antes de ese premio, Simón había obtenido innumerables recompensas -el galardón a la Mejor Ópera Prima en el certamen berlinés, la Biznaga de Oro en el Festival de Málaga- tres premios Goya- gracias a su primer largometraje, ‘Estiu 1993’ (2017), por lo que le habrá cogido costumbre a que cada estreno le obligue a añadir baldas a su vitrina. ¿Impone ese hábito de ganar premios cierta presión en ella ante la presencia de su tercer largo, ‘Romería’, en el concurso de Cannes? “No”, responde. “Al trabajar en el segundo largometraje sí sentí un gran temor a decepcionar, porque sentía que todavía tenía mucho que demostrar. Ahora ya me he probada a mí misma que soy una cineasta, y me he sentido muy libre a la hora de probar cosas nuevas. Crear desde un sitio seguro me resulta muy aburrido”. Sus palabras ayudan a explicar por qué la nueva película probablemente sea la menos indiscutible de las tres películas y al mismo tiempo, casi seguro, la más valiosa; la ambición y el riesgo no solo posibilitan esa paradójica dualidad, sino que la favorecen.
'Romería', recuérdese, es una nueva entrega -tal vez la final- de la indagación cinematográfica que Simón lleva años haciendo en sus propia biografía y la de sus padres, ambos fallecidos cuando era ella niña por culpa del sida y de la heroína. En 'Estiu 1993', la directora recreó su niñez en brazos de sus tíos; en 'Alcarràs' contó la historia de una familia compuesta por tres generaciones de agricultores inspirada en la de su propia madre; en los ultimos años, asimismo, ha dirigido dos cortometrajes: en 'Después también' (2018) exploró el estigma social del VIH, y en 'Carta de mi madre para mi hijo' (2022) imaginó un contacto casi místico entre la progenitora a la que apenas conoció y el crío que estaba a punto de alumbrar. Esa película se inspiró en parte de la correspondencia dejada por la madre de Simón antes de morir. En cierto modo, 'Romería' también. "El cine que yo he hecho hasta ahora me ha servido para entendernos mejor a mí misma y a la gente que amo; de hecho, para mí filmar tiene mucho de acto de amor. En cualquier caso, siento que 'Romería' representa un cierre de ciclo. Es hora de emprender otro camino artístico".
Retrato íntimo y político
La película cuenta cómo una joven llega a Vigo a buscar el certificado de defunción de su padre y, mientras espera que se solucione el trámite burocrático, pasa unos días con esa familia paterna a la que apenas conocía; a través de sus tíos, tías y abuelos, la joven trata de averiguar quiénes fueron sus progenitores y cómo fue su historia de amor, pero la vergüenza que esos familiares sienten a causa de la drogadicción de la pareja se encarga de impedirlo.

Carla Simón y la actriz Llúcia Garcia (de espaldas) / ANTONIN THUILLIER / AFP
El relato va dando saltos temporales entre la primera década de nuestro siglo y los años 80 del pasado, y alternando un modo narrativo eminentemente realista con un incursión tan sorprendente -por inusual en el cine de su diredctora- como deslumbrante en el mundo onírico y la fantasía visual y sonora; y es a través de esos dos recursos que ‘Romería’ obtiene su mayor logro creativo, su capacidad para ofrecer un retrato íntimo que a la vez es político y la crónica de una tragedia familiar que también es generacional, y para hacerlo sin caer en el discursismo, el tremendismo o la romantización.
De esa manera, ‘Romería’ le pone los puntos sobre las íes a la que sigue siendo la versión oficial sobre la Transición, un tiempo demasiado a menudo recordado en forma de cuento de hadas a pesar de que en su transcurso, por ejemplo, la droga se llevó por delante demasiadas vidas. “Los estragos que causaron la heroína y el sida en los 80 es algo de lo que el cine español ha hablado muy poco, y creo que eso también es memoria histórica que hay que mantener viva”, asegura Simón. “Todas esas víctimas ignoraban las consecuencias de lo que estaban haciendo, e inconscientemente pusieron el país patas arriba porque rompieron con una sociedad extremadamente y cuestionaron todos los valores establecidos”. El resultado de esa exploración es un poema lacerante pero también lleno de calidez en memoria de las familias rotas, y de tantas vidas que pudieron ser pero no fueron.
Novios de internet
A priori, el principal aliciente de la segunda de las películas aspirantes a la Palma de Oro presentadas hoy, ‘The History of Sound’, es que la protagonizan dos intérpretes que poseen el título oficial de Novio De Internet -etiqueta aplicable a actores que la comunidad de internautas al completo querría llevarse a casa-, Paul Mescal y Josh O’Connor. Dirigida por el sudafricano Oliver Hermanus, relata la historia de amor entre dos hombres que, tras la Primera Guerra Mundial, pasan un invierno recorriendo el interior de Estados Unidos para recopilar canciones populares; a diferencia de ‘Brokeback Mountain’ (2005) -película con la que sin duda será comparada-, pretende que los prejuicios sociales no son un obstáculo para ese amor prohibido porque, en lugar eso, lo que le interesa explorar es el duelo perenne que causa la imposbilidad de vivir en plenitud algo tan arrebatador y difícil de encontrar como el amor verdadero. El problema es que, pese a la química que O’Connor y Mescal comparten, Hermanus en todo momento se muestra incapaz de transmitir como necesita el dolor derivado de ese anhelo irresoluto y que, en lugar de eso, deambula de una escena a la siguiente tratando de forma desesperada de convencer al espectador -y, probablemente, a quienes reparten premios y nominaciones- de que lo que cuenta es extremadamente relevante. No cuela.
Por lo que respecta a ‘Sentimental Value’, también presentada hoy a competición, es la mejor película que el noruego Joachim Trier ha dirigido desde su obra maestra, ‘Oslo, 31 de agosto’ (2011), y se centra en una familia lastrada por un historial que incluye torturas a manos de los nazis, suicidios, alzheimer, depresión, abandono, narcisismo patológico y varios traumas más. Como en su película inmediatamente anterior, la increíblemente irritante ‘La peor persona del mundo’ (2021), Trier vuelve a evidenciar su tendencia a rellenar de más sus historias, ya sea a través de voces en off, canciones en la banda sonora, digresiones en diferentes formatos o referencias a otros cineastas, en este caso Ingmar Bergman. Sin embargo, aquí ese vicio acaba jugando a su favor, en tanto que le permite convertir un puñado de ideas más bien trilladas -sobre las secuelas que los padres causan a sus hijos, sobre el poder sanador del arte, sobre el significado del que dotamos a los espacios y los objetos que nos rodean- en algo realmente singular y memorable.
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