Festival de Cannes
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El director de cine Wes Anderson en el Festival de Cannes. / Joel C Ryan / AP


Nando Salvà
Nando SalvàEn los últimos años, a medida que se confirmaba como el cineasta con el que todo Hollywood quiere trabajar -¿existe otro director más capaz que él de convertir sus películas en pasarelas para celebridades?-, Wes Anderson ha ido adentrándose cada vez más en el corazón de su propio universo, ese lugar que empezó a edificar en ‘Academia Rushmore’ (1998) y sobre todo en ‘Los Tenenbaums’ (2001) -llamémoslo Andersonia, o quizá Wesville- donde imperan las demarcaciones precisas de espacio y color, las composiciones meticulosísimas, los personajes hieráticos que declaman diálogos estilizados y los objetos del pasado reconvertidos en reliquias pop, y que en sus últimas películas ha adquirido la densidad suficiente para dejar a sus visitantes algo perdidos e incluso agotados. En ese sentido, es importante dejar claro desde el principio que la ficción que Anderson ha presentado hoy a concurso en el Festival de Cannes es casi minimalista si se compara con las dos inmediatamente anteriores de su filmografía, ‘La crónica francesa’ (2021) y ‘Asteroid City’ (2023), tan sobrepobladas de ornamentación visual y estructural que muchos solo nos sentimos capaces de admirarlas desde la distancia, porque no encontramos hueco para entrar en ellas.

Wes Anderson, Mia Threapleton y Rupert Friend en la alfombra roja. / Associated Press/LaPresse / LAP
El protagonista de ‘La trama fenicia’ es el despiadado magnate internacional Zsa-Zsa Korda (Benicio del Toro), que al principio de la película, tras salir airoso por sexta vez en su vida de un accidente aéreo sin duda provocado, designa a su hija, una monja, como la única heredera de su patrimonio. Cuenta el propio Anderson que es un personaje que modeló a partir de su difunto suegro, un ingeniero libanés que impulsaba proyectos por todo el mundo, y de oscuras figuras empresariales del siglo XX como el magnate naviero Aristóteles Onassis y el empresario armenio Calouste Gulbenkian, que ayudaba a empresas occidentales a explotar las regiones productoras de petróleo de Oriente Medio. A lo largo de la película, Korda y su hija vuelan de un país a otro para renegociar acuerdos con los socios comerciales de él, y entretanto Anderson, sin salir de Wesville, nos invita a acordarnos de los métodos de los autócratas que gobiernan nuestro mundo. Cualquiera que haya permanecido atento a su carrera entenderá que no es la primera vez que el tejano usa su cine herméticamente sellado para hacerse eco de aspectos problemáticos de la realidad contemporánea: a través tanto de ‘El Gran Hotel Budapest’ (2014) como de la alegoría animada ‘Isla de perros’ (2018), por ejemplo, lanzó advertencias sobre el auge del autoritarismo que resultaron ser proféticas.

Wes Anderson en Cannes. / Associated Press/LaPresse / LAP
Y mientras acompaña a Korda en un viaje a través del que el empresario va comprendiendo el daño causado por su avaricia, sus artimañas, su paranoia, su desprecio por su familia y su actitud arrogante frente al sufrimiento ajeno, Anderson vuelve a ensayar el tipo de comedia en la que se ha especializado durante la última década, matizada a base de terror existencial y cubierta por la alargada sombra de la muerte -varias escenas de ‘La trama fenicia’, de hecho, transcurren en una versión del Más Allá probablemente inspirada tanto en el cine de Buñuel como en el de Michael Powell-; puede que, entretanto, la película no transmita el tipo de melancolía irresistible de obras previas de su autor como ‘Moonrise Kingdom’ (2012) y ‘El Gran Hotel Budapest’ (2014) pero, en buena medida porque sus personajes no son meros maniquíes diseñados para exhibir los caprichos estilísticos de su creador, es la mejor película surgida de Andersonia en lo que llevamos de década.

El director Wes Anderson con su familia: Juman Malouf y su hija Freya. / CLEMENS BILAN / EFE
Los fantasmas de la dictadura
Segunda de las películas aspirantes a la Palma de Oro presentadas hoy, ‘Agente secreto’ es la película más monumental de las dirigidas hasta la fecha por el brasileño Kleber Mendonça, y de hecho funciona como recopilatorio de elementos presentes en todo su cine previo: aúna la ansiedad y el miedo cotidianos que transpiraba su primer largometraje, ‘Sonidos de barrio’ (2012), el enfado contra el capitalismo voraz y en defensa de la memoria histórica que abanderó en ‘Doña Clara’ (2016), el componente distópico en el que basó ‘Bacurau’ (2019) y el profundo amor por el cine que exudó en su magnífico documental ‘Retratos fantasmas’ (2023). Ambientada durante la dictadura militar de Brasil como la reciente ganadora del Oscar ‘Aún estoy aquí (2024), de Walter Salles, contempla a un académico de izquierdas que viaja a su Recife natal escapando de un poderoso enemigo y decidido a huir del país con su hijo pequeño, y que poco a poco va comprendiendo que los tiburones, literales y metafóricos, harán todo lo posible por impedírselo.

Presentación de 'Agente Secreto' en el Festival de Cannes. / Antonin Thuillier / AFP
Se trata de un thriller político inconfundiblemente negro, menos interesado en poner en pie un misterio que en exudar fatalismo, y decidido a regalarse al espectador a través de una sucesión de virguerías estilísticas que incluyen barridos de cámara, pantallas partidas y una escena que rinde homenaje al cine ‘exploitation’ mostrando una pierda humana que siembra el caos en un parque donde opera el más desenfrenado ‘cruising’. Filho tiende a prolongar las escenas más de lo necesario y, como resultado, el ritmo de la película es más moroso de lo que quizá debiera, pero eso no le impide derrochar una contagiosa energía anárquica mientras captura la podredumbre de la dictadura y contagia un profundo amor por Brasil, su historia y sus costumbres, y también por el cine mismo.

Julianne Moore en la alfombra roja. / Associated Press/LaPresse / LAP
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