Festival de Cannes

‘Die My Love’: la traumática maternidad de Jennifer Lawrence

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La actriz Jennifer Lawrence en el Festival de Cannnes.

La actriz Jennifer Lawrence en el Festival de Cannnes. / Scott A Garfitt / AP

Nando Salvà

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Cannes
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La directora Lynne Ramsay tiene una hija de 10 años, y sería muy interesante conocer qué opina la chica de las dos películas que su madre ha dirigido hasta la fecha centrándose en el asunto de la maternidad. La primera es la que proporcionó a la escocesa el éxito internacional, 'Tenemos que hablar de Kevin' (2011), retrato de una mujer que lidia con el terrible dolor infligido por su hijo, un psicópata asesino culpable de cometer una masacre estudiantil. La segunda es la que ha presentado hoy a concurso en el Festival de Cannes, 'Die My Love', que contempla a una joven en apariencia aquejada de una versión especialmente virulenta, y violenta, de la depresión posparto. Queda clara la idea: tener descendencia solo proporciona sufrimiento.

Debe matizarse, eso sí, que Ramsay no es quien tuvo la idea original de adaptar a la pantalla la novela de la argentina Ariana Harwicz en la que 'Die My Love' se basa, ‘Matate, amor’; en realidad, Martin Scorsese se la propuso a Jennifer Lawrence, que es coproductora de la película además de su protagonista en la piel de una mujer que aceptó a regañadientes instalarse en el campo, donde lucha a diario contra la soledad, el aburrimiento, el aparente desinterés de su marido (Robert Pattinson) en satisfacer sus necesidades sexuales y el cuidado de un bebé al que probablemente nunca quiso tener. Y conocer sus orígenes -o, más concretamente, que Ramsay no formó parte de ellos- quizá ayude a explicar por qué 'Die My Love' no exhibe el mismo talento para explorar psicologías extremas y comportamientos humanos animalísticos que se detectan en las mejores obras de la directora, 'Ratcatcher' (1999) y 'En realidad, nunca estuviste aquí' (2017).

Las películas que retratan la maternidad como una prisión a estas alturas se han convertido en un subgénero, y en defensa de esta cabe decir que -a diferencia de muchas de sus predecesoras- no trata ni de justificar a su protagonista ni de redimirla. Su principal problema, en cambio, es que se niega a explorarla como merece y a concederle a catártica resolución que la lógica de su periplo -en realidad, el desdén por la lógica es a la vez un problema recurrente en la película y una trampa conveniente para hacerla avanzar- parece exigir. El personaje deja claro desde el principio cuál es su conflicto, y a partir de entonces tarda demasiado tiempo en recorrer, de forma monótona y hasta tediosa, un demasiado corto.

También presentada hoy a concurso, el nuevo largometraje de Richard Linklater es, independientemente de su valor artístico, la película perfecta para un festival como Cannes. Después de todo, ‘Nouvelle Vague’ recrea el proceso de producción de ‘Al final de la escapada’ (1960), la ficción que impulsó no solo la carrera del maestro Jean-Luc Godard sino todo el movimiento cinematográfico conocido ‘Nueva Ola Francesa’. Rodada en francés y en un blanco y negro que captura a la perfección las texturas visuales del clásico al que rinde tributo, la película se divierte retratando el carácter arrogante de Godard y su tendencia a hablar a través de citas y aforismos, imaginando el ‘making off’ de varias escenas icónicas y haciendo pasear por la pantalla a una sucesión de émulos de artistas como Jean-Paul Belmondo, Jean Seberg, Claude Chabrol, François Truffaut, Jacques Rivette, Jacques Demy, Agnès Varda, Eric Rohmer y Juliette Grecco, entre muchos otros. Linklater, en cambio, en ningún momento se molesta en explorar el contexto sociopolítico en el que ‘Al final de la escapada’ surgió o los motivos por los que resultó tan rupturista; se contenta con ofrecer un ejercicio de fetichismo cinematográfico que despertará simpatías entre la cinefilia pese a que no les aporta nada pero que generará indiferencia entre quienes no estén familiarizados con el mundo que recrea. Y, por descontado, es probable que el propio Godard se esté revolviendo en la tumba por culpa de ella.

Richard Linklater y Zoey Deutch en el Festival de Cannes.

Richard Linklater y Zoey Deutch en el Festival de Cannes. / Clemens Bilan

El primer largometraje de la japonesa Chie Hayakawa, ‘Plan 75’, retrataba un presente distópico en el que el gobierno nipón, con el fin de aliviar los problemas demográficos y financieros de la nación, alienta a los ancianos a optar por el suicidio asistido. El segundo, tercera de las películas aspirantes a la Palma de Oro presentadas hoy, en cambio reivindica la necesidad de valorar y respetar a los más jóvenes. Situada a las afueras de Tokio en la década de los 80, se centra en el día a día de una niña cuyo padre sufre un cáncer terminal, y que para afrontar ese inevitable rito de paso inventa elaboradas fantasías a través de las que aprende a procesar la idea misma de la muerte. Se trata de una obra extraordinariamente contenida, elegante y reflexiva, cuya virtud más evidente es que se niega a empujar al espectador a la lágrima a pesar de lidiar con personajes que cuidan a los moribundos, lloran a los muertos o luchan por sacar adelante matrimonios inertes.