Crítica de teatro
'Cor dels amants' en el Lliure de Gràcia: elegía coral de las situaciones cotidianas
El solicitado director Tiago Rodrigues lleva al Lliure una pieza íntima sobre el amor, la muerte y el paso del tiempo, un original reto interpretativo que Marta Marco y Joan Carreras resuelven con buen oficio.
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Escena de 'Cor dels amants'. / Teatre Barcelona


Manuel Pérez i Muñoz
Manuel Pérez i MuñozPeriodista.
Que el tiempo es relativo, ya nos lo explicó Einstein, una idea que regresa sin fórmulas matemáticas, solo con las altas dosis de intimidad y poesía que genera 'Cor dels amants' en el Lliure de Gràcia. El actual director del Festival de Aviñón, el portugués Tiago Rodrigues, redondea su buena relación con nuestros escenarios con su primer montaje en catalán, nueva versión de un texto escrito en 2007 a través del cual purga un recuerdo traumático. Una historia que parte del mínimo común narrador –amor, muerte– y se viste de una aparente sencillez argumental, lluvia fina que va calando hasta dejarnos empapados de nostalgia por lo que algún día perderemos.
Más acostumbrados a sus montajes de medio formato que esconden un punto de grandilocuencia discursiva (como 'Catarina e a beleza de matar fascistas', también en el Lliure, o 'Dans la mesure de l’Impossible' del pasado festival Temporada Alta), Rodrigues vuelve con 'Cor dels amants' a la dimensión más recóndita y experimental de los primeros trabajos que nos presentó. Como en 'António e Cleópatra' (2016), de nuevo se muestra una pareja que funciona como un enigma que nos resulta familiar, identificable, un puzzle fragmentado a través del lenguaje de las situaciones cotidianas.
"Tenemos tiempo"
La función arranca con la velocidad de las catástrofes, asistimos a una situación límite, una experiencia de muerte que sirve después de mesura para los tempos de la vida. Los amantes pisan la arena en la que se desarrollan las grandes tragedias, dos seres que como los coros del teatro clásico recitan su periplo al unísono, con disonancias que perfilan cada carácter. Cuatro canciones o actos de una obra breve cuya partitura se va desgranando con ritmos desiguales: algunas partes vibrantes y corales, otras introspectivas, casi tediosas, hasta decantar en un final endulzado de ecologismo.
En esa forma de narrar simultánea –con los dos intérpretes hablando a la vez– reside el gran hallazgo del espectáculo. El reto exige ritmo y coordinación en el fraseo, una filigrana bien bordada por Marta Marco y Joan Carreras. Este último se destaca como es habitual, su rol ofrece más margen para desplegar un arco emocional que va de la desesperación hasta una ternura sutil. La iluminación de Rui Monteiro, sobre todo en la primera parte, aporta profundidad simbólica a un argumento que resulta mínimo, con vacíos que llenamos de significado para encontrar un sentido a la existencia. “Tenemos tiempo”, repiten los personajes, estribillo optimista a modo de 'carpe diem', pero que también supone un apremiante 'tempus fugit'.
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