Política y moda

Pepe Mujica: lecciones estéticas

Las frases de Pepe Mujica, el hombre que cambió las armas por las palabras

Jose Mujica en Montevideo en junio de 2024 con su particular estilo austero.

Jose Mujica en Montevideo en junio de 2024 con su particular estilo austero. / EITAN ABRAMOVICH / AFP

Patrycia Centeno

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“El poder no cambia a las personas, sólo revela lo que en realidad son”. Es la cita que más veces he repetido en mis 15 años dedicándome a esto de descifrar la imagen del liderazgo. La soltaba y callaba más de una boca. Y no sólo por la verdad de la afirmación que atravesaba como un puñal a todo aquel que pretendía enmascarar su hipocresía moral bajo un nuevo disfraz al haber ascendido a lo alto del escalafón social; también porque al descubrir al autor de la sentencia (Pepe Mujica), nadie poseía suficiente autoridad (coherencia vital) para replicar.

La verdad es que un asceta llamado Jose Mujica me ha enseñado más sobre estÉtica que la mayoría de mandatarios que pretenden impresionar con una colección de trajes hechos a medida en Brioni (el mismo Hugo Chávez admitió que poseía más de 100) o de los que se aferran al zarrapastrismo para mantener su compromiso con el pueblo como si tal representación visual de la izquierda no significara un insulto y otro estereotipo estético clasista para condenar aún más al trabajador (los Pablos Iglesias de la vida)…

El president Pere Aragonés (i), acopañado de Meritxell Serret (2-i), se reúne con José Pepe Mujica (c) en su casa, en la zona Rural de Montevideo (Uruguay).

El president Pere Aragonés (i), acopañado de Meritxell Serret (2-i), se reúne con José Pepe Mujica (c) en su casa, en la zona Rural de Montevideo (Uruguay). / Gastón Britos / EFE

Como esteta, la admiración y consideración hacia los ascetas no es incongruente. El asceta renuncia conscientemente a la estética y a través de una reflexión profunda asume y abraza la austeridad y la moderación como estilo de vida, creando así una nueva estética: la suya. No lo hace por complejos, inseguridades o imposiciones culturales acerca de creencias sugestionadas por el poder a lo largo de los siglos acerca del cuerpo y la apariencia. Se nota porque se mantiene fiel en el tiempo y bajo cualquier contexto.

Como el papa Francisco (sí, menuda racha llevamos…), Mujica no trabajaba el aparentar y eso precisamente (la autenticidad) es lo que logra la excelencia en el liderazgo. Vivir en la chacra, donar una parte importante de su sueldo como presidente a causas benéficas, rechazar un millón de dólares de un jeque por su viejo Beetle azul porque “había sido un regalo y sería como ofender a esas personas”… La boina, sus chamarras de lana, jerséis de punto, camisas de manga corta o arremangadas, jeans o pantalones para andar en el huerto conseguían el mayor de los halagos: “no parece político”.

Jose Mujica en 2024 en un acto en Montevideo, Uruguay.

Jose Mujica en 2024 en un acto en Montevideo, Uruguay. / Europa Press/Contacto/Nicolas Ce / Europa Press

Ni siquiera su cazadora de ante marrón para ocasiones especiales o el terno que se compró a los 74 años (¡su primer traje!) como candidato a la presidencia de Uruguay le restaron un halo de humildad. Si bien podía elevar el cuidado de sus hábitos como prueba de respeto a quien lo recibía y por respeto a la representatividad con su pueblo, jamás aceptó la corbata. Al accesorio masculino lo consideraba “un nudo miserable”.

El guerrillero-campesino convertido en presidente recordaba a sus asesores que se tomaba la presidencia como un trabajo y “para laborar no se precisa corbata”. Su pelo canoso revuelto (con la huella de la almohada en la nuca), espesas cejas bicolor, carrillos sonrosados y ojos chispsosos hacían que se le percibiera como el entrañable abuelo que tras compartir los más sabios consejos cosechados, te ofrecía un caramelo de café con leche para endulzar los sinsabores de la vida. 

Foto de archivo de expresidente de Uruguay José Pepe Mujica en su casa en el Rincón del Cerro en Montevideo (Uruguay).

Foto de archivo de expresidente de Uruguay José Pepe Mujica en su casa en el Rincón del Cerro en Montevideo (Uruguay). / Gastón Britos / (EPA) EFE

Encerrado y torturado durante 12 años, el guerrillero salió con la cabeza rapada y pronunció palabras de paz e instó al mundo a apreciar la riqueza en términos de tiempo y libertad. No tuvo hijos con Lucía Topolansky, su compañera de vida, pero sí perrhij@s. Aunque los adoraba a todos, con Manuela (la perrita a la que faltaba una patita) fueron inseparables. Y como indicó, dentro de unas horas será enterrado junto a ella bajo a un árbol de su chacra. La coherencia del asceta siempre es una lección estÉtica.

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