Crítica de clásica

Händel, Jacobs y la pasión por el Barroco

El ciclo 'Palau Òpera', un claro ejemplo de que el Barroco hoy arrastra multitudes, se clausuró con 'Tamerlano' de Händel en una brillante interpretación del ya legendario maestro belga

'Tamerlano', de Haendel, en el Palau de la Música

'Tamerlano', de Haendel, en el Palau de la Música

Pablo Meléndez-Haddad

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Las visitas de René Jacobs al mando de la Freiburger Barockorchester con un repertorio lírico poco explorado se han convertido en una tradición tanto en el Liceu como en el Palau. Ahora ha despedido la temporada 'Palau Òpera' ofreciendo una joya de Händel, ‘Tamerlano’, estrenada el mismo año de su glorioso ‘Giulio Cesare’, que en unas semanas se verá, escenificada, en el Liceu.

La obra contiene aspectos novedosos en la trama y en la evolución de los personajes; tampoco hay ‘happy end’, sino un moralista coro final.

La leyenda cuenta que Händel necesitó solo 20 días para componerla y, pese a ello, posee momentos de gran belleza que en el escenario del Palau revivieron gracias a un extraordinario 'ensemble' de cámara en torno a los 25 profesores, sin trompas, con arpa acompañando a la tiorba en el continuo y unos cantantes que semiescenificaron la obra alrededor de la orquesta debidamente ataviados.

Jacobs y sus músicos siempre causan impacto, y esta vez no fue excepción. Los enfoques del maestro belga aportan nuevas miradas, imponiendo ‘tempi’ teatrales y jugando con todos los elementos a su alcance para crear el adecuado ambiente dramático de las óperas que ofrece en versión de concierto o 'semi-stage', como es el caso. Su Händel es musicalmente poderoso, elegante, contrastado y ligero, pero también austero, sin mucho espacio para la ornamentación ni para el lucimiento de los cantantes en las arias más lucidas y de furia, con pocos trinos, variaciones o sobreagudos.

En el apartado de solistas vocales Jacobs mantuvo las formas de sus giras, con un 'cast' con luces y sombras.

Paul-Antoine Bénos-Djian, dibujó un Tamerlano fantástico, expresivo, capaz de jugar con los colores y los acentos, genial en el canto florido; su "A dispetto d’un volto ingrato" fue lo mejor de la noche. Alexander Chance fue un Andronico sonoro, virtuoso y muy concentrado en su papel. Su bella Asteria, la soprano Katharina Ruckgaber, aportó una voz atractiva y bien trabajada, flexible y de suficiente proyección.

Helena Rasker fue una Irene de garra, poderío y fácil coloratura, muy convincente en su tesitura de contralto, mientras que Matthias Winckhler fue un Leone más que correcto.

En el debe se quedó el inestable (no solo psicológicamente) tenor Thomas Walker defendiendo sin mucha fineza al fundamental Bajazet.

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