La caja de resonancia
Bad Bunny lo vende todo y el fin del mundo se acerca
Los diez estadios vendidos en Madrid y dos en Barcelona para 2026 dejan un rastro de melómanos adultos indignados. No se hagan mala sangre y prueben con ese último álbum, 'Debí tirar más fotos', que no está nada mal

Bad Bunny actuará en Barcelona y Madrid en mayo de 2026


Jordi Bianciotto
Jordi BianciottoPeriodista
Los 12 estadios vendidos en 24 horas por Bad Bunny han sido la gota que ha colmado el vaso: se acaba el mundo, es el apocalipsis. El acto definitivo que simboliza la gran fractura generacional y cultural. Un reguetonero, vendiendo en 24 horas más entradas en España que Bruce Springsteen, los Rolling Stones, U2 y AC/DC juntos en sus últimas visitas, esas 600.000 localidades sin duda adquiridas por individuos teledirigidos, alienados y zoquetes. Es la decadencia del mundo occidental.
A ver, se veía venir, porque 'Debí tirar más fotos' es un álbum imponente, que deja muy atrás el grueso de la música urbana latina que resuena desde hace unos años. Cadencias reguetoneras, también salsa y otros géneros tropicales, con electrónica y metales y congas, lúdico y abierto al experimento. Como otros músicos urbanos, Bad Bunny (autor de sus canciones, muchas veces en solitario) enriquece la receta y mira de reojo a sus mayores, como el gran Héctor Lavoe. No siempre es cierto que se aplique un corte total con el pasado, sobre todo cuando el artista crece. Sus textos se alejan de la caricatura: aquí hay miga poética, melancolía y denuncia a costa de ese Puerto Rico amenazado por la bota yanqui. Atención a ese corto de 13 minutos en el que se lamenta de que una dependienta gringa no le entiende en su propio país cuando pide un 'queso con papa' en español, idioma que ejerce aquí, llamativamente, un rol de lengua oprimida.
Esos diez 'metropolitanos' y dos 'estadis' corrigen al alza todo lo que llevamos un tiempo observando sobre la multiplicación del público en los grandes eventos. Se ha contagiado el apetito por la música a un gran contingente de ciudadanía que no acudía a conciertos y que no encaja con la idea clásica del melómano o 'connaisseur'. Una conexión tal vez algo banal, liviana, porque es difícil gustar a tanta gente y a la vez pretender que todo ese público sea erudito. Ya pasó con Coldplay y sus cuatro noches en 2023, y lo de Bad Bunny es algo así, corregido y aumentado.
Por eso, se equivocan quienes concluyen que estamos perdidos porque comparan la supuesta frivolidad del público que paga por ver a un Bad Bunny, dado que presiente que es el lugar en el que hay que estar, con el 'musiquero' clásico que ha ido a ver a The Cure o Neil Young sabiéndose de memoria las caras B de sus 'singles'. A ese nuevo público hay que confrontarlo con la gran mayoría que hace unos años no acudía jamás a un concierto. La música se expande y ocupa nuevos planos. ¿Dónde está el problema?
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