Crítica

Gustavo Dudamel y Marina Rebeka enamoran con Ravel y Strauss

El director venezolano y la soprano letona ofrecieron un concierto extraordinario en el Liceu despidiendo la temporada del ciclo BCN Clàssics

Gustavo Dudamel y Marina Rebeka en el Liceu

Gustavo Dudamel y Marina Rebeka en el Liceu / Antoni Bofill

Pablo Meléndez-Haddad

Pablo Meléndez-Haddad

Barcelona
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La temporada de BCN Clàssics ha despedido su curso 2024-25 este fin de semana con dos conciertos extraordinarios, uno en el Liceu y otro en el Palau, ambos a cargo de la London Symphony Orchestra con Gustavo Dudamel en el podio. El primero, el sábado, contó además con la consagrada soprano letona Marina Rebeka, que regresaba al Gran Teatre tras su aplaudida ‘Norma’ de la temporada 2021-22 y antes de la gala liceísta en la que participará el 6 de junio. El programa proponía obras de especial belleza gracias a la maestría de Richard Strauss, compositor inclasificable del siglo XX que apostó por la melodía ¡y con qué acierto! A ese talento se une otra de sus facetas que lo engrandecen: su capacidad como orquestador, para vestir de una tímbrica tan sensual como teatralmente efectista su concepto de ‘melodía infinita’. Dudamel, experto comunicador, tenía muy claro que con esta maravilla de programa el público saldría flotando del teatro, como así ha sido.

La velada tenía, además, un doble regalo añadido, dos piezas de otro grande de la melodía y de la tímbrica, Maurice Ravel, de quien se conmemora el 150º aniversario de su nacimiento, y al que se le ha rendido homenaje con el ciclo de 'mélodies' ‘Shéhérazade’. Integrado por ‘Asie’, ‘La flûte enchantée’ y ‘L'indifférent’, la cantante letona esculpió cada una de ellas con un material vocal precioso, un timbre de terciopelo y una capacidad para el fraseo y para subir a los agudos impresionante. Dudamel la acompañó dejándola respirar, pero sin darle tregua, ya que sacó provecho de los contrastes y armonías de cada canción.

Fiesta final

La cita se abrió con el poema sinfónico ‘Don Juan’, obra de juventud de Strauss en la que ya demuestra maneras, ofrecida en una soberbia interpretación, extrovertida, brillante. Tras las canciones ravelinas y la pausa, volvió la música del francés con su también temprana ‘Rapsodie espagnole’, una de las muchas miradas al exotismo que representaba Andalucía para los creadores galos, también servida en bandeja de plata por la orquesta inglesa.

El final fue toda una fiesta, la maravillosa suite orquestal de la ópera ‘Der Rosenkavalier’ que concentra los momentos cruciales de una comedia que es pura belleza y que maestro y conjunto ofrecieron de manera soberbia sustentados por unos virtuosos en la madera, la flauta y la trompa.

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