El universo paralelo del libro y la rosa

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Día de libros y rosas en el 'Triángulo Friki'.

Día de libros y rosas en el 'Triángulo Friki'. / JORDI OTIX

Carles Cols

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Barcelona
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Fue 2013 el año de estreno de ‘Guerra Mundial Z’ y, también, el año en que el Ayuntamiento de Barcelona decidió trasladar parte de la Diada de Sant Jordi a (dicho esto como un elogio, jamás como un desprecio) la ‘zona friki’ del paseo de Sant Joan, al tramo comprendido entre la Gran Via y la Ronda de Sant Pere. Fue una solución de emergencia para evitar que la Rambla y la columna vertebral del Eixample parecieran un año más cualquiera de esas sobrecogedoras escenas de la película protagonizada por Brad Pitt. Basta con ver el tráiler del film para hacerse entender una idea de cuál era el problema. Han pasado 12 años y ese un tiempo suficientemente prudencial para evaluar los resultados. Fue una sabia, feliz y acertadísima decisión que alumbró algo más que un satélite de la Diada de Sant Jordi a varias calles del centro de la ciudad. Sant Jordi contra Cthulhu. Eso sí que es una lucha legendaria. Por algo le llaman a aquello el Triángulo Friki. Ni siquiera habría que recordarlo, pero es un destino de fama mundial para los amantes de la literatura fantástica, el cómic, el manga, el terror, el vicio y la subcultura.

Literatura fantástica en las estanterías de Gigamesh, un universo paralelo de Sant Jordi.

Literatura fantástica en las estanterías de Gigamesh, un universo paralelo de Sant Jordi / JORDI OTIX

Fue en 1983 cuando Norma Comics, tienda y editorial sin igual en cualquier hemisferio de la Tierra, abrió una tienda en el paseo de Sant Joan. Entonces (qué raro es a veces el urbanismo), ese tramo del paseo estaba aletargado comercialmente. Lo que había sido la puerta de entrada a la Exposición Universal de 1888 yacía como un globo pinchado. La comunidad china aún no se había afincado en Fort Pienc ni en la calle de Trafalgar. Ni Norma Comics podía imaginar lo que acababa de sembrar. Pasados dos años, abrió tienda muy cerca, en un semisótano de la ronda, Gigamesh, que para su bautizo tomó el nombre de un relato de Stanislaw Lem, pero sin la ele, vamos, nada que ver con la epopeya sumeria de ‘Gilgamesh’, y eso que la historia de ese establecimiento tiene algo también de epopeya.

La anécdota se ha contado un porrón de veces, pero es inmortal. Un día entró un mujer que preguntó por la estantería en la que podría encontrar obras de o sobre Aristóteles. A Alejo Cuervo, el dueño, le salió una respuesta espontánea. “No, señora, aquí solo tenemos vicio y subcultura”. Y para evitar futuros malentendidos, esas dos palabras las añadió en el rótulo de la tienda, bajo el nombre de Gigamesh, primero, en el de su semisótano, y, después, en el del colosal espacio de la calle de Bailèn al que terminó por trasladarse cuando entendió que son legión en esta ciudad los amantes del vicio y la subcultura.

Un lector, en Gigamesh.

Un lector, en Gigamesh. / JORDI OTIX

Menudo frenesí este Sant Jordi en Norma Comics, en Gigamesh y en la constelación de librerías y otras hierbas que caracterizan el Triángulo Friki. Es un público lector muy fiel al género. Bueno, más bien dicho, a los géneros. Saben quiénes son Zerocalcare, Javier Olivares, Jorge Carrión, Manolo Carot, Mario Barrachina, Gema Vadillo, Bea Aguilar y Carlos di Urarte (por citar varios con colas de aúpa para firmar) como en otras calles de la ciudad saben quiénes son Javier Cercas o María Dueñas.

Colas para la firma de libros frente a Norma Comics, en paseo de Sant Joan desde 1983.

Colas para la firma de libros frente a Norma Comics, en paseo de Sant Joan desde 1983. / JORDI OTIX

Se supone que en una crónica de ambiente como ésta hay que recabar opiniones. No es fácil adentrarse en este universo paralelo, pero, ¡caramba!, un señor hojea en Gigamesh un ejemplar de The Bloody Red Baron, y esta parece una buena ocasión para iniciar una conversación. “Me encantan sus pastiches”, dice sobre su autor, Kim Newman. Así es. En una anterior novela, Anno Dracula, este escritor cogió el final de la obra de Bram Stoker y le dio un giro inesperado. Val Helsing no terminaba con Drácula. Todo lo contrario. El más noble de los vampiros vencía y se hacía hueco entre la aristocracia inglesa, que muy pronto se dejaba morder con tal de alcanzar la inmortalidad. Retrataba la época con graciosos guiños, como el de la inquietud que causan en Londres una serie de terribles crímenes en los que un desconocido descuartiza a prostitutas vampiras. “Este sucede después”, explica este lector mientras sostiene entre sus manos como un tesoro The Bloody Red Baron. “El vampirismo se ha extendido a la Alemania de Bismarck y en la Primera Guerra Mundial Manfred Albrecht von Richthofen, héroe de la aviación, tiene colmillos. Tiene Newman, al parecer, una tercera novela sesentera no traducida al español, Drácula Cha Cha Cha, en la que una parte de la acción sucede en la Roma de Fellini. ¿Qué será lo próximo? “¿Ese tono sonrosado de Trump no te parece sospechoso?”, le pregunto. “Seguro que Newman ya se ha dado cuenta”, responde.

Pues eso. Larga vida, eterna si es posible, al Sant Jordi de Sant Joan.