Rosas de abril

FOTOGALERÍA | El primer Sant Jordi de Daniel Mordzinski, el fotógrafo de los escritores

Durante veinticuatro horas he intentado plasmar en imágenes este prodigio libresco, esta fiesta que no hay imagen ni fotografía que logre transmitir lo que he sentido durante esta primera vez. He venido a Barcelona a llenarme de Sant Jordi y termino con la sensación que la gran fiesta del libro y de la rosa me sació y devoró, en el mejor sentido de la palabra.

Daniel Mordzinski

Barcelona
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Cuando Álex Salmòn me invitó a fijar mi mirada sobre Sant Jordi, lo primero que pensé es en lo que me gustaría contar, y sobre todo, por supuesto en los lectores de EL PERIÓDICO. Finalmente propuse un relato visual: un foto-relato construido de imágenes, sueños, anhelos y también de las voces de los escritores retratados, pues toda fotografía es una indagación personal y artística sobre lo que queremos contar.

Recorrer las calles de Barcelona el 23 de abril por primera vez es una experiencia única, maravillosa, sorprendente, que no he de olvidar y a pesar de ser un multitudinario encuentro –nunca antes había vivida semejante movilización en torno al libro—es también un encuentro de soledades: la de los escritores, mientras fabulan su mundo, y la soledad de los lectores que, tras hacer largas filas para conseguir una firma, recrean esos mundos en sus cabezas al leerlos. Pero hoy, el silencio y la calma de la literatura se hacen fiesta y diálogo, reencuentros, conversaciones, comidas (gracias Tusquets) y paseos. Los libros dejan de ser puntos de encuentro virtuales para convertirse en cita colectiva. Y para mí, lector letraherido desde siempre, fabulador de las fábulas ajenas, es la ocasión de reencontrar autores y seguirles la pista cámara en mano entre la muchedumbre, cual sabueso de los Basckerville, aunque con mejores propósitos.

Toda selección es parcial, incompleta, arbitraria… elegir autoras para portar la rosa y el libro el 23 de abril no fue un capricho: creo que la imagen de mis queridas Rosa Montero y Gioconda Belli y la del resto de las escritoras retratadas, dan testimonio del merecido protagonismo a las autoras que han sido la gran revolución de la literatura en este siglo XXI.

El 23 de abril tiene algo de fiesta grande de pueblo, de un pueblo habitado por todas las imaginaciones. Y como en toda fiesta, es ocasión para los encuentros, como el de Enrique Vila-Matas y Pierre Lemaitre en una librería, la amistad de Manuel Vilas y Lorenzo Silva o el amor de Edurne Portela y José Ovejero.

Como fotógrafo, Sant Jordi me dio, en primer lugar, la posibilidad de retratar y conocer nuevos escritores que necesito para comprender la dimensión real de ese gran atlas de la vida que es la literatura. Después, la alegría de encontrarme con escritores amigos que quiero y admiro (Enrique Vila-Matas, Carmen Yáñez, Ana Merino, Ignacio Martínez de Pisón, Pilar Adón, Juan Gabriel Vásquez) y por fin la oportunidad de preguntarme, lejos de mi epicentro de trabajo y de vida, qué rumbo lleva mi proyecto creativo.

Durante veinticuatro horas he intentado plasmar en imágenes este prodigio libresco, esta fiesta que no hay imagen ni fotografía que logre transmitir lo que he sentido durante esta primera vez. He venido a Barcelona a llenarme de Sant Jordi y termino con la sensación que la gran fiesta del libro y de la rosa me sació y devoró, en el mejor sentido de la palabra.

El destino quiso que Cervantes y Shakespeare, las dos cumbres del Himalaya literario, murieran el 23 de abril del mismo año de 1616. Los seres humanos, con sus inventos, hicieron que murieran en realidad en días diferentes, pues España se regía entonces por el calendario gregoriano e Inglaterra por el juliano.

El 23 de abril de uno y otro calendario tenían diez días de diferencia. Bella metáfora de cómo la literatura acaba nombrando la verdad a través de sus mentiras.