QUEMAR DESPUÉS DE LEER

El yo en transición de Remedios Varo y sus cartas a desconocidos

La pintora surrealista nacida en Girona, y nunca misteriosamente reivindicada, renunció a dejar huella con un mural popular en México, huyendo del destructivo foco del éxito, convencida de que para seguir creando, debía protegerse, después de todo, ¿no nacía su arte de la propia idea de la huida?

De Barcelona Remedios Varo viajó a París en 1937, al poco de estallar la Guerra Civil. Lo hizo con el poeta surrealista Benjamin Péret, y en 1941, cuando los nazis invadieron la capital francesa, se exilió a México. Nunca regresó a España.

De Barcelona Remedios Varo viajó a París en 1937, al poco de estallar la Guerra Civil. Lo hizo con el poeta surrealista Benjamin Péret, y en 1941, cuando los nazis invadieron la capital francesa, se exilió a México. Nunca regresó a España. / Laura Monsoriu

Laura Fernández

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Barcelona
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Remedios Varo, la pintora surrealista que prefirió no dejar huella —se negó a pintar un mural en México que la habría elevado a la categoría de Diego Rivera, que habría para siempre sido su tarjeta de presentación mundial, algo que visitar sin más, una marca—, porque estaba siguiendo al pie de la letra el manifiesto de André Breton —"Debemos ante todo huir de la aprobación del público. Exijo la ocultación profunda y verdadera del surrealismo", escribió, esto último, en mayúsculas, una orden clara—, nació en un pueblo de Girona, Anglès, en 1908. Es, de hecho, el perfil de la montaña de Santa Bàrbara, en Anglès, lo que brilla, con una luz dorada imposible, en 'Ícono', esa suerte de retablo pictórico, ese tesoro que, por una vez, puede verse en España.

'Ícono', el cuadro que pintó en 1945 —no es exactamente un cuadro, pues tiene forma de pequeño armario, un par de puertas doradas que se abren para mostrar el icono, una especie de torre alada de puerta abierta y tablero de ajedrez en el suelo, una escalera que se pierde hacia el Más Allá, o el Infinito, una rueda de bicicleta—, forma parte de la colección del MALBA, el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, pero estos días está en Madrid —junto a otros cuatro cuadros, y un dibujo, de la pintora catalana que jamás se ha tenido como tal —cosa que resulta un auténtico misterio— y que, junto a Leonora Carrington —buena amiga, con quien se divertían escribiendo cartas a desconocidos, coleccionando direcciones de listines—, es la más famosa damadel surrealismo.

Su obsesión por las tejedoras —y por los tejidos, ella misma consideraba el acto de pintar algo parecido a tejer— proviene de sus años de infancia en Anglès, en plena pequeña revolución industrial —téxtil—, y el asunto de lo que ella llamó el homo rodans —su primer relato se tituló precisamente así— reelabora, desde un anacronismo sin época —esos sabios y esos alquimistas, esos seres humanos que parecen sacados de cartas del tarot, de un tiempo sin tiempo—, el exilio, ese perpetuo movimiento del que no tiene hogar, ni asidero, que lo lleva, como en 'Roulotte' (1955), encima. Un hogar pequeño pero utilitario, en el que el habitante del mismo, siempre un alguien de aire místico, sueña, y trabaja, o alimenta, como en 'Papilla estelar', a una luna enjaulada.

Fundación MAPFRE presenta una gran antológica sobre el surrealismo, con obras de Salvador Dalí, René Magritte y Remedios Varo, entre otros, en su sede de Madrid.

Fundación MAPFRE presenta una gran antológica sobre el surrealismo, con obras de Salvador Dalí, René Magritte y Remedios Varo, entre otros, en su sede de Madrid. / FUNDACIÓN MAPFRE / Europa Press

Varo trabajó como diseñadora publicitaria en Barcelona, donde se instaló en 1932, sumándose al grupo surrealista catalán Logicofobista. Como deja claro Isabel Castells en 'El tejido de los sueños', uno de los pocos estudios profundos que existen sobre la pintora y su obra, editado por Cuatro Vientos, y disponible a la salida de 'Otros surrealismos', la exposición que estos días puede verse en la Fundación Mapfre de Madrid, excelentemente bien comisariada por Estrella De Diego, y con una representación del arte surrealista femenino impresionante —hay incluso dibujos de Gala—, Remedios Varo se sintió siempre parte del movimiento, y parte importante, pero a la vez, superada por el destructivo foco del éxito, decidió apartarse de la primera línea. Para protegerse.

De Barcelona viajó a París en 1937, al poco de estallar la Guerra Civil. Lo hizo con el poeta surrealista Benjamin Péret, y en 1941, cuando los nazis invadieron la capital francesa, se exilió a México. Nunca regresó a España. Sus cuadros tampoco. Para verlos, debes viajar al Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México. A menos que ocurra un milagro y se le dedique una muestra en algún otro lugar del mundo. Oh, El malabarista o El juglar puede verse en el MoMa de Nueva York. Para los estudiosos de su obra, y ella misma, sus cuadros fueron siempre poesía. El objeto encontrado —que constituye la primera norma del surrealismo: piensen en la oreja de 'Terciopelo azul', de David Lynch, está ahí, en un lugar al que no pertenece— en su caso es siempre un yo en transición.

Un yo en transición al que, sin embargo, movía aquello que había conservado de su infancia. Porque el mismo 'Homo Rodans' —que además de un relato, incluido en 'El tejido de los sueños', es un cuadro— viaja sobre la típica rueda de los canales de riego de Anglés, y en El Alquimista (1955) aparece el típico taburete de tres patas de tejedora —y otra rueda—, y el suelo sobre el que descansa es el suelo de las casas del carrer Major de Anglès, que había visto de niña. Toda obra de arte es siempre un viaje, y acostumbra a ser un viaje a todo aquello que el artista —o la artista— lleva dentro, una catedral de espejos en la que el reflejo es siempre el mismo, él o ella misma, y que en el caso de Remedios Varo era puro y doloroso —triste y sin embargo poderoso, soñador— movimiento.