La caja de resonancia
Contra el tardeo: divertirse, pero solo un poco
¿Cuántas canciones ha inspirado la tarde? ¿Y cuántas la noche? No hay color: solo el territorio nocturno se abre a lo imprevisto, lo mágico, lo salvaje. O debería hacerlo, incluso en Barcelona

Tardeo multitudinario de El Paripé en Pachá. / El Paripé


Jordi Bianciotto
Jordi BianciottoPeriodista
Gana terreno esa idea de diversión a tiempo parcial llamada tardeo, a juego, en Barcelona, con la consolidación de horarios nocturnos recortados, potenciada cuando no nos quedaba otro remedio, en el período pandémico. En la restauración, el desajuste entre la hora en que acaban conciertos y espectáculos y el toque de queda de las cocinas es estridente y va a peor. Cuánto daño hizo el sabio futbolero cuando nos emplazó a los catalanes a levantarnos cada día “ben d’hora, ben d’hora”.
El tardeo. Se le presenta como un tiempo de recreo ajustado a la agenda productiva, sobre todo entre semana. Al parecer, es cosa, sobre todo, de los jóvenes, pero no tanto, los mayores de 25. Como estímulo para dar un poco de alegría a tus jornadas más ordinarias, pues mejor eso que nada, pero pretender que sustituya a la noche es un disparate y una derrota. Hablamos de una actitud, de permitirte exponerte a las cosas que solo ocurren cuando las pautas se relajan, cuando todos nos comportamos de otro modo y las horas por venir son un folio en blanco. Y si al día siguiente te resientes por haber dormido poco, pues te fastidias. Vivir tiene un precio y, además, mancha.
En las artes, da risa comparar el efecto inspirador de la tarde y el de la noche: el encajonamiento de ese ratito en el que pasarlo fenomenal frente a las puertas abiertas a lo imprevisto, lo loco y lo salvaje que puede traer la oscuridad. El bailoteo frugal, mirando el reloj, frente al poder desestabilizador de la luna. No me imagino a Bruce Springsteen conduciendo contra la lluvia y contra el viento para comprarle un par de zapatos a su chica en horario de tarde (en su larga y angustiada canción ‘Drive all night’), ni a Frank Sinatra sustituyendo la madrugada de ‘In the wee small hours’ por la franja de seis a diez. Aquella intimidad en el camino del alba, aquella nitidez confesional, sin interferencias, cuando el mundo está en suspenso. ¿’Jo, qué noche’, la vertiginosa película de Scorsese, convertida en ‘Jo, qué tarde’? Menudo aburrimiento.
Solo las grandes fuerzas generan clichés, y a la noche se la ha cantado a cuento de que es joven, de que es nuestra y de que durará siempre, porque hace subir la fiebre (Bee Gees), es buena para el combate (Elton John) y la queremos ‘entera’ (Vicco). ¿Y la tarde? En la mejor canción que se le ha dedicado, ‘Sunny afternoon’, los Kinks la asocian a la complacencia del burgués decadente que gandulea adormilado bajo el tenue sol del crepúsculo. ¿Es esto lo que queremos para Barcelona?
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