Aniversario

Martín Gaite, una escritora frente a la muerte de su madre y su hija

En el centenario de su nacimiento, Siruela publica dos relatos con los que la escritora salmantina exorcizó la pérdida de las dos mujeres más importantes de su vida

Carmen Martín Gaite y su hija Marta Sánchez Martín.

Carmen Martín Gaite y su hija Marta Sánchez Martín. / Biblioteca Digital de Castilla y León

Natalia Araguás

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Barcelona
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 Carmen Martín Gaite (Salamanca, 1925 - Madrid, 2000) tuvo un trato asiduo con sus muertos, del que deja rastro en su obra: superada la mediana edad, los tenía más presentes que a los vivos. A sus 53 años, afrontó lo que para entonces le parecía inconcebible, el fallecimiento de su madre, María Gaite Veloso, sin que nunca se supiera la causa exacta y apenas dos meses después de haber enterrado a su padre. Mientras que la pérdida de él, aunque sentida, sí supo anticiparla, ya que estaba enfermo del corazón, el inesperado fallecimiento de su madre (“decidió morirse”) la dejó noqueada.

María Gaite le había enseñado a coser siendo niña y a afrontar con el mismo espíritu concienzudo la escritura. “Ponerse a contar es como empezar a coser; es ir una puntada detrás de otra, sean vainicas o recuerdos”, relataba en ‘El cuento de nunca acabar’ Martín Gaite, a quien gustaba recordar que texto y tejido tenían la misma raíz, una idea sobre la que últimamente han abundado escritoras como Irene Vallejo. Ávida lectora de novelas de aventuras (Verne, Salgari y Dumas), su madre también le contagió su apego por la literatura. Y sobre todo, la amó: “Mi madre, una de las personas más sabias que he conocido y desde luego la que más me quiso en este mundo y adivinó lo que me estaba pasando, aunque yo no se lo contara, solo con oírme la voz o verme la cara cuando la iba a visitar”, la homenajeó en ‘Retahíla con nieve en Nueva York’.

Fotografía de Carmen Martín Gaite con su hija Marta Sánchez Martín en el Boalo.

Fotografía de Carmen Martín Gaite con su hija Marta Sánchez Martín en el Boalo. / Biblioteca Digital de Castilla y León

En adelante y para siempre su propia madre, en palabras del filósofo francés Roland Barthes, a Carmen Martín Gaite aún le quedaba por encajar, huérfana, el gran golpe de su vida: la muerte de su hija, Marta Sánchez Martín, con solo 28 años, una de las primeras víctimas del sida en 1985, en plena movida madrileña. Aunque ya había perdido un primer hijo, Miguel, que murió de meningitis con solo ocho meses, Martín Gaite nunca se recuperó de esta segunda pérdida. Hubo de aprender a convivir con el dolor, que tuvo como primer fruto literario una meditación, ‘El otoño de Poughkeepsie’, impregnado de Marta pero sin atreverse a citarla por su nombre.

Coincidiendo con el centenario del nacimiento de Martín Gaite, la editorial ‘Siruela’ ha publicado ‘De hija a madre, de madre a hija’, un libro que reúne este relato íntimo junto con ‘De su ventana a la mía’, otro texto poco conocido marcado por el vínculo con su madre. Porque Martín Gaite, durante demasiados años ‘Madame Ferlosio’, aunque su vasta producción y talento no tardaron en imponerse por sí mismos, sí se reivindicó como madre e hija.

Martín Gaite y su hija Marta Sánchez Martín, durante la llamada que le informa de que ha ganado el Nadal.

Martín Gaite y su hija Marta Sánchez Martín, durante la llamada que le informa de que ha ganado el Nadal. / EFE

“Siempre puede haber algo peor y lo peor de todo es perder la cabeza, no vivir cada tramo de la vida, hasta los más espantosos, con la mente serena y la mirada alerta, procurando apreciar lo que se tiene, lo poco o mucho que nos queda”, ya había aprendido Carmen Martín Gaite tras la muerte prematura de Marta. Escribió ‘El otoño de Poughkeepsie’ en un cuaderno que, de hecho, le había regalado a su hija, filóloga inglesa y traductora de Kipling, Truman Capote y Patricia Highsmith, además de colaboradora de la editorial Nostromo. Y consumidora de heroína en aquel Madrid enfebrecido de los ochenta, como su novio Carlos, uno de los hijos del psiquiatra Carlos Castilla del Pino, que fallecería un año después: murieron de forma prematura cuatro de sus seis hermanos, la heroína también se cebó con los cachorros de la intelectualidad de la época.

Educada en casa durante la infancia, como la propia Martín Gaite pero en un tiempo y un lugar mucho más complejo que el que vivió ella como la hija de un notario en la Salamanca en los años 30, a Marta se le permitía pintar los pasillos de la casa para explorar su creatividad. “No te hice celestial ni terrenal, ni mortal ni inmortal con el fin de que fueras libre y soberano artífice de ti mismo, de acuerdo con tu designio”, es la cita que Carmen Martín Gaite eligió para ‘Caperucita en Manhattan’, una alegoría moderna sobre las chicas que se extravían en el camino.

La escritora salmantina Carmen Martín Gaite.

La escritora salmantina Carmen Martín Gaite. / ANDREU DALMAU

Marta Sánchez Martín nunca llegó a estrenar el cuaderno que su madre compró para ella durante su estancia como profesora visitante en Chicago; escribió en él la familiar etiqueta ‘Cuaderno de todo’ y al poco se puso enferma. Martín Gaite lo usó para escribir ‘El otoño de Poughkeepsie’: madre e hija dialogaban a través de los cuadernos. Ya en diciembre de 1961 una Marta Sánchez Martín de cinco años estampó en el cuaderno de su madre con letra infantil: “Calila Martín Gaite. Cuaderno de todo”. Un apelativo que haría suyo la escritora, el de Calila.

Diez días después de la muerte de su madre, Carmen Martín Gaite recibió el Premio Nacional de Narrativa por ‘El cuarto de atrás’, la novela preferida de ella. El 29 de octubre de 1980, dos meses después de su fallecimiento y la víspera de Todos los Santos, escribiría: “De vez en cuando te me apareces entre los árboles de otoño, intempestivamente, cuando menos lo espero, con aquel gorrito que llevabas en El Bolao”. También se aferraría al recuerdo de su hija Marta, en su obra y en sus sueños: “Para el alma que ella dejó de guardia permanente, como una lucecita encendida, en mi casa, en mi cuerpo y en el nombre por el que me llamaba”, escribió en la dedicatoria de ‘Nubosidad variable’ en 1992, su segunda novela, escrita tras el parón creativo en el que la sumió su muerte. Sola, como nunca lo había estado, la autora se refugió en la literatura.