'ANTIDOCUMENTAL' DE NATURALEZA
Emilio Fonseca, director de 'Salvaxe, salvaxe': "El lobo se utiliza como chivo expiatorio, igual que la inmigración o los okupas"
Se estrena la película que ganó el premio al mejor documental en el Festival de Cine de Málaga del año pasado, y que ofrece una mirada empática y política sobre un animal que encarna como ninguno a la naturaleza menos domesticada

Un imagen de 'Salvaxe, salvaxe', que ganó la Biznaga de Plata al Mejor Documental en la pasada edición del Festival de Málaga, obtenida con una cámara-trampa de uso científico.
El Congreso de los Diputados daba el visto bueno, este jueves, a eliminar la protección especial de las poblaciones de lobo al norte del Duero. Una medida que permitirá su caza, y que además deja la puerta abierta a que también pueda rebajarse esta protección para las poblaciones al sur de ese río que delimita el norte peninsular. Lo hacía, sorprendentemente, al aprobar una enmienda del Senado apoyada por PP, Vox y PNV a la Ley de Desperdicio Alimentario, que modifica el Real Decreto en el que se desarrollaba el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial (LESPRES) y el Catálogo Español de Especies Amenazadas. Se acaba así con la prohibición de cazar lobos en todo el territorio nacional que imperaba desde que el Ministerio para la Transición Ecológica decidiera protegerlos hace tres años.
Este movimiento legislativo se ha producido con una curiosa coincidencia. El cineasta gallego Emilio Fonseca estrena este viernes, con pases programados en diferentes ciudades, Salvaxe, salvaxe, la película con la que se llevó la Biznaga de Plata al mejor documental en el Festival de Cine de Málaga del año pasado, y que se centra en la figura del lobo ibérico. Rodado en los montes de Galicia y del norte de Portugal, la cinta es más un ensayo fílmico que un documental al uso, y hace una reivindicación de este animal como una de las últimas encarnaciones en nuestro entorno de lo salvaje, de una naturaleza que se resiste a ser sometida por lo humano. Fonseca deconstruye diferentes mitos negativos asociados con el lobo que pesan sobre nosotros desde tiempo inmemorial, y que hoy en día se ven reforzados por un discurso acusatorio que agitan esencialmente ganaderos, cazadores y esa misma derecha que ha votado en bloque (Junts apoyaba las enmiendas encaminadas a rebajar su protección al sur del Duero) contra su supervivencia.
"Este es un ejemplo claro del aprovechamiento de la figura del lobo para polarizar a la sociedad y tratar de cosechar votos sin atender a criterios científicos ni racionales", defiende el director tras conocer la decisión del parlamento. "El lobo es un símbolo poderoso que permite crear un enemigo al que echarle unas culpas que no tiene y desviar la atención de otros problemas. Un chivo expiatorio como lo son la inmigración o la okupación". Fonseca también reconoce su sorpresa por la forma en la que se ha deslizado esta legislación. "Los desperdicios alimentarios son los miles de toneladas de alimentos que se tiran cada año por cuestiones logísticas y económicas. Los animales que mueren en los montes, a menos que sean envenenados, no son desperdicios. En la naturaleza no se desperdicia nada. Son alimento para otros vertebrados, invertebrados, más tarde bacterias y hongos descomponedores, y después alimento para las plantas que nos dan el oxígeno que respiramos", explica al teléfono. Se le nota razonablemente indignado.
Generar debate
Salvaxe, salvaxe es un proyecto que nació de la curiosidad que su director sentía por un animal que le fascina desde la infancia. Una criatura que además sigue siendo "un símbolo y un mito que sirve para hablar de otras cosas". En torno al lobo, sostiene, hay mucha desinformación y mucho debate tóxico. "Se exageran su agresividad o los daños que provoca al sector ganadero. Y se deslizan discursos falsos y conspiranoicos, como el de que los suelta la administración o el de que no son auténticos lobos ibéricos, que se han instalado aquí especies extrañas a nuestro entorno, casi invasivas, para legitimar su exterminio".
Fonseca quería "mover un poco el debate", dice, "situarlo en un contexto de Antropoceno, de catástrofe climática y de extinción masiva de especies. Además, en un territorio gallego-portugués nada idílico, sino muy castigado por los incendios, las infraestructuras o la sobreexplotación". Vídeos en internet en los que se habla de todo lo negativo del lobo hay centenares, pero él buscaba un acercamiento más integral en el que confluyesen disciplinas como la filosofía, la sociología o la biología. Apoyado en mucha lectura de filosofía de la naturaleza, de etología, de divulgación científica. De pensadores como Donna Haraway, de las digresiones de W. G. Sebald o de Leviatán o la ballena, de Philip Hoare, un libro que también habla de nuestra fascinación por un animal supuestamente enemigo.
Quería también que el espectador sintiera "esa fascinación y esa magia que siento yo en el monte mirando al bicherío". Sin embargo, en Salvaxe, salvaxe ese espectador nunca va a ver al animal como lo vería en unos de esos impactantes documentales de la BBC que ponen en La 2 o en las plataformas. El proyecto, que arrancó con un enfoque más convencional, se fue convirtiendo, a medida que evolucionaba, en una película que tiene mucho de experimental. No hay aquí entrevistas con ganaderos, cazadores, biólogos o ecologistas. Lo que manda a lo largo del metraje es la imagen fantasmática del lobo y el trabajo discretos de unos científicos a los que apenas vemos la cara y a los que solo escuchamos susurrar en medio de los montes, presencias discretas en una naturaleza que ocupa todo el espacio.
El lobo es un animal que apenas se deja ver y al que es muy difícil grabar si no es con las cámaras-trampa que dejan instaladas en el bosque los investigadores. Sus imágenes son una parte importante del material de la película, y Fonseca solo se permitió reenfocar alguna de ellas para lograr planos un poco más cinematográficos. La habitual voz en off de los documentales es sustituida aquí por textos que se pueden leer sin prisa, dejando todo el protagonismo a los ruidos que produce la naturaleza, que se refuerzan con el diseño de sonido de Xoán-Xil López y con una banda sonora muy poco intrusiva de Ángel Faraldo. También hay algunas animaciones, a cargo de Laura Ginés y Peón Meneses, y ciertos trucos escenográficos con proyecciones de Laura R. Iturralde que lo alejan del modelo de documental convencional y tienen más que ver con el videoarte.
Ojos brillantes
El rodaje de la película se llevó a cabo en diferentes parajes de las cuatro provincias gallegas y del norte de Portugal. El equipo comandado por Fonseca sigue en buena parte del metraje a un equipo de investigadores portugueses que estudian las poblaciones de lobo que hay en el Alto Miño. Muchas de las grabaciones son nocturnas. Los lobos miran de frente a cámaras atadas a árboles. Se les ve durante solo unos segundos, y esas imágenes de visión nocturna, los ojos resaltando brillantes, refuerzan la idea de un animal un tanto fantasmal, huidizo y a menudo inencontrable. El propio director llegó a creer, después de muchas semanas de trabajo, que nunca iba a ver uno en directo. Un día, los investigadores les avisaron de una manada que se movía por una zona concreta. "Los grabamos con zoom, desde lejos, llegando justo antes de que se despertasen y escondiendo el coche para que no nos localizara la gente de la zona, porque es un valle circundado por eólicos". Al poco tiempo de rodar esas imágenes, la manada desapareció.
Justo en esa escena de la que habla Emilio Fonseca y un instante después de que veamos a los lobos, hay un plano muy largo de la cámara perdiendo su mirada por los montes, intentando dar con ellos. Esa intención de que el espectador se incorpore al rastreo, de que se sienta un tanto perdido en la búsqueda del lobo, es premeditada. Y es la antítesis de las que generan esos documentales-espectáculo antes mencionados, donde los animales están siempre y todo es color, naturaleza exuberante y acción. De hecho, Fonseca y Xiana do Teixeiro, su productora y coguionista, hablan de este como un ‘antidocumental’ de naturaleza. Un término con el que, reconocen, buscaban provocar, pero con el que también querían "poner en cuestión los dispositivos de esos documentales con grandes medios que se graban con animales acostumbrados a los humanos, o al contrario, muy poco acostumbrados y por lo tanto poco asustados. Y en los que suena un aleteo de pájaros atronador que no existe en la naturaleza, o se falsea una escena con tres lagartos para hacer que parezca uno. Le tengo mucha manía a todo ese storytelling de los documentales de naturaleza que buscan el drama", dice. Ellos, por el contrario, querían "poner en valor esa imagen científica, de baja calidad técnica pero de extraordinario riqueza".
Después de rodar esta película, el director reconoce no haber conseguido una definición de lo salvaje, a pesar de haberla buscado con ahínco. "Diría que es una cualidad de lo vivo. Pero si hay algo salvaje, está claro que es el lobo. Al menos aquí, en este país, es el epítome de lo salvaje, también porque es lo opuesto al perro doméstico, o al ganado. Es el animal que no se deja explotar, el que no obedece. El que quiere vivir sin respetar los códigos de civilización que hemos impuesto", dice el Fonseca más filosófico. "Haber conseguido sobrevivir hasta aquí es ya un hito para ellos, y creo que eso habría que respetarlo y cuidarlo, porque es un tesoro de la biodiversidad". Alerta además el cineasta contra "los peligros de esta excepcionalidad humana, de considerarnos por encima de las demás criaturas y negar su existencia y su derecho a vivir". Por eso su película es un llamamiento en la dirección contraria: a la empatía y la convivencia, al respeto a la naturaleza y a quienes la conforman. También a ser conscientes de cómo nos adentramos en ella, de cómo la miramos o cómo la filmamos. El arte y la política (cierta política), otra vez en direcciones contrarias.
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