Opinión | Política y moda

Patrycia Centeno

Patrycia Centeno

Experta en comunicación no verbal.

Los significados ocultos de la corbata

Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo

Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo / EDUARDO PARRA / EUROPA PRESS

Modelos, presentadoras, tertulianas, reinas, primeras damas, políticas… Todas han acabado haciéndose el lazo. Sea como corbata o camisa lazada, el accesorio se complementa además con el resto del uniforme de trabajo masculino. Un terno o un dos piezas de raya diplomática con el pelo engominado y una actitud y postura emulando al dandi varón. Algunas como Melania Trump, Letizia o Yolanda Díaz simplemente habrán querido seguir “las tendencias” (con el peligro que entraña: si sólo vas a la moda acabarás pasando de moda y no trascendiendo como cuando marcas un estilo).

Hace ya tres años que las pasarelas insisten en presentar a la mujer masculinizada (no abandonan la cultura del género, sólo se decantan por el predominante: el masculino). Los diseñadores hacen lo que pueden: dentro del diseño de moda ya está todo inventado así que desde la última revolución traída por los japoneses a través de la deconstrucción, y luego seguida por los Seis de Amberes, que prácticamente sólo contemplamos periódicas revisiones.

El uso de la ropa de hombre puede tener distintos significados. En los años veinte y treinta, Marlene Dietrich o Coco Chanel buscaban proyectar romper con las reglas estéticas de género. La adopción de pantalones, monos, jerséis y ropa de trabajo de padres, maridos e hijos durante la época de las grandes guerras y los tejanos de los años sesenta y setenta eran serias llamadas a la igualdad sexual. En los ochenta, el smoking de YSL o los trajes chaqueta de Armani pretendían demostrar que las mujeres podíamos hacer lo mismo que los hombres con poder (de ahí las camisas lazo de Thatcher).

Hoy, cuando un nuevo auge de machismo y resentimiento parece amenazar lo logrado estos años por las mujeres también a nivel estético, recurrir nuevamente a la vestimenta masculina podría intuirse como una defensa de las conquistas alcanzadas (Kamala Harris con sus sempiternos trajes pantalón estructurados durante la campaña contra Trump). Sin embargo, la premio Pulitzer, Alison Lurie, sostiene en el Lenguaje de la Moda que el estilo Anne Hall puede transmitir al mismo tiempo un irónico mensaje antifeminista.

La corbata nació corta, un pañuelo que las esposas anudaron al cuello de los mercenarios croatas que partían a combatir en la guerra de los Treinta Años. A los galos, siempre pendientes de la coquetería, les fascinó la “cravate”. Desde entonces resiste, aunque ahora mucho más larga de lo que en verdad es, y mucho más fina, ya no tan abultada como en otras épocas. No sé si me explico… Las hombreras, la bragueta o la corbata son prendas con tanto contenido y pretensión sexual como un tacón, un wonderbra o un tanga; sólo que en ellos el pecado sexual es menor, casi invisible socialmente.

Para el psiconalismo, la corbata es el símbolo fálico por excelencia del ropero masculino. Y, en este sentido, algunas tenemos bien claro que no sentimos ninguna envidia de pene y nos repele esa perversa sugerencia a masculinizarnos a costa de desfeminizarnos. Por eso, aunque guardes una preciosa corbata hecha enteramente de perlas que tu tía compró en un viaje a la Expo de Sevilla, la contemplas y dejas la joya guardada. Porque te has prometido que jamás colgará como una soga en tu cuello. Por lo menos nunca ni por modas, miedos o creencias de género que hoy siguen repitiendo que todo lo suyo es más poderoso que tu magnífica falda de tul rosa.

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