La caja de resonancia
¿Para qué sirve el periodismo musical?
Las estrellas pop sienten que pueden vivir menospreciando a la prensa, y es ahí donde la profesión debe potenciar su propia agenda, más en un tiempo musicalmente apasionante, con tantas claves por desentrañar

Concierto del 40º aniversario de Els Pets en La Paloma de Barcelona, el jueves pasado. / FERRAN SENDRA / EPC


Jordi Bianciotto
Jordi BianciottoPeriodista
Iniciativa simpática y reconfortante, la del I Congreso de la Prensa Musical, que la PAM (Periodistas Asociados Musicales) organizó el pasado lunes en Madrid, en la sede de la AIE (Artistas, Intérpretes y Ejecutantes). Nunca nos habíamos podido ver las caras tantos periodistas del gremio (un centenar), aunque la reunión acabara teniendo, como se veía venir, cierto cariz de aquelarre catártico, liberador de tensiones acumuladas.
Es todo el periodismo el que vive una sacudida desde hace ya unos cuantos años, y la parcela musical encaja variables específicas. Un colega me contaba cuál fue la entrañable respuesta de un portavoz de C. Tangana cuando le pidió una entrevista: "Tú le necesitas a él, pero él no te necesita a ti". Bueno, hoy los artistas pueden comunicarse a través de sus redes, aunque nuestro correo y nuestro ‘whatsapp’ arden a diario con propuestas de entrevistas de todo calado.
El artículo escrito en una cabecera de prestigio sigue siendo importante como medio de validación de un trabajo artístico, como hizo notar Diego A. Manrique, que, según nos dijo, va a titular su próximo libro ni más ni menos que ‘El mejor oficio del mundo’. Me parecía a mí que podía serlo cuando, en una clase de COU, haciendo una maestra la ronda de preguntas sobre qué queríamos ser en la vida, le respondí que periodista musical. En 1983. "¿Y eso qué es?", me respondió muy extrañada.
Y sí, es un oficio emocionante, y más aún si no nos limitamos a expedir actas notariales de la agenda industrial y elaboramos nuestro propio orden de prioridades. Hacía ahí apunté mi mensaje en el Congreso, porque el momento lo pide a gritos. Vivimos, en el campo musical, una época asombrosa, con lenguajes renovados y nuevas formas de relación con la música. Algunas nos indignan: es un impulso automático rechazar lo que no entiendes o que sientes que te pilla lejos.
Conciertos sin instrumentistas, latinidades imperiales, ‘hits’ comprimidos con estribillos exprés, géneros musicales más líquidos, productores que son estrellas, artistas ‘underground’ que también son ‘mainstream’ (y viceversa), conciertos con el móvil en alto, ansiedad en la compra de entradas, plataformas de interiores opacos, las incógnitas de la IA. Muchas claves por desentrañar, muchísimos prejuicios (todos los tenemos) que alguien debe intentar poner delante del espejo, para que no acabemos todos enfurecidos por cada pequeña cosa que ocurre y que nos contraría; para no morir en el ruido, pensando que después de nosotros solo viene el caos.
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