HISTORIA

La lengua muerta de Madrid que un vecino lucha por recuperar: tiene su diccionario y sólo existen dos libros traducidos

El cheli fue gestándose en los arrabales hasta que, en los 70, con la aparición de nuevas tribus urbanas, despuntó: recientemente, se ha editado una versión de 'El principito' en este sociolecto

El cheli es una jerga que hereda elementos del casticismo madrileño.

El cheli es una jerga que hereda elementos del casticismo madrileño. / COMUNIDAD DE MADRID

Madrid
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Imagine un Madrid que, como Cataluña, Galicia y País Vasco, hablara su propio idioma. Con sus rótulos doblados y películas subtituladas. Donde la educación y la sanidad fueran bilingües. Sin olvidar recetas, músicas y noticias. Una urbe donde la Oficina del Español que Isabel Díaz Ayuso abrió para Toni Cantó tuviese sentido. Porque, claro, viendo el historial del PP, que votó en contra del uso de las lenguas cooficiales en el Congreso, su postura hubiese sido férrea: “Los españoles son muy españoles y mucho español”. Ya lo dijo su líder, el ex presidente Mariano Rajoy, en 2015, durante la campaña electoral. Esta ficción podría haberse dado si el cheli hubiera sobrevivido. Su situación era incomparable a la del catalán, gallego y euskera, pero tuvo su calado en los 70. Un sociolecto que, hoy, ya extinguido, resucita puntualmente en la cultura.

“Se trata de un argot casto porque es una empalizada de palabras, un sistema de señales, una jerga guerrera, ofensiva y defensiva, utilizada por la generación marginal que se enfrenta a la ciudad adulta y metropolitana desde fuera y desde dentro […]. Su núcleo, como el de un dialecto griego, es su guturalidad, lo que un poeta llamaría la voz personal, el estilo inconfundible, el son, que hace la canción […]. Es suburbial, casi infantil, pegamoide, rockero, temible como una agresión inmóvil, porque la hornada siguiente es la que nos juzga y nos deja muertos sin sepultura”, escribió Francisco Umbral en Diccionario cheli. Una definición que subraya la raiz popular de esta variante lingüística. Su origen se remonta al siglo XVIII, en pleno auge del casticismo. Fue tomando cuerpo en los arrabales hasta que, en los 70, con la aparición de nuevas tribus urbanas, despuntó.

El cheli se utilizaba para marcar los límites entre grupos sociales, lo que le daba cierto secretismo. Así, según la edad y la formación, se emplea de un modo u otro. No obstante, su vinculación con algunos barrios de Madrid le dio entidad. “Nace en un momento de cambio político, bajo el influjo del punk […]. El cheliparlante establece una barrera para que nadie se entere de su conversación, le da un aire de superioridad”, explicó la investigadora Margarita de Hoyos en Una variedad del habla coloquial. Tronco (amigo), viejos (padres), madero (policía), fardar (presumir) y zurrar (pegar) son algunos de los términos que han resistido el paso del tiempo, incorporándose al castellano. De hecho, la Real Academia Española las ha aceptado tras expandirse por el resto del país.

Expresiones como echarse unos pelotazos (tomarse unas copas), ligar bronce (ponerse moreno), chuparse el dedo (creer que engañas), cortar el rollo (interrumpir algo) y jalarse una rosca (besarse), poco a poco, se han ido introduciendo en el acervo cultural. En parte, gracias a tres hitos: la tradición oral del costumbrismo que se materializó en la zarzuela, la inmigración de interior que se estableció en la periferia y la popularización de una jerga que explotó en La Movida. Salpicado de préstamos y deformaciones lingüísticas, el cheli alberga numerosos vocablos tomados del caló. Sin embargo, su rasgo diferenciador es la creación de voces con sufijos particulares como -ata (cubata), -ales (rubiales) y -eras (guaperas). Los movimientos contraculturales que se expandieron por la capital fueron decisivos.

Ramocín, uno de los impulsores

El cine quinqui fue uno de sus grandes aliados, donde era habitual escucharlo con naturalidad. Aunque la televisión jugó un papel residual, pendiente de otras tendencias, La bola de cristal no lo descuidó. Rafael Sánchez Ferlosio y Camilo José Cela lo usaron en El Jarama y La colmena, respectivamente. Se extendió por panfletos y fanzines. E internet lo cultivó en foros y chats. Hasta el alcalde Enrique Tierno Galván lo impulsó al considerarlo un elemento tan madrileño como el Oso y el madroño. Sin perder de vista las referencias que hay en temas de Joaquín Sabina y Ramoncín. Este último, además, editó un glosario que, junto a del Umbral, se ha convertido en la biblia del cheli: en el invierno de 1980 se mudó a Londres para componer las canciones de su tercer álbum y escribir una novela, el germen del libro que publicó más tarde.

“Carente de estilo y técnica, debería ser realista y cruda. Decidí, por tanto, utilizar el lenguaje que estaba acostumbrado a oír, no sólo en el ambiente familiar, sino también entre los chicos del barrio, así como las personas con las que convivía: tenderos, taberneros, trabajadores de las fábricas próximas al sur, buscavidas de billar, delincuentes con la gandula a cuestas y, sobre todo, busqueros de Legazpi y Lavapiés y dependientes de los mercados de la fruta y el pescado. Maestros, cada uno, de las jergas y germanías del castellano […]. Me encontré con una historia tan incomprensible que sólo había una solución: reescribirla o añadir un apéndice para facilitar su comprensión. Se quedó en un cajón y la obsesión por completar el diccionario se apoderó de mí durante 12 años”, señala Ramoncín.

El 'Nuevo testamento' en cheli

Ambos tomos fueron la base sobre la que se tradujeron los dos únicos libros que existen en cheli: por un lado, en 1994, el capellán de extinta cárcel de Carabanchel, Antonio Alonso, lanzó El Chuli, los colegas y la basca, una adaptación del Nuevo testamento; por otro lado, en 2022, el periodista Álvaro de Benito se aventuró con El principito, de Antoine de Saint-Exupéry. “Quería reconocer la importancia que tuvo y realizar un versión con la que Madrid reconociese su identidad. Así que recogí el mayor vocabulario posible. Ha habido gente que me ha comentado que es exactamente cómo lo hablaba, mientra que otros dicen que les ha costado leerlo. Al estar identificado con ciertas tendencias sociales hubo quien se mostró en contra al considerarla una barbaridad”, cuenta De Benito sobre El chaval principeras.

Este traductor se encuentra detrás de Desde Tuma, el sello que levantó para difundir el patrimonio lingüístico español. Por ahora, ya se ha atrevido con títulos en gacería, cántabro, rebollanu, manchego y jaquetía. “No debemos dejar atrás los dialectos y hablas que conforman cada lengua, son parte de la génesis de cada región. El castellano churro, por ejemplo, que se habla en la Comunidad Valenciana, tiene influencia del aragonés histórico que llevaron sus repobladores en la Edad Media. Obviamente, esa variante difiere de la de Cáceres y Palencia”, comenta. Pese a que el cheli pervive a duras penas, aún puede escucharse en la calle: “Hoy colega es bro, al igual que antes lo bueno era chachi. La juventud ya pasa del bocata y dice next, pero seguro que no les es ajeno segurata y dabuten… aunque algunas les de cringe”.