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Crítica de 'The Brutalist': el triunfo y la tragedia
Apoyándose en el demoledor trabajo de Adrien Brody, la película de Brady Corbet ofrece una experiencia que merece ser vivida frente a la pantalla más grande posible
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Alessandro Nivola y Adrien Brody, en una imagen de 'The Brutalist' / Universal Pictures
'The Brutalist'
Dirección: Brady Corbet
Intérpretes: Adrien Brody, Guy Pearce, Felicity Jones, Joe Alwyn
Estreno: 24 de enero de 2025
★★★★★
Un vistazo por encima a ‘The Brutalist’ basta para detectar sus osadas y atronadoras aspiraciones. Tiene una duración de tres horas y media -más un intermedio de 15 minutos-, su acción abarca tres décadas y se rodó en VistaVision, un formato fotográfico de gran calidad que llevaba seis décadas sin usarse. Es tentador comparar la película con el edificio apabullante y demente que trata de erigir su protagonista, Laszlo Toth, un arquitecto superviviente del Holocausto que huye de Europa hacia Estados Unidos y, una vez allí, lucha contra la falacia del sueño americano, el trauma causado por el genocidio y los límites de su propia arrogancia. Pero si el edificio de Toth es desorbitado e inescrutable, ‘The Brutalist’ avanza ágil y sin esfuerzo aparente pese a hablar de asuntos de máxima envergadura, exhibiendo energía propia del cine ‘indie’ y al mismo tiempo alineándose junto a epopeyas clásicas como ‘El padrino’, ‘Érase una vez en América’, ‘Pozos de ambición’ y ‘The Master’.
Su asunto central es el choque entre la búsqueda de la expresión artística pura y el empeño del capitalismo por limitarla. Tras llegar a un pacto fáustico con un benefactor que carece de la capacidad intelectual o espiritual para distinguir la forma de la función y las ideas del significado, a lo largo de los años Toth será sucesivamente admirado, adorado, tolerado, despreciado, explotado y terriblemente abusado mientras intenta hacer realidad su diseño maestro, inspirado por las atrocidades del nazismo y el tormento acumulado tras escapar de ellas. En el proceso, su angustia aumentará al mismo ritmo que su consumo de heroína, y su idealismo inicial dará paso a un individualismo intolerante y una negativa feroz a adaptar sus planes a los estúpidos gustos ajenos. Adrien Brody ofrece un trabajo demoledor capturando las cruentas guerras que suceden en el interior del personaje.
Brady Corbet nunca ha sido un director sutil. Sus dos primeros largometrajes, ‘La infancia de un líder’ y ‘Vox Lux’, prescindieron del subtexto para investigar respectivamente el ascenso del fascismo y las zonas grises del estrellato pop y, en ‘The Brutalist’, un sorprendente acto de violencia en el tercer acto se esfuerza demasiado por explicitar su carga metafórica. Pero eso no mitiga la furia y el dolor que esta película transpira, el poder estremecedor que transmite, el impacto que causan su sucesión de apabullantes imágenes y su evocador diseño sonoro y el nutrido repertorio de temas que explora: habla de arquitectura, del daño que la política y la ideología causan al arte, de la sombra del nazismo, del genio y la locura desatados por la tragedia, de la identidad judía, el antisemitismo y la experiencia inmigrante; y, aunque no llega a ahondar tanto como probablemente querría en todo ello, entretanto sí ofrece el tipo de experiencia que exige ser vivida frente a la pantalla más grande posible. Es, cómo no, cine monumental.
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