Crítica de 'Cónclave': sofisticadas intrigas papales

La principal virtud de 'Cónclave' es el conflicto. Por un lado, el conflicto entre un material de base, la novela homónima de Robert Harris, comercial y sus hechuras de película de autor. Por otro, el choque entre un relato juguetón y con evidente tendencia al delirio, y una ejecución de gran solemnidad. Esa colisión convierte lo nuevo del alemán Edward Berger ('Sin novedad en el frente') en una propuesta mucho más insólita de lo que parece y muy atractiva.

Tras la inesperada muerte del sumo pontífice, el cardenal Lawrence debe encargarse de dirigir el cónclave para elegir al nuevo Papa. Con ese punto de partida, Edward Berger levanta un entretenido y adictivo thriller que, a través de su estudio de las dinámicas de poder, pone sobre la mesa una amplia batería de temas complejos que vale la pena no desvelar por respeto a la naturaleza sorpresiva de la propuesta.

'Cónclave' funciona por la agilidad del guion, por su dinamismo, su ingenio y su afilado sentido del humor. También por sus interpretaciones. Berger va sobre seguro al apostar por grandes nombres, pero no es fácil que todas las piezas de un reparto coral brillen por igual y encajen como lo hacen aquí. Pero lo más atractivo del filme es cómo está rodada, cómo recrea Berger el Vaticano y dispone la intriga que tiene lugar allí. El cineasta pone en escena con elegancia, hace un uso expresivo interesantísimo del color y coreografía con suma precisión y habilidad los movimientos de los protagonistas de la historia.