Crítica de 'Amenaza en el aire': Acción y disparate

'Amenaza en el aire' abraza (con efusividad, entusiasmo y descaro), desde el minuto uno, su condición de divertimento sin demasiadas pretensiones. Es consciente de su naturaleza disparatada, de saltarse todo el rato la verosimilitud, de girar caprichosamente cuando le viene en gana. Mejor dicho, es consciente y se enorgullece de ello. Y esa desfachatez despojada de solemnidad y gravedad, tan propia de otra época (al más puro estilo del cine de acción de los 80), es lo que la hace divertida y lo que le da encanto… siempre y cuando el espectador compre sus arbitrarias reglas del juego. No es una película a la que pedirle lógica o coherencia (o una lógica y una coherencia distintas a las que ella te propone), tampoco un guion sofisticado.

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Menor en la filmografía de Mel Gibson como director ('La pasión de Cristo', 'Apocalypto'), 'Amenaza en el aire' es un filme de acción de interiores sobre tres personajes en un avión en marcha. No tiene los mejores efectos especiales y las bromas más escritas, las que están puestas en boca de los personajes, van justas de gracia. Pero funciona en su simpleza y en sus objetivos exclusivamente lúdicos, y la dirección es ingeniosa. Mel Gibson sabe sacarle partido a los elementos mínimos, sostener el ritmo y la tensión y jugar la carta de la sorpresa (aunque la sorpresa sea un dislate). Y tiene humor y la complicidad de un Mark Wahlberg entregado a un personaje estéticamente delirante.