EXPOSICIÓN

El viaje al fondo de la pintura de Secundino Hernández

El artista madrileño, uno de los más importantes de su generación, exhibe en la Sala Alcalá 31 una amplia retrospectiva de su carrera

Obras de Secundino Hernández que se pueden ver en la retrospectiva de su carrera que acoge la Sala Alcalá 31.

Obras de Secundino Hernández que se pueden ver en la retrospectiva de su carrera que acoge la Sala Alcalá 31. / Jonás Bel

Jacobo de Arce

Madrid
Por qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Cuando se le pregunta a Secundino Hernández (Madrid, 1975) qué es 'un Secundino', cuál sería el tipo de pintura más representativo de su trabajo, el artista responde con un tajante "el siguiente cuadro que falta por hacer". La suya ha sido una carrera en la que lleva treinta años investigando el lenguaje pictórico, reflexionando sobre la historia de la pintura y enfrentándose a nuevos desafíos expresivos. Y son esas inquietudes, esas intuiciones e ideas, las que quiere transmitir al visitante Secundino Hernández en obras, la retrospectiva que se puede ver en la Sala Alcalá 31 hasta el próximo 20 de abril. Con unas setenta obras colgadas que recorren toda su carrera y que llegan de diferentes museos y colecciones privadas, es la primera en condiciones que una institución pública dedica en España al que es quizá el pintor más relevante de la generación de artistas que ya nacieron en democracia.

"Esta exposición es un recorrido en el que, en lugar de mandar lo cronológico, hemos querido contar una serie de preocupaciones que se repiten a lo largo de toda su carrera, y ver cómo en estos treinta años ha habido un trabajo continuo sobre temas que son propios de la pintura", explica el comisario de la muestra, Joaquín García Martín. Su estructura responde a ese propósito, porque se divide en cuatro partes que vendrían a cubrir esos cuatro grandes campos de exploración en los que se ha movido el artista: el dibujo, la superficie, la forma y la figura. Un planteamiento que también recorre, como dice el comisario, "el proceso de realización de un cuadro" con sus diferentes fases. Cada una de ellas ocupa un espacio más o menos delimitado, lo que ha requerido colocar algunos muros efímeros que ahora dividen el gran espacio diáfano de esta sala situada en la planta baja de la Consejería de Cultura de la Comunidad de Madrid.

Nada más entrar, el visitante se topa con la más reciente y la más grande de las obras que se exhiben, un cuadro de casi diez metros por cuatro que asemeja un mural y que se compone de un sinfín de listones irregulares de pintura de diferentes colores. Lleva por título Confesión y dice el artista que es "una obra que recoge muchas de las inquietudes e ideas que he ido desarrollando durante mi trabajo en los últimos años, y que quizá a veces se agrupan de una forma un poco opaca, pero al final creo que se conjugan todas aquí". Esa continuidad es evidente respecto a las obras que conforman el apartado Dibujo que se abre a continuación, aunque en este caso sea con una amplia gama cromática y en el resto manden un blanco casi puro y el marrón del lino que forma el lienzo.

"Para mí el dibujo es la línea, es la composición, es la estructura del cuadro. Y ahí el color no tiene un papel fundamental. Es más, ahí lo que hago es ir directamente hacia el único color que hay, que es del lino puro y la preparación; o sea: un blanco y un color lino", dice Hernández delante de unas obras en las que esos listones, tan neutros en lo cromático, son en realidad jirones de tela que ha ido juntando y cosiendo para construir una superficie en la que lo mismo pinta que quita pintura, porque para él los dos gestos son parte del mismo proceso de producción de la obra. "La parte que sale del lienzo limpio sigue formando parte de la pintura", explica García Martín.

Materiales y soportes

Secundino Hernández tuvo su primer contacto con el arte en una escuela de pintura del barrio madrileño en el que se crio, el de Hortaleza. Era una más de las extraescolares con las que su madre trataba de apartarle de aquellas calles complicadas de los años 80, pero fue a la que se enganchó y en la que enseguida demostró sus capacidades. Allí aprendió los rudimentos de la pintura a partir del dibujo, y desde entonces este sigue siendo clave para él, como también lo es el conocimiento de los materiales o del propio soporte, lienzos y bastidores, en los que trabaja de manera constante, a menudo para resolver los desafíos que plantea realizar obras de gran tamaño.

Después de esa sala llena de tonos blancos y crudos, casi monocromo, el contraste con la siguiente, la consagrada a la Superficie, tiene algo de shock visual. Sobre varios lienzos hay kilos y kilos de pintura amontonada que recorre toda la paleta cromática. Son piezas casi escultóricas en las que el relieve tiene su importancia.

Cuando se le pregunta si en algún momento se ha planteado trabajar en serio otra disciplina artística, Hernández responde que sí, pero admite que no es sencillo. "He tenido la tentación de meterme en la escultura, he hecho relieves, he trabajado la fundición y he hecho cosas que son más experimentales y que al final, a mi manera, las incorporo a mi lenguaje", explica. "Pero la pintura es un medio que, además de sentir predilección por él, creo que se me da medio bien. Y me resulta más fácil proyectar mis ideas y mi pensamiento". Opina además que ese medio, durante mucho tiempo denostado en favor de lenguajes más contemporáneos, no está en absoluto agotado. "Creo que es justo al revés: para mí la pintura todavía tiene mucho por exprimir", asegura.  

La formación del artista

Cuando Secundino Hernández era aquel chaval que iba a clases de pintura en el barrio de Hortaleza trabó amistad con un pintor, Enrique Sirvent, que fue su primer contacto con el arte profesional. Con el tiempo acabó heredando de él una biblioteca que le descubrió a los clásicos ya antes de matricularse en la carrera de Bellas Artes en 1995. Sus años de estudio serán los mismos en los que el sector del arte en España se va alineando con el europeo, cuando se fortalece el tejido de galerías y por todo el territorio van surgiendo museos consagrados a la creación contemporánea en paralelo a las grandes colecciones privadas. El joven artista hace sus primeras exposiciones y completa su formación más allá de la facultad: en Santander comparte residencia artística con un nombre importante de la generación anterior, Navarro Baldeweg, y en el Círculo de Bellas Artes asiste a talleres con artistas de relieve como Albert Oehlen o Mitsuo Miura. Luis Gordillo, al que conocerá por entonces, será otro de sus mentores.

Una vez terminada la carrera dudará si dedicarse a la docencia o a la práctica artística, pero pronto se decide por esta. Arranca entonces su relación con la galería de Heinrich Ehrhardt (hoy Ehrhardt Flórez) y comienza a sonar como uno de los nombres destacados de una nueva generación de artistas españoles en la que también están Carles Congost, Sergio Belinchón, Ana Laura Aláez o Joan Morey, entre otros. Es una generación a la que ya no le cuesta integrarse en las corrientes internacionales, que conocen en España a través de los grandes museos, de las galerías o de ARCO. Tampoco les resulta difícil salir, expatriarse y mostrar su trabajo fuera, y así Hernández pasará casi una década, entre 2007 y 2017, viviendo en Berlín, aunque siga participando en exposiciones, ferias y premios españoles. Es en esos años cuando consolida un estilo propio y cuando tiene su primer gran éxito comercial. En 2013, una célebre pareja de coleccionistas americanos, Don y Mera Rubell, compran obra suya en ARCO y en su estudio, lo que supondrá el espaldarazo definitivo. Hasta hace muy poco, el artista decía que se le seguía valorando más fuera que dentro de España, al que debería contribuir a equilibrar esta exposición.

Abstracción y figuración

Ese estilo propio es el que se puede contemplar en la sala dedicada a la Forma. Con pinturas en las que se aprecian algunas de sus obsesiones: la dialéctica entre el centro y la periferia o entre el peso y la ligereza, el color aportando un barniz historicista, las capas de pintura que se han ido añadiendo y también las que se han quitado sin querer ocultar su rastro.

Están ahí los que se consideran, aunque él no lo tenga tan claro, los 'Secundinos', sus cuadros más reconocibles o representativos y en los que ha ido trabajando a lo largo de la última década. Obras abstractas, como la mayor parte de su trabajo, que contrastan con las que veremos en el piso de arriba, en la parte denominada Figura y donde nos toparemos con la única silueta reconocible con la que ha trabajado el pintor: la humana.

"No practica ninguno de los géneros clásicos de la pintura en los que no esté presente la figura humana: ni bodegones, ni floreros, ni paisajes, ni jardines", escribe Joaquín García Martín en el catálogo que ha hecho para la exposición. "Casi todo su interés se centra en tres posibilidades: el retrato, la figura en el espacio y los desnudos femeninos".

Aquí están esos retratos, con la superposición en el mismo lienzo de varios planos de una cara. O los desnudos en pequeños cuadros que pintó durante una estancia en Venecia y que obligan a mirarlos desde muy cerca, como si fuésemos voyeurs y lo estuviéramos haciendo por el ojo de una cerradura. Algunas de esas miniaturas las ha convertido después en serigrafías de gran formato, lo que da lugar a obras muy distintas en múltiples sentidos: lo trabajado manualmente se convierte en mecánico, lo privado se hace público y la figura, que era plenamente reconocible, a esa nueva escala se vuelve abstracta.

El artista no es dogmático respecto a la eterna dicotomía. "Para mí no hay un conflicto entre abstracción y figuración. Todo depende de la idea, tiene que ser consecuencia de mi pensamiento", dice, y es algo que, vista la exposición, queda bastante claro. Aunque luego, el artista eminentemente abstracto acabe admitiendo que, a veces, "volver a la figura me conforta".