Crítica de música

El ‘Requiem’ del Liceu: ¿es de Mozart o de Castellucci?

El director de escena italiano le da la vuelta a la inacabada y popular obra mozartiana, la amplía y la llena de acción dramática y de imágenes que hipnotizan.

Un momento del 'Réquiem' de Mozart, una obra sacara que adquiere otra mirada con la puesta en escena de Castellucci.

Un momento del 'Réquiem' de Mozart, una obra sacara que adquiere otra mirada con la puesta en escena de Castellucci. / David Ruano

Pablo Meléndez-Haddad

Pablo Meléndez-Haddad

Barcelona
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Imágenes que hechizan, estética que encanta y música sublime. Es innegable el embrujo que depara el ‘Requiem’ de Mozart estrenado el martes en el Liceu, aunque el nombre del espectáculo lleve a equívoco. La moda de dramatizar obras concebidas para ser interpretadas en concierto, como la popular e inacabada misa de difuntos del genio de Salzburgo, responde a una lícita búsqueda de un artista, más todavía cuando la propuesta vende entradas al tratarse de piezas con tirón en taquilla como esta. Si el esfuerzo –y el presupuesto– que supone este tipo de espectáculos resta un lugar en la programación liceísta a uno de los centenares de títulos operísticos o de zarzuela que está a la espera de ser recuperado, en esta ocasión ha valido la pena aunque no se esté hablando del ‘Requiem’ de Mozart, sino del de Romeo Castellucci.

El Gran Teatre contaba con un as en la manga para evitar controversias: el genio del director teatral italiano, aquí debutante pero ya consagrado gracias a montajes que nunca dejan indiferente. Su ‘Requiem’ convence por la riqueza de las soluciones estéticas, por el ritual que en su reinterpretación redirige a la finitud de las cosas y de las personas brindando a la famosa misa de muertos nuevos horizontes al darle la vuelta, apuntando más bien a una oda al paso del tiempo y a la muerte en un recorrido por culturas y pueblos con una banda sonora bien escogida. No falta el momento epatante, como cuando en el ‘Recordare’ se usa a una niña para el juego ritual, resultando incluso violento.

Autor de la escenografía, del vestuario y de la iluminación, Castellucci no se limita a plantear una acción dramática duplicando la duración del ‘Requiem’ mozartiano valiéndose de otras obras del autor que le vinieran bien: también opta por la danza, la de la coreógrafa Evelin Facchini, dándole caña inmisericorde al Coro del Liceu, obligado a cantar bailando y en incómodas posturas en un auténtico ‘tour de force’ que el grupo aprobaba con nota mientras Giovanni Antonini se esforzaba por extraer la agilidad y transparencia necesaria de una adecuada Simfònica liceísta, eso sí, poco flexible en los pasajes más rápidos.

De los entregados solistas destacaron la mezzo Marina Viotti y el niño soprano David González –fantástico en el ‘Solfeo en Fa’ y en el ‘In paradisum’–, así como los esforzados Anna Prohaska, Levy Sekgapane y Nicola Ulivieri. El público decretó un éxito rotundo.

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