Estrena 'La Tutoría'

Halfdan Ullmann, nieto de Bergman: "Que los niños exploren su sexualidad es natural. Pero puede ser una señal de que algo grave está sucediendo en casa"

El debut en el largometraje del cineasta noruego parte de un caso de abuso sexual entre niños para diseccionar cuestiones como la responsabilidad de padres e hijos y la transmisión de traumas entre generaciones

En primer plano, Renate Reinsve en 'La tutoría'.

En primer plano, Renate Reinsve en 'La tutoría'. / Cedida

Jacobo de Arce

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En La tutoría, un supuesto caso de agresión sexual de un niño de seis años sobre un compañero de clase desata una tormenta inesperada en un colegio. Lo de la tormenta tiene una parte literal: durante toda la película veremos a los protagonistas, que son los padres y no los hijos, ahogarse en la presión atmosférica y el calor que precede a la tromba de agua que acabará descargando del cielo. Es un colegio noruego, y los responsables del centro organizan civilizadamente un comité para lidiar con el incidente en el que hay una profesora entusiasta, que se bate por la justicia y el bienestar de los dos niños, y un director que quiere quitarse el marrón de encima cuanto antes.

Luego están los padres. Entre ellos, lo que empieza con cierta armonía enseguida se va de madre, y pronto vemos que el problema entre los niños, si realmente lo hubo, viene de casa. El colegio está vacío salvo por los progenitores y el personal, y un ambiente que debería ser colorista y alegre es aquí mortecino, lúgubre, con unas aulas y pasillos asfixiantes que parecen los de una cárcel. Nunca, salvo en una foto, veremos niños a lo largo del metraje, como tampoco sabremos nunca si el abuso sucedió realmente. Es solo posibilidad y sospecha.

La mente que ha colocado al espectador ante este juego en el que, sobre todo, manda una ambigüedad con la que se nos quiere hacer reflexionar, es Halfdan Ullmann Tøndel, director noruego que también firma el guion de esta película, su primer largo y con el que se hizo con el premio Cámara de Oro al mejor debut en el pasado Festival de Cannes. Su pedigree da vértigo: el cineasta treintañero es nieto de Ingmar Bergman y de Liv Ullmann, director sueco y actriz noruega que lo son todo en la historia del cine. Además es hijo de Linn Ullmann, una de las grandes escritoras de su país. A través de la conexión por Zoom desde su casa en Oslo, y a pesar de que trata de disimularlo con educación y amabilidad, se hace evidente que está un tanto cansado de que le pregunten por el tema. "Sí, quizá fue inevitable que me dedicara a contar historias -responde resignado-. Intenté huir de esto, pero acabé volviendo. No por la familia, sino por la pasión por hacer cine. Simplemente no me podía escapar" [aquí esboza una sonrisa].

La pregunta sobre si el abuelo, que murió cuando Halfdan tenía 17 años, ha inspirado o influido en su trabajo tiene una respuesta-tipo: "Cuando yo era niño no hablaba con él sobre cómo se hacen las películas. Podíamos ver una de Chaplin cuando era su cumpleaños, pero aparte de eso no teníamos charlas sobre Tarkovski, ni sobre la puesta en escena ni nada por el estilo. Era una relación bastante normal entre abuelo y nieto. Y precisamente, por culpa de ese legado, traté de hacer muchas otras cosas antes que dedicarme al cine. Había demasiada presión. Pero luego pruebas cosas diferentes, te das cuenta de que no son lo que quieres y de repente te olvidas de que tienes esta familia. Lo único que te mueve es la pasión por el cine. Y ahí es donde estoy ahora: esa pasión es mucho más importante que el peso de mi herencia". Asunto zanjado. Volvamos a la película.

Como ha contado, Ullmann tuvo una época de su vida en la que trató desesperadamente de matar al padre (en términos freudianos, claro), o más bien al abuelo. Uno de esos trabajos fue precisamente el de profesor de primaria. "Estuve en un colegio tres años. Cada vez que había un conflicto, enseguida dejaba de ser por los niños, por lo que había pasado entre ellos, y empezaba a ser por los padres. A los padres de un abusador les costaba mucho aceptar que su hijo o su hija pudiera hacer algo así, y los padres de la víctima podían estar tan enfadados o tan ciegos por la rabia que empezaban a actuar de manera irracional contra los otros padres".

La responsabilidad de niños y padres

La idea de lo que cuenta en la película se la dio un hecho real que no sucedió en un colegio, sino en un espacio más abierto y vacacional. "Un amigo me contó una historia sobre dos niños de seis años que estaban en un campamento de verano. Uno se enfadó mucho con el que compartía la tienda de campaña. Lo tiró al suelo y le dijo: ‘Si no te callas ahora, te voy a hacer algo muy malo’. Bueno, lo que le dijo fue bastante más explícito -dice subrayando lo desagradable del asunto-. Yo había trabajado con chavales mucho tiempo y sabía que un niño de seis años no sabría qué era eso si no lo hubiera aprendido o escuchado en algún lado. Así que empecé a sentir mucha curiosidad por saber quiénes eran esos niños y cómo eran sus padres". Nunca llegó a conocerlos porque había pasado mucho tiempo, pero aquello puso en marcha su imaginación y a partir de ahí construyó la película.

Los niños enfrentados en la historia son Jon, supuesta víctima, y Armand, supuesto agresor. Como hemos dicho, a ellos no los veremos en ningún momento. Todo el protagonismo es para sus padres, sobre todo para la madre de Armand, que lo está criando sola. Renate Reinsve, actriz noruega mundialmente conocida por su papel protagonista en La peor persona del mundo, es quien le da vida. A Elizabeth, que así se llama en la película, le cuesta mucho aceptar que su hijo pueda haber hecho eso que dicen. Algo que, además, nadie pueda demostrar. Pero enseguida se verá enfrentada a un proceso de investigación que, como dice el director, tiene mucho de kafkiano. La burocracia escolar y los conflictos y traumas que poco a poco se van descubriendo entre los padres, que en realidad son familia, forman una madeja que se va liando más y más cada vez. Mientras tanto, el espectador no para de dar vueltas a cuestiones que tienen que ver con la culpa y con la responsabilidad. De los niños un poco, pero sobre todo de los padres.  

"Para mí la película trata principalmente de dos cosas -explica Ullmann-. Una es la relación entre el amor y el abuso: dónde termina uno y comienza el otro. Creo que mucha gente tiene una relación difícil con las relaciones íntimas, y además creo que cuando hablamos de amor también hay mucha destrucción, y ahí también puede haber mucho abuso. La otra es que esta película explora, de una manera sutil, el trauma intergeneracional. Como padre [él tiene un hijo] tienes que esforzarte para no proyectar en la siguiente generación lo que has experimentado en casa. En la película tenemos la sensación de que ambas madres han vivido algo violento en sus hogares. ¿Lo están transfiriendo a sus hijos de alguna manera?".

El cineasta no está muy de acuerdo con la forma en la que esta sociedad está tratando a los niños. "Nos estamos cargando cada vez más su imaginación, su individualidad y su autonomía. Los estamos poniendo entre algodones. Y a largo plazo no creo que eso sea bueno", dice Ullmann. Sobre ese tema tabú que ha puesto encima de la mesa, la sexualidad infantil, también cree que deberíamos abordarla de otra manera, hablando de ella con más naturalidad. Aunque no le parece un asunto sencillo. "Que los niños exploren su sexualidad es natural hasta cierto punto. Pero también puede ser una señal de que algo grave está sucediendo en casa". Por eso, apunta, decidió hacer una película a partir de un incidente como este. "Me gustaba que el mismo hecho pudiera significar algo muy serio y al mismo tiempo también algo muy natural".

Un ataque de risa

Renate Reinsve, que se hizo con una nominación a Mejor Actriz en los Premios del Cine Europeo por esta película, está soberbia en la piel de esa madre que progresivamente se ve encerrada en un laberinto de reproches contra ella y su hijo. Su personaje es el de una actriz conocida que despierta deseos y envidias, y de la que, por su condición, el resto no se fían. "Lo dramatiza todo a su alrededor", dice la madre 'rival' en la película. "Convertirla en actriz me parecía muy interesante, porque te puedes preguntar: '¿Quién está diciendo la verdad?' Ella es una actriz y puede estar fingiendo -explica el director-. Pero eso no deja de ser un prejuicio: que los actores fingen. Me permitía hablar de los prejuicios que tenemos en nuestra sociedad, y al tiempo decir que quizá tengan razón y ella esté fingiendo".

En un momento dado, Elisabeth no puede más y estalla en un ataque de risa que se ha convertido en el momento más comentado de la película. Son siete minutos de plano sin cortes en los que no puede frenar primero una risa suave, después las carcajadas y, al final, el llanto. El espectador empieza riéndose con ella y termina francamente incómodo. "Esa escena fue muy complicada de rodar. Estuvimos diez horas para hacerla. Fue muy duro y muy intenso para Renate, pero luego tuvo cinco días libres", parece disculparse Ullmann, que dice que la actriz, para la que escribió este papel a medida cuando empezó con el guion en 2017, ha hecho "un trabajo extraordinario".

Después de esa escena la cinta toma otros derroteros, y lo que era un drama psicológico que podríamos enmarcar dentro del realismo social se adereza con escenas oníricas, momentos casi de terror e incluso unas gotas de musical y performance. Un baile de géneros muy estudiado. "Todo empieza a volverse un poco absurdo porque las acusaciones van aumentando sin que aparezca ninguna información nueva. Y de ahí en adelante será impredecible". En ese punto, en el de que los espectadores no sepamos exactamente hacia dónde vamos, es donde ha querido situarnos exactamente Ullmann. En un territorio en el que las certezas han desaparecido y donde más nos vale que hablemos si queremos llegar a alguna conclusión.