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Kanye West / Europa Press

Natalia Araguás

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Fuera de X tras proclamarse nazi y presumir del “dominio” que tiene sobre su esposa, Bianca Censori, que se presentó a los Grammy desnuda sin paliativo estilístico que valga, Kanye West (Atlanta, 1977), ahora Ye, se toma un respiro con los tuits. Nada de esto es nuevo para el rey Midas del hip hop: ni sus comentarios racistas, que tocaron techo cuando redujo 400 años de esclavitud en Estados Unidos a una elección de los negros, ni borrarse de X, ya que estuvo expulsado en 2022 ocho meses por un antisemitismo que tuvo como punto álgido publicar una imagen que combinaba una estrella de David con la esvástica. Mucho menos resulta inédito el enfermizo control sobre la ropa que se ponen sus parejas, o la ausencia de ella. Estos días ha vuelto a circular aquel vídeo del reality ‘Las Kardashian’ donde presionaba a Kim, su mujer durante casi siete años y madre de sus cuatro hijos, por querer ir “demasiado sexy” a la gala Met 2019, cuando aún estaban casados. “No soy su Barbie”, zanjó otra de sus novias, Amber Rose, frente al férreo control de su vestuario al que la sometía.

Y pese a la ausencia de novedad, Kanye West vuelve a tener al mundo entero debatiendo si sus últimas diatribas se reducen a ‘merchan nazi’ –coló un anuncio de camisetas con esvásticas durante la Super Bowl– o a los desvaríos de “un fanático desquiciado”, según sintetizó el actor David Schwimmer (Ross en la serie ‘Friends’). Las fluctuaciones del rapero y diseñador, que primero dijo ser bipolar y ahora cree que más bien sufre autismo, nunca le han impedido triunfar en todo lo que se ha propuesto, con una excepción. Kanye West, que se ha comparado a sí mismo con Steve Jobs y Jesucristo, concurrió a la presidencia de Estados Unidos en las elecciones de 2020, consiguiendo solo 60.000 votos en un país con más de 335 millones de habitantes. Quien en otro tiempo amargara la presidencia de George W. Bush al espetarle en pleno concierto solidario del Katrina en 2005 que en realidad él “nunca se había preocupado por la gente negra”, ahora se declara trumpista. Y acentúa su metamorfosis de magnate a villano de Marvel, como todos los que aspiran a formar parte del núcleo duro del presidente norteamericano.

Un gigante megalómano

Ya a principios del siglo, cuando todavía producía bases y aún no había publicado su primer álbum con Roc-A-Fella previa bendición de Jay-Z, su madre Donda West, profesora de inglés y una de las pocas mujeres que en realidad ha respetado, le advertía sobre los peligros de la megalomanía. “Un gigante se mira en el espejo y no ve nada”, le decía mamá West en el documental de Netflix ‘Jeen-Yuhs: Una trilogía de Kanye West’ desde su hogar de clase media en Chicago. Su padre fue Pantera Negra y fotoperiodista, en casa todos eran listos, hasta el perro que se llamaba Genius. Más de cien millones de discos vendidos después, 24 Grammys ganados y con una fortuna de más de 400 millones de dólares según Forbes gracias también a sus incursiones en la moda con Yeezy y sus diseños de zapatillas para Adidas, que tuvo que despacharle en 2022 por su pertinaz antisemitismo, queda por ver qué le queda por ofrecer a Kanye West. A parte de liarla desde las más altas instancias. 

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