Literatura catalana
Irene Pujadas publica 'La intrusa', su primera novela: "No somos demasiado especiales y ya está bien que sea así"
La autora catalana, ganadora en 2021 del Premi Documenta con 'Els desperfectes', parodia la cultura del autoconocimiento personal con un fabuloso viaje interior
Irene Pujadas y Laia Viñas ganan el premio Documenta ex-aequo

Irene Pujadas, fotografiada en Barcelona durante la presentación de 'La intrusa' / JORDI OTIX


David Morán
David MoránPeriodista
Periodista de la sección de cultura.
Antes de ganar el Premi Documenta con los cataclismos cotidianos de ‘Els desperfectes’; antes incluso de que el ‘New Yorker’ tradujera el cuento que daba título a aquella antología de cuentos y la ungiera como primera autora catalana en colarse en sus distinguidas páginas, a Irene Pujadas (Sant Just Desvern, 1990) el cuerpo ya le pedía ‘La intrusa’ (L'Altra).
O, mejor dicho, le reclamaba con ánimo apremiante, con bocinas de camión de bomberos y sirena de coche de la Urbana, un mano a mano con su interior y un ajuste de cuentas con el autoconocimiento y la autoficción. “La idea desde el principio era una mujer que viaja literalmente al interior de su cuerpo”, asegura Pujadas.
Y el principio, decíamos, viene de lejos. De hecho, basta con retroceder hasta el último cuento de ‘Els desperfectes’, volumen publicado en 2021, para encontrar algunas pistas. “En 2025 publica ‘Crònica d’un viatge endins’, una novela corta basada en una mujer que, espoleada por las opiniones de los demás y con el objetivo de paliar un cierto malestar, decide emprender un viaje hacia el interior de su cuerpo. Encuentra geografías, personas y países inhóspitos. Encuentra jugadores, pervertidos, negacionistas y narcisistas. Aterrada por ese lugar abominable, la protagonista tendrá que superar todos los obstáculos para salir de sí misma con vida”, leemos.
-"Pero al final no hay pervertidos, ¿no?”, pregunta de pronto Eugènia Broggi, editora de L’Altra.
-“No, pero bueno, sí que tiene ese momento cuando está en el estómago y se le acerca un tío así como un poco baboso”, replica Pujadas.
Ahí están, en un par del pinceladas, el tono y el espíritu de la primera novela de la catalana. Una mordaz zambullida en un cuerpo atiborrado de burócratas, turistas, guardias revolucionarios y grietas de tamaño molecular. De maquinistas, operarios, cárceles y guías ligeramente alelados. 'Érase una vez el cuerpo humano' con guion de Samuel Beckett y dirección de Michel Gondry. 'Los viajes de Gulliver' refundidos en Pirandello y con unas gotas del desconcierto de 'Severance' corriendo por las venas.

Irene Pujadas posa para la prensa en Barcelona / Jordi Otix
Los misterios del yo, encapsulados entre países de nunca acabar, empresas detestables y barreras de hormigón. Lo normal, vamos. “Todo nace a partir de una cierta preocupación, sospecha y hartazgo hacia el yo. Hoy en día existe toda una cultura terapéutica basada en conocerse a uno mismo no en el sentido clásico de situarse en el propio entorno, sino a través de la diferencia, a través de lo que te hace especial”, explica Pujadas.
Todo nace a partir de una cierta preocupación, sospecha y hartazgo hacia el yo
Llevado al extremo de la parodia y pasado por un turmix narrativo impertinente y desacomplejado, ¿qué mejor manera de conocerse a uno mismo que deslizarse en el propio pellejo como Dennis Quaid y Martin Short en ‘El chip prodigioso’, película de la que, cosas de las brechas y las fallas generacionales, la escritora asegura no haber oído hablar?
“En la novela se mezcla la parte más intuitiva, más de observación de mi entorno, con las novelas de aventuras, que es una tradición que me gusta mucho”, apunta. De fondo, añade, “cierta sospecha de perversidad hacia una industria del bienestar que te invita a estar contento aislándote de los demás”.
‘La intrusa’, sin más rodeos, es la historia de Diana y una procesión que, nunca mejor dicho, va por dentro. “Ella entra esperando encontrar una pertenencia absoluta y en cambio lo que encuentra es un cuerpo mecánico con muchos habitantes y mucha gente extraña”, resume. Gente como Fidel, animador de la planta de procesamiento que hay en el ombligo y trabajador “en estado de explotación laboral infame” que se convierte en guía accidental de la protagonista a través de su propio cuerpo. Un jaleo formidable que Pujadas ha armado sin perder de vista ‘Mercier and Camier’ de Samuel Beckett y la obra de Italo Calvino. “Los leía para ver si se me contagiaba algo”, ironiza.
Al final, todo esa extrañeza, todo ese gravitar alrededor del absurdo, acaba conduciendo a una cura de humildad y una relativización de la trascendencia del ser humano. “No somos demasiado especiales, y ya está bien que sea así. Todos somos humanos y todos tenemos los mismos problemas”, sentencia.
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