Los horrores del Holocausto

La perversa mecánica del exterminio nazi: "Vivíamos con la muerte. ¿Cómo podía sentirse uno humano?"

El historiador y experto en genocidio Xabier Irujo documenta en un estremecedor ensayo las múltiples formas de matar con las que el Tercer Reich acabó con 17 millones de personas y detalla aspectos como el canibalismo, las violaciones o los presos del Sonderkommando, que han pasado más desapercibidos

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Einzatzgruppen asesinando a civiles (entre ellos, una mujer con su hijo en brazos), en Ivanhorod (Ucrania), en 1942.

Einzatzgruppen asesinando a civiles (entre ellos, una mujer con su hijo en brazos), en Ivanhorod (Ucrania), en 1942. / Universal Images Group / Pictures from history

Anna Abella

Anna Abella

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Durante la Segunda Guerra Mundial fue un crío huérfano cuya madre había sido asesinada por los nazis. Un miembro de las SA lo eligió como esclavo para su granja. "Lo tenía en un barracón con animales y cada mañana le obligaba al mismo ritual: debía quedarse quieto sin llorar mientras dos pastores alemanes le mordían la entrepierna bajo la amenaza de devolverlo al campo de concentración. Un día, uno de los perros no le mordió y cuando volvió de trabajar lo encontró abierto en canal porque, le dijo el SA, ‘no había mordido a un judío’", explica Xabier Irujo, catedrático de estudios de genocidio en la Universidad de Nevada, en Reno, sobre lo que le contó este superviviente del Holocausto, quien, acto seguido, empezó a llorar. "Entrevistado y entrevistador siempre acabamos llorando", se sincera el historiador vasco sobre los testimonios orales de víctimas del Holocausto que lleva 20 años recabando para documentar ‘La mecánica del exterminio’ (Crítica), un ensayo que ilumina "la dimensión y el horror" del perverso engranaje genocida del nazismo, orquestado por el Reichsführer de las SS, Heinrich Himmler. Un libro que profundiza en los procedimientos de asesinato sistemático del Tercer Reich que acabaron con 17 millones de personas entre 1933 y 1945: una media de 3.800 al día, aunque en los últimos años, los más letales, se llegó a 12.000 muertos diarios. Seis millones eran judíos; otros seis, presos soviéticos.  

Cadáveres de prisioneros muertos durante el transporte en los vagones de tren.

Cadáveres de prisioneros muertos durante el transporte en los vagones de tren. / United States Holocaust Memorial Museum

Entre otras fuentes, Irujo acudió al archivo del Museo del Holocausto de Washington, "donde aún hay un millón de documentos que nadie ha consultado", recalca en entrevista. Preocupado por "el auge de una extrema derecha que cubre con velo la realidad histórica y de una tremenda y abundante literatura revisionista que niega el Holocausto y dice que no existían las cámaras de gas", enfoca detalles que "la narrativa ha desenfocado o han pasado desapercibidos". Aquí repasa varios:

La dimensión del Holocausto

La cantidad de horrores, torturas y formas de asesinar que fue perfeccionando el Reich dan la dimensión del genocidio tanto como las cifras. Inanición por hambre, frío y agotamiento por el trabajo forzado, enfermedades, disparos y ejecuciones, cremación en hornos, lanzallamas, inyecciones de fenol o cloroformo en el corazón, experimentos médicos, palizas, marchas de la muerte, camiones y cámaras de gas… 

Alianzas de oro que los presos habían escondido en sus cuerpos, registrados tras ser asesinados, en Buchenwald.

Alianzas de oro que los presos habían escondido en sus cuerpos, registrados tras ser asesinados, en Buchenwald. / ALBUM / TALLANDIER / BRIDGEMAN IMAGES

El SS-Gruppenführer Herbert Backe, "personaje que ha pasado desapercibido pero que cambió radicalmente la dinámica del Holocausto", demostró en 1942 que su método de matar de hambre y frío era más efectivo que las armas de fuego porque con él, en solo seis meses eliminó a dos millones de personas. Desde entonces la escalada asesina aumentó exponencialmente al crearse los grandes campos de exterminio de Treblinka, Sobibor, Majdanek, Belzec y Birkenau, el más letal de los 40 del universo concentracionario de Auschwitz (donde "el 99% de los niños, ancianos y enfermos, del 75 al 80% de los hombres y del 85 al 90% de las mujeres eran seleccionados para su ejecución inmediata" al llegar). En realidad hubo más de 42.500 centros de detención. 30.000 eran campos de trabajo forzoso; 980, de concentración; 1.150, guetos, y más de mil, recintos de prisioneros de guerra, amén de instalaciones para eutanasia de ancianos y enfermos físicos y mentales. "Hubo cámaras de gas en 30 o 40 de los campos. El 85% murió de otras causas que no eran el gas".  

Canibalismo

"Un preso superviviente me contó cómo en los campos, tras trabajar 12 o 15 horas al día, sin casi comer, caían rendidos en el suelo o el catre y dormían como troncos de noche. De repente añadió: ‘solo cuatro horas... Si dormíamos más nos podían comer vivos'", relata en entrevista Irujo, también filólogo y filósofo. "Hay referencias al canibalismo, un tema que sí surgió en el genocidio ucraniano de Stalin, pero nadie quiere hablar de ello. En los juicios de Núremberg apenas salió a relucir", constata sobre este tabú, consecuencia del hambre a la que los nazis sometían a los presos, con raciones que para la mayoría eran pan negro y sopa aguada. Los cadáveres de Buchenwald pesaban de 27 a 36 kilos. También hubo evidencias de que en transportes en tren, tras días encerrados en los vagones, los vivos "habían comido la carne de los cuerpos muertos", contaba Franz Blaha, preso en Dachau. 

Hornos de los crematorios de Buchenwald, en su estado actual.

Hornos de los crematorios de Buchenwald, en su estado actual. / Album / akg-images / Michael Mann

Los trenes mortales

"Siempre se ha hablado del transporte a los campos en trenes, pero no era solo un medio de transporte sino un método de exterminio. ¿Qué sentido tenía que los presos en un tren de 50 vagones llegaran con vida a un lugar donde iban a ser gaseados? -se pregunta-. Si llegaban ya muertos era menos trabajo para los nazis porque si llegaban más de 700 vivos no les cabían en las cámaras de gas y tenían que ejecutarlos con arma de fuego. La única explicación de que alargaran la vía de tren de Auschwitz hasta el crematorio es porque la mayoría llegaban muertos y así los podían meter directamente en los hornos, lo que ahorraba tiempo y dinero".    

Violaciones

"No se habla de las violaciones, pero era un fenómeno cotidiano, ocurría a diario y no había límites. Es propio de todas las guerras y genocidios, como el armenio o el ucraniano", recalca el experto, que ilustra "la barbaridad" cometida por un batallón de soldados alemanes del frente soviético a los que les dieron una semana de permiso en una población polaca. "Allí tomaron una manzana de la ciudad y sacaron a todas las mujeres, de 10 a 90 años. Las ataron en un barracón y casi todas murieron violadas". En los campos, afirma, "las mujeres no tenían ninguna protección". Era común que "las jóvenes más atractivas" de los grupos de judías obligadas a desnudarse para ser gaseadas fueran seleccionadas y violadas por los auxiliares a cargo, a menudo borrachos, antes de meterlas en las cámaras de gas. Además, se calcula que hubo 500 burdeles para esclavas sexuales.       

Las "fosas gimientes"

"La fosa aún estaba viva; cuerpos sangrantes y retorcidos recuperaban la conciencia. [...] Se escucharon gemidos y quejidos hasta bien entrada la noche. Había personas que habían sido solo ligeramente heridas o que ni siquiera habían sido alcanzadas; se arrastraban fuera de la fosa. Cientos deben de haber muerto asfixiados bajo el peso de la carne humana", describía Andrew Ezergailis el primer día de la masacre en Rumbula (Letonia), una de las 160.000 ejecuciones en masa, la mayoría de civiles, realizadas por los Einsatzgruppen en el Este hasta 1941. "Los verdugos de esas matanzas iban muy bebidos porque así les era más fácil psicológicamente soportar lo que hacían y eso aumentaba el margen de error al disparar -explica Irujo-. Recibir un balazo no implica morir al instante, puedes tardar horas si no afecta a zonas vitales. En las fosas, muchos caían vivos tras recibir las balas y eran enterrados entre gritos horribles. Entrevisté a varios que sobrevivieron tras caer inconscientes, como un niño de la masacre de Babi Yar (Ucrania), que durante la noche buceó a través de cuerpos y sangre y logró salir de la fosa". 

"Como seres humanos, los nazis eran conscientes de lo que hacían y no vale lo de que cumplían órdenes: nadie les obligaba a entrar en las SS o a ir a los campos, era voluntario"

Sonderkommando

"A aquellos presos les tocó trabajar en circunstancias abominables. Debían vaciar las cámaras de gas de cadáveres, pero ninguna tarea era peor que quemar vivos a los bebés en los hornos, algo común cuando había un gran número de personas a ejecutar", dice el historiador, recordando que "bajo los crematorios se hallaron botellas con mensajes de los ‘sonderkommandos’ que quisieron dejar constancia de lo que allí ocurría". Uno, del Crematorio III de Birkenau, firmado por Salmen Lewental, decía: "Muerte, muerte, muerte. Muerte por la noche, muerte por la mañana, muerte por la tarde. Muerte. Vivíamos con la muerte. ¿Cómo podía sentirse uno humano?". "Todo dentro de mí murió -relató Jan Poludniak, preso del Sonderkommando. Cuando pienso en lo que he visto y en lo que he pasado, incluso hoy, mientras estoy sentado aquí hablando, me siento como alguien que ha resucitado de entre los muertos…". 

El historiador Xabier Irujo.

El historiador Xabier Irujo. / Crítica

La rutina de la muerte

La muerte era rutinaria. "Entre los nazis había psicópatas que disfrutaban torturando y matando, pero la inmensa mayoría eran personas normales. Por eso los Einsatzgruppen iban todos alcoholizados, para soportar lo que implicaba ejecutar frontalmente a las víctimas. Por ello buscaron nuevos sistemas de matar que evitaran el trauma psicológico a los verdugos, haciendo que la muerte fuera anónima, que el ejecutor no oliera ni viera a la víctima". Las alternativas más eficaces fueron los campos, con las cámaras de gas, los transportes, el hambre o el trabajo hasta la muerte. "Eso no resta responsabilidad a los ejecutores. Todo lo contrario -opina Irujo-. Como seres humanos, eran conscientes de lo que hacían y no vale lo de que cumplían órdenes: nadie les obligaba a entrar en las SS o a ir a los campos, era voluntario y podían pedir traslado, pero no lo hacían porque así evitaban ir al frente y porque allí se enriquecían con oro, joyas, ropas y dinero de los presos y comían y bebían bien. Solo el 1% de los SS que trabajaron en los campos fueron juzgados o murieron en la guerra. El 99% volvieron a sus casas como si nada hubiera pasado".   

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