Ópera en el Liceu

Nadine Sierra conmueve con una 'Traviata' de lujo

La soprano estadounidense borda el papel de la dama de las camelias en la obra maestra de Verdi dirigida por el maestro Giacomo Sagripanti

La Traviata en el Liceu

La Traviata en el Liceu / SERGI PANIZO

Pablo Meléndez-Haddad

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Regresó al Liceu 'La Traviata' de Verdi que el 'regista' David McVicar estrenara en el Gran Teatre hace ya una década, y, por fin, tras sus diversas reposiciones, esta vez se ha podido contar con una soprano que ha demostrado tenerlo todo para retratar a Violetta Valéry: sí, porque la estadounidense Nadine Sierra, que ha interpretado el rol en media docena de producciones, construyó un personaje completo, con mil aristas, una cortesana encantadora y seductora en sus movimientos y en sus miradas.

En el aspecto vocal descolló, sobrada y sin problemas tanto en la zona aguda como en los momentos más dramáticos del icónico papel, coronándose como reina de la función; a un fraseo divino unió un control de 'fiato' genial, y sus brillantes capacidades le permitieron interpretar todas las repeticiones de arias, con sus estrofas y añadiendo increíbles variaciones que ayudaron a percibir de la mejor manera a su protagonista.

Le acompañó con dedicación y total complicidad el maestro Giacomo Sagripanti, conocedor a fondo de la partitura y de la música de Verdi, consiguiendo además una excelente entrega de la Simfònica liceísta, que sonó aterciopelada y con puntas dramáticas emocionantes. Igualmente, el Cor del Liceu respondió con comodidad en casi todas sus intervenciones.

El tenor mexicano Javier Camarena, convaleciente de una gripe, ofreció un Alfredo tímido y convincente –en la tercera vez que asumía el papel– con una línea delicada y sentido dramático, cómodo sobre todo en los agudos. También regresó al Liceu Artur Rucinski, esta vez como Germont ‘père’, siendo aclamado por su soberbio dominio del rol.

La producción sigue funcionando con su aroma decadente, con la historia narrada sobre la lápida de Violetta y desde el punto de vista de Alfredo, en un 'flashback' que comienza en el preludio sobre la tumba de la dama de las camelias. La escenografía y el vestuario de Tanya McCallin, que ubican la obra a finales del siglo XIX, ayudan a dar credibilidad a este montaje que siempre gusta y al que ayudaron a construir las coreografías de Andrew George y la iluminación de Jennifer Tipton, sin olvidar la excelente labor desempeñada por los comprimarios encabezados por Gemma Coma-Alabert como Flora, Patricia Calvache como Annina, el Gastone del experimentado Albert Casals, el óptimo Barón Douphol de Josep-Ramon Olivé, el excelente Marqués de Pau Armengol y el Doctor Grenvil de Gerard Farreras.

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