Tótem cultural

Paco Ibáñez: "Hay racismo y envidia hacia lo catalán, y es algo insoportable"

El trovador, cumplidos los 90 años, afronta nuevos compromisos escénicos, como el concierto de este jueves en el Palau (Festival Mil·lenni), a los que seguirán presentaciones en Madrid y Bilbao, al tiempo que colabora en un álbum de Soleá Morente basado en sus canciones

El cantante y compositor Paco Ibañez en su casa, en Camallera (Alt Empordà)

El cantante y compositor Paco Ibañez en su casa, en Camallera (Alt Empordà) / FERRAN SENDRA

Jordi Bianciotto

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Paco Ibáñez recibe risueño a este diario, pero advierte: “Solo pongo una condición, ¿eh? Que el artículo tiene que empezar diciendo: ‘Els catalans són els meus germans’”. ¿Y eso? “Pues porque es así, porque lo siento así. Tengo ganas de que se enteren los catalanes de que son mis hermanos. Quiero que lo sepan. A lo mejor todos lo saben ya, pero quizá haya alguno que no, y así se entera”.

Que así sea, pues. Vemos al trovador mostrándose muy sensible al respecto del “anticatalanismo que va nutriendo el país”, una pulsión que circunscribe al ámbito de una “derecha asquerosa”, señala. “Hay un racismo, por un lado, y una envidia por otro, hacia lo catalán, y es algo insoportable. ¿A qué es debido? Pues no tiene sentido. ¿Cómo vas a tratar de darle sentido a una cosa que no la tiene?”.

Nos recibe en la masía de Camallera (Alt Empordà) en la que reside desde hace un par de años, tras dejar atrás casi tres décadas como ciudadano del Eixample. “La culpa la tiene Pere Camps [el director del festival Barnasants, que vive en la casa de al lado] y, sobre todo, Mayte [pareja de Camps], que se chivó de que esto estaba en venta. Sí, las mujeres tienen la culpa de todo”, bromea peligrosamente. No echa de menos la calle València. “En absoluto, esos ruidos…”. Y hay algo peor. “Las tiendas con rótulos en inglés. Es una vergüenza. El inglés... Ah, todos de rodillas”.

Aquel tío vasco

Paco Ibáñez regresa este jueves al Palau de la Música (Festival Mil·lenni), donde ofrecerá el recital ‘Érase una vez’, en alusión a su canción ‘El lobito bueno’, con su poema de José Agustín Goytisolo. Un título que invita a recapitular. “Érase una vez uno que cantaba, que tenía un tío vasco, en un caserío, que preguntaba: ‘¿Qué hace Paquito? ¿Canta? ¿Y gana dinero? ¿No mucho? ‘¡Pues entonces es que no sabe cantar!’”, ríe. Así de entrañable era en otro tiempo y lugar la escala de valores.

Pero aquel tío suyo, hombre del campo, que hablaba un poco a gritos, tenía su corazón. “El día que mi hermana y yo le dijimos que nos íbamos para reunirnos con mi padre en Perpinyà me dio llorando 200 pesetas, yo que pensaba que el tío Ramón sería incapaz de llorar”, recuerda. Les aguardaba el cruce de la frontera. “Los contrabandistas que nos pasaron en el Bidasoa, a mi hermana, que era guapa, la pasaron en brazos y no se mojó ni nada, pero yo me mojé hasta aquí”. Él tenía 14 años, y ella, Manolita, 18. “No sé por qué te cuento toda esta historia”.

Brassens, el dios

València (donde nació en 1934), Barcelona, París, Apakintza (Guipúzcoa) y Perpinyà, y de nuevo París, donde en 1948 se afincaría y desarrollaría su carrera como cantautor. De muy joven se había fijado en las bellas canciones mexicanas de Jorge Negrete. Algo más tarde, le desconcertó una rara voz exaltada que resonaba en los bares parisienses. “Tenían unos ‘jukebox’ y solo se oía a un tipo gritando ‘gare au gorille!’ [la canción ‘Le gorille’], y yo pensaba ‘joder, quién es ese animal, estos franceses no tienen ni idea de lo que es una canción’. Pero un día me vino Pierre Pascal y me dijo que había traducido al castellano las canciones de Georges Brassens. Yo me quedé… ¿El animal ese? A partir de ahí ya no hubo más dioses que Brassens”. A todo esto, maestro, se le ha escapado una palabra en inglés, ‘jukebox’. “¿Sí? ¿He dicho ‘jukebox’? ¿Pues me perdonas? ¿Pero seguro que lo he dicho?”.

El don de Paco Ibáñez para casar poesía y música se manifestó por primera vez en ‘La más bella niña’, pieza con texto de Góngora. “Me impresionó lo de ‘dejadme llorar, orillas del mar’. Si hubiera sido ‘dejadme llorar a orillas del mar’ a lo mejor no me habría impresionado, pero pedirle al mar que te deje llorar…”, medita el trovador. Le dejaron entonces huella los espectáculos de baile flamenco de Rosario y Antonio en el teatro de Champs-Élysées. “El director, viendo cómo a mi hermano y a mí nos gustaba tanto, nos dijo que podíamos ir todos los días si queríamos. De ahí salió el toque aflamencado de ‘Canción de jinete’”, relata apuntando a la pieza con texto de Lorca. El primer álbum, ya en 1964, lució una portada de Dalí, ese artista que “podía estar sentado tan tranquilo y cuando veía una cámara se transformaba”. Su pintura “reflejó a Lorca con fidelidad”.

Cosas que se repiten

El 20 de noviembre sopló sus 90 velas en un fiestón que le montó en casa su pareja (y mánager), Julia, con más de 80 invitados. “¿Cómo me sientan los 90? No lo sé, ni pienso en ello. Ni me lo creo. Es lo mejor que puedes hacer. Pero ahí están, cuidado, ¿eh?”. Con el paso del tiempo, ¿entiende uno más cómo funciona el mundo, o todo lo contrario? “Tienes más conocimiento y ves cosas que se repiten más de lo que quisieras”, cavila. “Los yanquis, por ejemplo, quizá antes no me molestaban tanto como ahora, y los israelíes, con esa bestialidad que han hecho con los palestinos”.

Sigue de cerca el disco que Soleá Morente prepara desde hace años con sus canciones. “Ya casi está terminado”, informa Julia. Él aporta algunas voces y guitarras. Con su padre, Enrique, hubo una “amistad cálida”, precisa Paco Ibáñez. El trovador no deja de galopar, y tras el recital del Palau, le aguardan citas en Madrid (Teatro Coliseum, 27 de enero) y Bilbao (Campos Eliseos, 15 de febrero). Siempre con un pellizco de humor. “El hecho es aguantar y que la gente no te eche. ‘Fuera, fuera, fuera’… No, no me ha pasado nunca”.

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