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Jaume Tresserra (diseñador): "Kim Bassinger convirtió mi butaca Casablanca en una pieza de culto"
Sus muebles han aparecido en películas de Almodóvar, Tim Burton, Louis Malle y Ridley Scott. Pronostica la desaparición del 'smartphone', porque "está mal resuelto"
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De estudiante disperso a diseñador y productor de muebles de madera valorados en todo el mundo con sede en Barcelona. Tim Barton, Ridley Scott, Pedro Almodóvar y Louis Malle los eligieron para sus películas, Margaret Tatcher fue clienta y Brad Pitt luce sus piezas en su hogar. Diseña interiores por todo el mundo y su mueble Samuro, poblado de compartimentos secretos, está considerado una obra de artesanía y tecnología en perfecta conjunción.
¿Se formó trabajando?
Sí, me dedicaba a la publicidad, diseñaba stands y se me daban bien los espacios. También mi hermano Josep Maria, diseñador de trajes de novia que vivió en New York, me abrió las puertas de un mundo especial, y pude conocer gente diferente, especial, como Elsa Peretti.
¿Diseñaba los muebles para los espacios?
Sí, y alguien me propuso fabricarlos en serie. Lola, mi pareja, me animó. Sin ella, no sé si hubiera llegado a donde he llegado. Apenas los pensé, presenté mi catálogo en una Feria de Valencia de 1987 y me dieron el primer Premio de Diseño.
Forma y función, ¿dónde está el límite?
En la forma no hay límites. En la función, una mesa de despacho es un sobre con cuatro patas, pero que sea emblemática y de calidad no es tan fácil. Otorgar espectacularidad a la sencillez es lo que cuesta. Sé que mis muebles son inconfundibles, y esto me obliga a mantener el listón muy alto.
Lo suyo, ¿es artesanía?
Artesanía con tecnología. Fabricar mis piezas es complicado, por eso el taller y la metalistería son propios, en el control de calidad soy muy exigente. Los carpinteros prefieren hacer cien puertas o forrar las paredes de un banco, ganan mucho más que con una pieza artesana y hay pocos que sepan hacer mis muebles.
Otorgar espectacularidad a la sencillez es lo que cuesta. Sé que mis muebles son inconfundibles, y esto me obliga a mantener el listón muy alto
¿Quién compra sus muebles?
Gente con poder adquisitivo alto, o aquellos que ahorran para tener una pieza. Esto es esa clase media que desaparece. Y es una lástima, porque es el puente levadizo entre el pueblo y el castillo, la única esperanza que hay para progresar. Uno de los valores añadidos a mis muebles es que se heredan.
¿Cómo ve el presente social?
La gente se queja y exige soluciones al Estado, que parece que lo ha de solventar todo. Nadie habla de encontrar soluciones y los que mandan no se escuchan, se dedican a atacar al contrario en vez de sumar ideas. La juventud ha de saber que “la vida es lo que pasa mientras haces planes” (John Lennon), porque en ellos está la esperanza.
¿Volvería a los 30 años?
Por el momento estoy cómodo entre mi pasado y el hipotético futuro. Pero no me gusta mucho el mundo ahora. Para hacer un mueble necesito un ebanista, y el Ministro de Sanidad debe ser un médico. No creo en la buena voluntad porque no soluciona nada, creo en la formación y la eficiencia.
¿Qué le altera?
La ignorancia obscena y exhibicionista. Y el mal diseño. Lo que está bien no se toca a menos que sea para mejorarlo, aunque se está innovando porque el avance tecnológico ayuda. Diseñar una batidora cuando no había era un reto, luego hay cien modelos.
¿Un diseño por excelencia?
El bolígrafo con capuchón y el mechero, de Bic. El smartphone, de máxima utilidad social, desaparecerá, hablaremos a través de un chip en la piel. Ahora se va por la calle con un trozo de metal en la mano y hablándole. Pesa, es incómodo, por tanto desaparecerá, como todo lo que está mal resuelto.
En el diseño, ¿qué sector ha evolucionado más?
El del automóvil, pero hoy el buen coche es exageradamente espectacular y el exceso siempre es vulgar. Técnicamente son superiores, pero ¿esto implica obligatoriamente la fealdad? Ya no te giras a mirar un coche, solo si es un clásico. Antes miraba un gran coche y lo conducía un aristócrata, ahora lo conduce un futbolista.
El smartphone desaparecerá, hablaremos a través de un chip en la piel. Ahora se va por la calle con un trozo de metal en la mano y hablándole. Pesa, es incómodo, por tanto desaparecerá, como todo lo que está mal resuelto.
¿Y el coche eléctrico?
Cuando hay que enchufarlo para que funcione, ya no vamos bien. Todos los coches me parecen electrodomésticos, eléctricos o no. Además, ¿qué haremos con las baterías? El ser humano tiene tendencia a esconder cosas bajo la alfombra, ahí irán a parar. Poco sostenible.
¿Su mayor afición?
El cine. En casa, de pequeños, había una sala con dos filas de butacas y una cámara profesional, y cada día después de cenar veíamos una película. Me gustaba aquel Hollywood falso en que el galán mataba a los indios y en su casa se ponía falda y cocinaba huevos para los amigos. O la prostituta vestida de Givenchy, tan poco creíble. Si que da dinero la prostitución callejera en Nueva York, pensaba yo.
¿Le parece que hay buen cine?
La rentabilidad máxima conduce a la búsqueda de gran público y esto no es bueno. Me gusta, por ejemplo, el cine de Spielberg, porque no le sobra ni le falta un solo fotograma, se explica perfecto. También me encantaban las cuádrigas con cuatro tablas de 'Benhur' de William Wyler. Era más romántico, emocionaba. Ahora los efectos especiales son demasiado especiales, el cine de terror tiñe la pantalla de rojo, da más risa que miedo.
Sus muebles aparecen en películas.
Tim Burton quería muebles para 'Batman', modernos que encajaran en la atmósfera gótica de Gotham. Cuando vi a Kim Bassinger sentada en mi butaca Casablanca, se convirtió en una pieza de culto, y para mí en un récord de ventas. Tengo muchas anécdotas. Al ver la película 'Herida', de Louis Malle, cuando Jeremy Irons y Juliette Binoche simulan hacer el amor sobre una mesa mía, pensé: que no se rompa.
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