EXPOSICIONES

Coches de hojalata, dioramas del bar de Perico Chicote y juegos de mesa para salvar el alma de los niños pecadores

Para estas fechas navideñas, el Centro Cultural Conde Duque acoge una exposición sobre un siglo de juguetes españoles, que es también un repaso a los cambios políticos, económicos, tecnológicos y sociológicos del país

Una sala de la exposición 'Del juguete al cielo'.

Una sala de la exposición 'Del juguete al cielo'. / CEDIDA

Madrid
Por qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

En el siglo XVIII Carlos Linneo creó una nomenclatura con la que se propuso clasificar a todos los seres vivos. A partir de entonces, el perro doméstico fue el Canis familiaris, el gato fue el Felis catus; el pato, Anas platyrhynchos y el ser humano, el Homo sapiens. Partiendo de la taxonomía del científico sueco, a principios del siglo XX, el filósofo Henri Bergson calificó al ser humano como Homo faber y, pocos años después, Johan Huizinga calificó al hombre como Homo ludens, convencido de que, además del conocimiento o la capacidad de fabricar, el juego es consustancial al ser humano y es una de las vías que utiliza la especie para socializar, avanzar y adquirir conocimientos.

Si bien es cierto que el juego no precisa necesariamente de accesorios, también lo es que, desde hace milenios, el ser humano ha fabricado juguetes para entretener a los más pequeños de la comunidad. Unos objetos que durante siglos fueron manufacturados por artesanos y que, con la llegada de la revolución industrial, comenzaron a fabricarse en serie. Un cambio que contribuyó a que se abaratasen y fueran asequibles para un mayor número de personas, porque una cosa es que todos los humanos jueguen y otra que todos ellos tengan o hayan tenido juguetes.

Del juguete al cielo, la exposición que se podrá visitar gratuitamente en la Sala 1 de Exposiciones del Centro Cultural Conde Duque hasta el próximo 9 de marzo de 2025, recoge alrededor de cuatrocientas obras procedentes de la colección Quiroga-Monte, que abarcan desde los inicios de esa producción en masa a finales del siglo XIX, hasta la década de los ochenta del siglo XX. Una horquilla de cien años en la que tienen cabida cromos troquelados y soldaditos de plomo, juguetes de hojalata, trenes eléctricos, muñecas, juegos de mesa y los primeros juguetes tecnológicos, como los zootropos, el CineExin o los primeros coches teledirigidos.

Niños pecadores

Si bien a nadie se le escapa que el título de Del juguete al cielo hace referencia al conocido dicho de "De Madrid al cielo", a la vista de algunas de las piezas se podría pensar que es un guiño al hecho de que, durante la dictadura, los juguetes no fueron tanto un medio para que los más pequeños desarrollasen su personalidad, como un canal para adoctrinarlos, inculcarles el temor a Dios y enseñarles cómo salvar su alma de las llamas del infierno.

Prueba de ello son algunos juegos de mesa presentes en la exposición con títulos como Camino del Cielo, Viaje al reino de los CielosCamino de Belén o Los dos caminos, en los que el objetivo es alcanzar la gloria divina, aunque para ello el jugador no dependa tanto de sus virtudes como del azar, lo que, por otra parte, no deja de ser otra lección de vida. En todo caso y a pesar de lo llamativo de estos ejemplos, estos juegos educativos fechados en su mayoría en los años 40 y 50, tuvieron otros antecedentes no confesionales, como el juego Virtudes y vicios, lanzado en 1935 por Borrás, en cuya caja se puede ver a una mujer con dos hijos frente a un hombre, supuestamente su pareja y padre de los niños, alcoholizado. Un juego de mesa para toda la familia, cuyo mensaje de contención y responsabilidad bien podría haberlo firmado un seguidor de la Escuela Moderna de Francesc i Guardia o un militante del movimiento anarquista.

De hecho, los anarquistas y otros políticos, tanto de izquierdas como de derechas, protagonizan una de las piezas más sorprendentes de la exposición: El Deriz, un juego cuyo nombre deriva de la unión de las primeras letras de «derechas» e «izquierdas» y cuyo interés radica en jugar con los deferentes líderes políticos del bando azul y del bando rojo, al menos hasta 1939, cuando el final de la guerra transformó por completo el panorama lúdico de los niños españoles.

A partir de entonces, a esos juegos religiosos antes mencionados, se les sumarían ocas con iconografía relacionada con la victoria de Franco, con símbolos de Falange e incluso un juego titulado Guerra al estraperlo que, con unas reglas semejantes a las del Monopoly, proponía que el ganador fuera el que más productos de estraperlo vendiera. Un detalle que, en opinión de José Antonio Quiroga, uno de los comisarios de la muestra, resulta sorprendente porque, en teoría, el estraperlo era una actividad prohibida y perseguida por el gobierno franquista.

Una España de juguete

Más allá de la extrema rareza de algunas de las piezas —surgidas de grandes firmas del juguete español como Paya, Rico, Geyper o Borrás—, de la belleza gráfica de muchos de los juegos expuestos y de la innegable dosis de nostalgia que incluye la muestra, Del juguete al cielo puede ser leída como un ensayo sociológico sobre la evolución de la sociedad española en el último siglo y medio.

Los trenes y las muñecas, por ejemplo, no solo demuestran que había roles de género muy definidos entre niños y niñas. También marcaban las diferencias de clase entre aquellos que tenían trenes estáticos y los que tenían locomotoras a cuerda o trenes completos alimentados por electricidad. Del mismo modo, no era lo mismo poseer una muñeca convencional que una Mariquita Pérez, con todos sus complementos y vestidos, o su competidora, cuyo nombre no podía ser otro que Cayetana. Habría que esperar hasta los años 60 y 70 para que apareciera una nueva línea de muñecas que, no solo cambiaba el cartón o la porcelana por el plástico, abaratando así su precio, sino que modernizaban el mensaje. Es el caso de muñecas como Nancy, que transmitieron a las niñas que su vida no tenía que estar orientada al matrimonio, la maternidad o a Dios, como sí que sugieren dos muñecas presentes en la exposición, vestidas de primera comunión con sus rosarios, devocionarios y reclinatorios. Mucho antes que Barbie llegara a las jugueterías españolas, Nancy ya demostraba que las mujeres podían aspirar a otras cosas, empezando por trabajar, divertirse sin tener que estar tuteladas por sus parejas, padres o hermanos, y vestir con prendas estampadas, entalladas y ceñidas.

Gracias a los juguetes, también es posible analizar la evolución de las aficiones deportivas del país que, lideradas en un primer momento por los toros y el turf, van dejando paso al fútbol, el ciclismo, las carreras de automóviles o motos, mientras que apenas tiene presencia el baloncesto, deporte más moderno y minoritario hasta fechas recientes.

Las costumbres sociales y el ocio colectivo también se reflejan en las creaciones de los fabricantes de juguetes, que pasan de comercializar dioramas de elegantes teatros señoriales para que los niños representen sus propias obras, a crear escenarios que recrean una escuela, un colmado en la época de la escasez, un fuerte del Séptimo de caballería en pleno éxito de las películas del Oeste o un moderno snack bar con las estanterías repletas de botellas de alcohol, protegidas por un camarero cuyos rasgos recuerdan al barman Perico Chicote. En definitiva, un moderno establecimiento al que se podría llegar en una reproducción en miniatura de un Seat 600, un Citroën tiburón, motos como la Vespa o un haiga pintado con motivos ye-ye en el que aparecen montados cuatro muñecos que recuerdan a los miembros de The Beatles, que no son los únicos famosos que aparecen en la exposición.

En la muestra también hay espacio para personalidades que, en una determinada época, fueron ídolos para los más pequeños. Por ejemplo, el ciclista Federico Martín Bahamontes, Ramper —popular payaso de los años 30 que llegó a tener una línea propia de juguetes— o Charlot. No obstante, fue a otra estrella del cine, en este caso Orson Welles, a quien se refirió durante la inauguración de la muestra el pasado miércoles José Antonio Quiroga para destacar la importancia de los juguetes en el desarrollo emocional de los niños. Para el comisario, hasta los individuos más prósperos recuerdan cuáles fueron sus juguetes de la infancia, como le sucede a Charles Foster Kane cuando, en el lecho de muerte y después de haber amasado una enorme fortuna, lo único que añora [¡atención, spoiler!] es Rosebud, el trineo con el que jugaba cuando era un niño pobre y sin recursos pero con toda la vida por delante.