CINE
El mejor director de cine británico de la historia, según Martin Scorsese
“Tengo el mejor trabajo del mundo, y Scorsese me presentó al mejor esposo del mundo. Lo he tenido todo", confiesa Thelma Schoonmaker, montadora de todas las películas del norteamericano desde 'Toro salvaje' y esposa de Michael Powell, quizá el mejor director británico de la historia a excepción de Alfred Hitchcock

Victoria Page en 'Las zapatillas rojas'. / ARCHIVO


Nando Salvà
Nando SalvàMartin Scorsese es, probablemente, el cineasta vivo más importante que existe, y ahí están su apabullante filmografía y su dedicación a la preservación y restauración de películas para justificar ese título. Parte de su éxito se la debe a Thelma Schoonmaker, que le ha editado todas sus películas desde Toro salvaje (1980) -también trabajó con él en su primer largometraje de ficción, ¿Quién llama a mi puerta? (1967)- y ha ganado sendos Oscars al Mejor Montaje gracias a tres de ellas. Y las carreras de ambos están altamente influenciadas por Michael Powell, que quizá sea el mejor director británico de la historia a excepción de Alfred Hitchcock -que, en todo caso, creó la mayor parte de su obra en Estados Unidos- especialmente gracias a la veintena de películas que entre 1939 y 1972 firmó junto al guionista de origen húngaro Emeric Pressburger. Recién estrenado en Filmin, el documental Made in Englandexplora no solo el valiosísimo legado artístico de la pareja sino también la repercusión que tuvo en el maestro neoyorquino y su estrecha colaboradora.
“Desde que lo conocí, Marty me hablaba constantemente de las películas de Michael, así que yo estaba llena de expectativas cuando posteriormente nos presentó durante una cena; poco podía imaginar yo entonces que Michael y yo acabaríamos casándonos unos años después”, nos cuenta Schoonmaker, que ha coproducido la película. Por lo que respecta a Scorsese, no solo se encargó de coescribirla sino que también es su narrador, y a lo largo de su metraje derrocha pasión mientras celebra tanto la obra que Powell completó junto su socio como parte de la que creó sin él. Hablamos de fantasías en Technicolor como Las zapatillas rojas (1948), con su escena de ballet de casi 15 minutos de duración que es como una enciclopedia de cine en sí misma, y que ha sido mil veces referenciada en el cine posterior.
O de filmes como A vida o muerte (1946), tan disparatada como conmovedora e igual de juguetona que de vanguardista; como Narciso negro (1947), una fusión casi perfecta de historia, dirección, interpretaciones y pictórica fotografía; y por supuesto como El fotógrafo del pánico (1960), inquietante psicodrama sobre un asesino que filma a sus víctimas antes de asesinarlas que Powell firmó ya disuelta su sociedad con Pressburger, y que en su momento fue objeto de críticas tan feroces por parte de la moralmente acartonada crítica de la época que acabó destruyendo la carrera de su autor. Hoy es considerada un clásico imprescindible del cine de terror.
“Es entonces, cuando Powell había sido convertido en un paria, cuando el joven Martin llamó su puerta”, recuerda Schoonmaker. “Por entonces él era tan solo un fan que buscaba inspiración y consejos de su héroe, y lo que se encontró al conocerlo fue un hombre arruinado, que no podía permitirse lujos como comprar una botella de whisky o usar calefacción en su casa”. Scorsese sacó al de Kent (Inglaterra) de su retiro convenciéndole de que el público amaba sus películas, y habló con Francis Ford Coppola para que lo incorporara a su productora, American Zoetrope. “Después de conocer a Marty, la sangre volvió a correr por mis venas”, escribió Powell en su autobiografía, A Life in Movies.
Powell y Schoonmaker se conocieron en 1980, y empezaron su romance en febrero del año siguiente, en Los Angeles, justo cuando ella viajó allí para ganar el Oscar al Mejor Montaje gracias a Toro Salvaje; él no tardó en mudarse a Nueva York. Estuvieron casados desde mayo del 84 hasta que el cineasta murió en febrero de 1990 a causa de un cáncer. “Durante las décadas que estuvo excluido del sistema, Michael nunca se rindió”, explica la montadora. “Siempre estaba escribiendo guiones. “Tenía en mente un centenar de ideas para las que nunca llegó a lograr financiación”. Varias veces, Scorsese intentó ayudar a Powell a poner en marcha alguno de esos proyectos. “Michael era muy impaciente con la gente, y era propenso a insultar”, se ríe Schoonmaker. “Marty siempre ha sido lo contrario, creció en un barrio de mafiosos y trabajó desde joven en Hollywood, aprendió a tratar con personas poderosas y a convencerlas para que le prestaran dinero”.
La influencia de Powell en las películas de Scorsese va más allá de lo que se ve en ellas. Durante los 80 el británico estuvo muy presente en los sucesivos rodajes de su amigo y en sus respectivos procesos de montaje la sala de montaje. Consejos específicos que él dio tuvieron una influencia esencial en las versiones finales de Toro salvaje, ¡Jo, qué noche! (1985) y Uno de los nuestros (1990). Cuando Scorsese estuvo a punto de abandonar la producción de esta ultima cuando un estudio tras otro rechazaron el proyecto por el peso que las drogas tenían en el argumento de la película, por ejemplo, le dio la energía necesaria para que no se rindiera. “Michael protegía con fiereza la integridad artística de Marty, en buena medida porque quería protegerlo de lo que él mismo había sufrido”, comenta Schoonmaker. “A cambio, lo que Marty ha hecho por Michael es enorme”. En efecto, nadie ha hecho tanto como Scorsese para recuperar del olvido las películas de Powell y Pressburger, donde permanecieron más de 20 años; a lo largo de los años, por ejemplo, a través de su fundación ha recaudado fondos para restaurar ocho de ellas.
También Schoonmaker se ha dedicado en cuerpo y alma a honrar y preservar el legado de su esposo. “Su muerte me dejó rota. Y, por entonces, ‘Uno de los Nuestros’ me salvó la vida. Yo ya no quería vivir, pero me volqué en el montaje de la película porque sabía que Michael hubiera querido que la terminara". Desde entonces, la memoria de Powell ha permanecido presente para ella en la figura del cineasta con el que lleva casi seis décadas trabajando, y a quien considera su mentor. “Martin es quien realmente me enseñó a montar películas; al principio de nuestro trabajo juntos, yo no sabía muy bien lo que hacía. Tuve un maestro magnífico, el mejor de todos”. La sociedad entre ambos, explica, es irrompible. “Colaborar con él significa trabajar muchísimas horas, dejar de ver a tu familia y tus amigos y hasta perder algo de salud, pero yo asumo ese precio para satisfacer la adicción que me provoca mi profesión cuando la desempeño al lado de Marty. Soy muy afortunada”, afirma. “Tengo el mejor trabajo del mundo, y Scorsese me presentó al mejor esposo del mundo. Lo he tenido todo".
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