Opinión | Política y moda

Patrycia Centeno

Patrycia Centeno

Experta en comunicación no verbal.

Dejad de sobarnos

El lunes, en el funeral celebrado en Valencia por los políticos víctimas de la Dana, uno de los “saludos” a la reina se acabó viralizando. En las imágenes se ve a un hombre que toma y acaricia a Letizia por la cintura.

El momento de la Reina Letizia con una de las víctimas de la Dana

PI STUDIO

Era mi primer año en la facultad y hacía poco que residía en Barcelona. A media tarde, tomé el metro en Plaça Catalunya. En un momento del trayecto, el vagón iba tan lleno que todos nos encogimos. Junto a mí, un hombre de mediana edad cargaba con unas bolsas. Quise ser amable y hacerle todo el hueco que pude. A los pocos segundos, algo se estaba restregando en mi trasero. Me giré sorprendida y me topé con la sonrisa sucia del sujeto al que había tratado de ayudar. Se abrieron las puertas y salí corriendo. No era mi parada, pero necesitaba recuperarme del susto, el cabreo, el asco, la frustración y la culpa (sí, la culpa: porque encima, por la mierda de educación en la que el cuerpo de la mujer se sugiere pecaminoso, siempre nos preguntamos si tal asquerosa actitud la hemos provocado nosotras).

Como en el caso de la mayoría de las mujeres, no fue la primera ni, por supuesto, la última agresión que he sufrido de este tipo (en comunicación no verbal, invadir el espacio íntimo de otro animal se considera y se vive como una agresión). Una mano que, sin venir a cuento, se posa encima de la tuya en mitad de una reunión; una pierna que empieza a buscar tu zapato por debajo de la mesa en la que hasta ese momento creías que se estaba celebrando un encuentro de negocios; un saludo donde te tiran del brazo para plantarte dos besos que con tu lenguaje corporal ya habías dejado claro que declinabas; que el hermano de una colega te hable a dos centímetros de tu boca; un cachete en el culo por parte de un desconocido cuando vas andando tan tranquila por la calle… Y estos serían los que recuerdo, pero son tantas las veces que un hombre penetra sin permiso el espacio personal de una mujer que hasta perdemos la cuenta. Si esta misma circunstancia se diera entre hombres, lo recordarían porque habrían acabado a puñetazos. 

El lunes, en el funeral celebrado en Valencia por los políticos víctimas de la Dana (bueno, por eso ocupaban las primeras filas de la Catedral, ¿no?); uno de los “saludos” a la reina se acabó viralizando. En las imágenes se ve a un hombre que toma y acaricia a Letizia por la cintura. Aunque la reina le aparta la mano para liberarse (y hacerle notar que le incomoda), el señor le hace un quiebro y recupera inmediatamente la posición inicial, añadiendo unas cuentas caricias. La reina, molesta, baja la mirada, se acaricia el pelo (intenta tranquilizarse para afrontar la situación), toma aire (fuerzas) y agarra la mano de su interlocutor para que pare (por lo menos de manosearla). 

Hace unos meses, Rosalía vivió una experiencia muy parecida. Un fan que le demandó una foto consideró que podía tomarla por la cintura. Y aunque la cantante tuvo que retirarle en dos ocasiones la mano, este parecía no querer entenderlo. De hecho, aún much@s se preguntan qué mal hay en que se tome a alguien por la cintura. Fácil: esa actitud cariñosa no la tendrían con el cuerpo de un hombre con el que no guarden una relación de estrecha confianza (amor, cariño o compañerismo). Lo cogerían (abrazarían, consolarían…) por la parte alta de la espalda, pero nunca por debajo de los omoplatos. Y si saben y respetan el espacio personal e íntimo de un varón, ¿por qué consideran que pueden invadir el de una mujer? ¿Es simplemente porque no respondemos al ataque con un guantazo?

Si ese tipo de gestos y actitudes se los permiten públicamente con dos reinas, imaginen lo que sucede cuando no hay cámaras y las destinatarias son anónimas…  

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