Opinión | Literatura

Inés Martín Rodrigo

Inés Martín Rodrigo

Periodista y escritora

Momentos extraordinarios en mi primera FIL de Guadalajara

Debutar en la Feria Internacional del Libro que se celebra en la ciudad mexicana es tan abrumador como excitante, una experiencia imposible de olvidar y bien difícil de contar

Rosa Montero, en la FIL de Guadalajara.

Rosa Montero, en la FIL de Guadalajara. / Ulises Ruiz

Sobre el oficio de escritor, si es que escribir es eso, un oficio, pesa un aura de romanticismo que mitifica la realidad de quienes aspiramos a vivir de la literatura, y la desvirtúa. Contar una historia, la que sea, ficción o no, requiere estabilidad, personal y económica, disciplina, siempre, y, a veces, muchas, sacrificio. Lo pensaba, hace unos días que seguramente sean horas, pues desde que aterricé en Guadalajara (México) el tiempo se ha diluido en un eterno presente continuo, espero que con retorno, mientras paseaba junto a Rosa Montero por los largos y abarrotados pasillos de la Feria Internacional del Libro (FIL).

Habíamos quedado para vernos, charlar, y en el trayecto hasta nuestro destino, un puesto de joyas al que ella acude cada año, es clienta habitual, decenas de personas la pararon para pedirle una dedicatoria, una foto, un abrazo, un saludo, cualquier cosa. A todo, y a todos, Rosa respondía que sí, con una sonrisa, agradecida. Venía, esa mañana, de dar tres entrevistas, apenas había dormido (maldito jet lag) y el día anterior había estado firmando durante horas.

Yo la miraba, con admiración y arrobo, viéndola entregarse a sus lectores así, de esa manera, tan generosa, y pensaba en la energía que debía dedicar a eso, parte de su salud, también, un esfuerzo añadido al de escribir, con el compromiso, además, con el que ella lo hace. “Es que es Rosa Montero, la gran Rosa Montero”, me decían quienes la interrumpían, en un intento por justificarse, tal vez, o por la pura excitación de haberse cruzado, de haber conocido, por fin, en persona, en carne y hueso, a su escritora favorita.

La escritora Rosa Montero, durante un acto de la FIL 2024.

La escritora Rosa Montero, durante un acto de la FIL 2024. / Francisco Guasco / EFE

Es devoción, auténtica, lo que los lectores mexicanos, latinoamericanos en general, sienten hacia ella, lo mismo que hacia otros autores españoles también presentes en esta edición de la FIL, en la que España es País Invitado de Honor. Joana Marcus y Alice Kellen no pueden moverse por la Feria sin que sus agentes las acompañen, y había gente esperando para la firma de Marián Rojas Estapé desde las 8 de la mañana (empezaba a las 7 de la tarde), sin olvidar a Irene Vallejo, cuya legión de seguidores a este lado del charco es tan infinita como las ventas de su libro.

Devoción

En el famoso puesto de joyas, Rosa fue recibida cual estrella del rock, del corrido, la ranchera o lo que gusten escuchar. La sacaron una silla, nos ofrecieron tequila, que no bebimos, pues era bien temprano y tanto ella como yo luego teníamos actos, compromisos, conversatorios, entrevistas, y empezaron a mostrarle joyas y más joyas, de plata, preciosas, un muestrario de artesanía mexicana con sus calaveras y diablitos. Entonces, en mi cabeza empezó a sonar el 'Oh, Pretty Woman' de Roy Orbison, creo que hasta me contoneé, sin parar de sonreír.

Cumplido el ritual, pues esa visita es, para Rosa, más que una tradición, escapamos del gentío feriante y nos contamos cómo nos iba, la vida, nuestros libros (ella publica nueva novela, 'Animales difíciles', el 15 de enero, y yo, a mediados de marzo). Al despedirnos, pronto, para que pudiéramos descansar algo, un ratito, antes de retomar la agenda vespertina, tuve la certeza de estar viviendo un momento extraordinario, allí, con ella, poblar el instante presente, estar, cada vez, donde se está.

Me ha pasado más veces, estos días, y me sigue sucediendo. Con Karmele Jaio, pateando la Feria, “la FIL es nuestra”, decía, con su sonrisa tímida, brindando con cava en el stand de Barcelona, que el año próximo será la Ciudad Invitada de Honor. O esta misma mañana, en el desayuno, Rosa Ribas, Care Santos, Lorenzo Silva, Najat El Hachmi, de nuevo el tema de la disciplina, el esfuerzo, el tesón, valores tan perdidos hoy como las escalas en el aeropuerto de Ciudad de México, vuelos eternos, extenuantes, para llegar hasta esta ciudad de Jalisco a hablar de literatura. Pero es bonito, compensa.

El escritor Fernando Aramburu, en la FIL de Guadalajara.

El escritor Fernando Aramburu, en la FIL de Guadalajara. / Francisco Guasco / EFE

Ribas, por ejemplo, va a reencontrarse aquí con Angélica, con la que celebra 50 años de amistad. “Nos conocimos de niñas porque nuestros padres nos apuntaron a un grupo de excursionistas porque leíamos mucho”. Desde entonces, hasta ahora, con Fráncfort como lugar de residencia compartida durante años.

Años, otra clave, la edad, en estos menesteres literarios. “Cuando eres joven y quieres viajar a cualquier lugar, nadie te invita, y cuando eres mayor y lo único que te interesa es quedarte en tu casa, te llaman de todos sitios”. Me lo dijo Héctor Abad Faciolince mientras me acompañaba, en el ascensor (tengo fobia a cogerlos sola), hasta el séptimo piso, donde está mi habitación en el hotel en el que nos alojamos.

Lo mismo piensa Fernando Aramburu, que inauguró la FIL con Rosa Montero el pasado sábado y con el que la casualidad quiso que me topara, en el 'stand' de Planeta, grupo que nos publica a ambos, después de haber intentado vernos sin éxito, agendas incompatibles. “Ha sido una locura en el mejor sentido de la palabra, pero yo ya lo que quiero es volver a mi casa con mi mujer y ver a mi nieta”. Le faltaba poco, unas horas, para coger el vuelo de vuelta a esa realidad que los escritores hemos de seguir viviendo mientras intentamos hacer más habitable la de los demás.