Novedad editorial
Colson Whitehead: “Puedo escuchar la música de Michael Jackson, pero no lo contrataría como canguro”
El escritor estadounidense publica ‘Manifiesto criminal’, segunda entrega de la trilogía delincuencial que inició con ‘El ritmo de Harlem’ y frondoso retrato del Nueva York de los años 70

Colson Whitehead, durante su última visita a Barcelona en 2022 / ELISENDA PONS


David Morán
David MoránPeriodista
Periodista de la sección de cultura.
Colson Whitehead (Nueva York, 1969) hizo historia ganando dos premios Pulitzer del tirón, hito hasta entonces solo al alcance de titanes como John Updike y William Faulkner, y por si acaso caía el tercero, tomó un desvío desde el ‘El ferrocarril subterráneo’ y ‘Los chicos de la Nickel’ y se fue a vivir una temporada al Nueva York de los años 60. Gángsters primerizos, bebop a chorro, y dos ciudades, la blanca y la negra, “superpuestas la una a la otra, ignorándose mutuamente, separadas y conectadas por las vías”.
Así fue como nació ‘El ritmo de Harlem’, novela de atracos que escondía una frondosa epopeya delincuencial y primera pata de una trilogía que llega con ‘Manifiesto criminal’ (Random House) a su segunda entrega. Turbulentos años 70 en el calendario, mismo barrio, con la calle 125 como centro del mundo, y Ray Carney de nuevo a los mandos. “Está buscando su lugar; del mismo modo que la ciudad sufre convulsiones y episodios terribles, también él vive sus propios altibajos”, explica Whitehead sobre su personaje estrella, un vendedor de muebles con turbias conexiones con el hampa local.
Una sociedad pecaminosa
Un tipo constantemente tentado por el lado oscuro de una ciudad moralmente podrida. “Ahora mismo me resulta muy difícil pensar en un sistema u organización que no sea corrupta. La gente nace con el pecado y crea una sociedad pecaminosa. Sin corruptos y villanos no habría relato ni historia. Y mi personaje simplemente intenta recorrer ese camino a su manera”, reflexiona el autor de ‘El coloso de Nueva York’.
El escritor, que atiende vía Zoom desde su apartamento neoyorquino junto a un póster de ‘Rififí’ de Jules Dassin, prefiere no hablar de política ("todos los lugares son un lío y tienen su punto de racismo. ¿Existe un lugar un puro? Todo está bastante jodido y cada uno está en su lugar", relativiza), aunque sí que reconoce que hay algunos temas sobre los que vuelve una y otra vez: la raza, la historia americana y, claro, Nueva York. También, asegura, el humor. “Es importante no tomarse demasiado en serio. Siempre que puedo me encanta meter un par de chistes raros en mis libros”, reconoce.
Normal que, después de dos novelas de gravedad trágica y crudo trasfondo histórico, se lo esté pasando en grande con las tropelías de Ray Carney y su séquito de policías corruptos, chantajistas con ínfulas artísticas y estrellas del cine de serie B. “Un libro sobre la esclavitud no es muy divertido, pero todo forma parte de mi manera de ver el mundo. Tener un personaje que gana, que no está sujeto a la esclavitud ni al canibalismo, también es un buen cambio”, explica.
Motown y ‘blaxploitation’
En ‘Manifiesto criminal’, imbuida de espíritu setentero y rodeada por los restos del naufragio psicodélico de los 60, suenan canciones de la Motown, corren los chismes sobre Berry Gordy, el dentista de Aretha Franklin y “el armonicista que tocaba en el tercer LP de War”, y la a ratos respetable tienda de muebles del protagonista se convierte en improvisado 'set' de de filmación de una película de ‘blaxploitation’.
Un atracón de cultura pop en el mugriento Nueva York del bicentenario, los apagones y los incendios provocados que Whitehead concibe como una suerte de homenaje a una ciudad que, además de no dormir, no deja de cambiar. “Originalmente Harlem estaba lleno de italianos y alemanes; los negros llegaron del Sur y se convirtió en un barrio negro. Luego fue refugio para latinos y puertorriqueños, y toda esta gente ha vivido en los mismos sitios, en los mismos apartamentos. Así que parte de la energía original se mantiene; el proceso de gente llegando a Harlem para poner un pie en Nueva York sigue siendo el mismo”, explica.
Punk y depravación
Crecido en los 70, Whitehead se teletransportaría sin pestañear al CBGB’s para asistir a algún concierto de Television o Talking Heads, pero es Michael Jackson, superestrella aún en ciernes y prodigio del pop al que la industria todavía no había triturado, quien aparece en ‘Manifiesto criminal’. Él es, en parte, el culpable de que Carner abandone su barbecho de decencia y retome la senda delictiva para hacerse con un par de entradas para que su hija pueda ver a los Jackson 5. “El más mínimo movimiento de Jackson, cada temblor, provocaba otra oleada de chillidos en el Garden”, escribe el neoyorquino en el libro.
El malogrado rey del pop, apunta Whitehead, aparece aquí como referencia histórica que encaja de maravilla con el relato y su época, pero también como ejemplo perfecto de depravación y envilecimiento. “Buena parte de esta novela tiene que ver con la corrupción, y ahora sabemos que Michael Jackson se convirtió en un monstruo corrupto. En la superficie es un genio, pero por detrás es un monstruo. Yo puedo escuchar su música, pero no lo contrataría como canguro de mis hijos”, ilustra.
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