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‘Cacophony’: una obra 'tiktokera' sobre la ascensión, linchamiento y caída de una feminista en tiempos de #MeToo

Tras su estreno en Barcelona, llega a La Abadía la pieza de Molly Taylor sobre el acoso y la violencia digital, dirigida por Anna Serrano Gatell

Varios de los protagnistas de 'Cacophony', en un momento de la obra.

Varios de los protagnistas de 'Cacophony', en un momento de la obra. / Cedida

Marta García Miranda

Madrid
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Están en la terraza de un piso, celebrando un cumpleaños. Es probable que coman pizza, que beban cerveza barata, que suene la música que llega de dentro y que la mayoría, pero no todos, se conozcan entre ellos. Tienen veintitantos y hablan de la sentencia que ha absuelto a un futbolista acusado de violación. Bruna dirá, indignada, que “el sistema entero se basa en la idea de no escuchar a las mujeres, no nos han escuchado nunca y no nos van a escuchar ahora”. Alguien contestará que a lo mejor el tipo solo era un machista y no un agresor, que han publicado mensajes en los que decía que la chica era una guarra y le gustaba. Otro creerá que “esto es una moda y hay mucha gente que se está subiendo al carro” y una chica llamada Candela le recordará que “hace siglos que vivimos con esto y es lo contrario de una moda: es prehistórico”. A pesar de la diferencia de opiniones y puntos de vista, después se irán todos a protestar por la sentencia a una manifestación en Plaza de Castilla, una de esas concentraciones que sus organizadores no creen que acabe siendo masiva pero que acabará siéndolo y una chica llamada Abi, la dueña de ese piso donde han celebrado el cumpleaños, llegará tarde, justo después de que un loco arrolle a unos cuantos manifestantes con una furgoneta y aquello se transforme en el escenario de un atentado terrorista. Abi escribirá un texto en su blog que se hará viral y la convertirá en una activista potentísima, en la nueva líder de un feminismo joven y fotogénico que, justo al llegar a la cima de exposición y popularidad, caerá como suelen caer los héroes construidos a golpe de like y clickbait.

Abi es la protagonista de esta historia coral llamada Cacophony, escrita por la dramaturga británica Molly Taylor inspirada en el libro So you’ve been publicly shamed (Humillación en las redes), del periodista Jon Ronson. Taylor estrenó la pieza en 2018, en el Almeida Theatre, en plena efervescencia del MeToo, un momento en el que “a las activistas feministas se les dio más crédito, más estatus, más oportunidad de ser escuchadas, pero el mundo online es un lugar salvaje y (la escritura de) Cacophony —dice la autora— evolucionó hacia una exploración de la celebridad feminista, la autenticidad y el acoso digital”. Cacophony, explica Taylor, reflexiona sobre “lo vulnerables que somos al poder y la presión de las redes sociales”. En enero de 2024, Anna Serrano Gatell, creadora del colectivo VVAA y responsable de programación de la Sala Beckett, estrenó allí una versión en catalán del texto de Taylor, una puesta en escena que llega este viernes, con traducción al español de Eva Mir, al Teatro de La Abadía de Madrid. Con dramaturgia de Serrano Gatell y Oriol Puig Grau, en el reparto, siete jóvenes intérpretes que dan vida a más de 25 personajes: Laia Manzanares, Martí Atance, Mariona Pagès, Chelís Quinzá, Clara de Ramon, Mima Riera y Clara Sans.

“La obra habla del ascenso de esta chica —explica la directora— y cómo todo su entorno, también el más cercano compuesto por sus hermanas, su pareja o sus amigos, genera ese auge, pero hay un momento en el que se descubre una mentira que acaba saltando a la prensa y todos los que la habían elevado y convertido en una estrella del feminismo se sienten desilusionados y frustrados, dejan de creer en su mensaje, y comienza una bajada a los infiernos en la que vemos un linchamiento y una cancelación”. La puesta en escena de Cacophony tendrá una estructura TikTok, con una narración fragmentada y escenas cortas habitadas por una cacofonía de voces que opinan, que se contradicen, que condenan o empatizan. Un collage que mutará después en ataques y humillaciones, anónimos o no, y que acabará replicando en escena esa escenografía clásica de la virulencia digital tan actual.

También en la presentación del montaje, Juan Mayorga, director de La Abadía, reflexionaba sobre el papel que juega el teatro en este momento en el que las redes se han convertido en contenedores de bulos o fake news, como se ha visto recientemente con la Dana en Valencia o en la campaña de Trump en las últimas elecciones de Estados Unidos: “Creo que el teatro crea, de algún modo, un espacio y un tiempo de excepción, de interrupción, un espacio de atención, de examen, de escrutinio de lo que hay y de nosotros mismos ante lo que hay. Y creo que el teatro puede, entre otras cosas, reclamarnos y pedirnos silencio. Cuando se producen situaciones como estas, lo que deberíamos hacer es contener nuestra tentación de ocupar el silencio con un comentario apresurado, con una especulación, con un prejuicio inmediato. Yo siempre digo que el teatro es, por antonomasia, el espacio de la crítica y de la utopía que nos permite examinar lo que hay e imaginar otra forma, y ese trabajo de crítica y utopía está pendiente en cada momento y lo que mejor puede hacer el teatro es no solo examinar esos poderes, sino también darnos a pensar nuestra relación frente a ellos, cómo los usamos y cómo somos usados por ellos. Y creo que esta obra contribuye a ese diálogo”. Mayorga añadía: “Frente a la cacofonía, diálogo, conversación y silencio”.

Un malestar común

Pero la historia que narra Cacophony no solo conversa con la efervescencia en redes de bulos y linchamientos o con la construcción de liderazgos sobredimensionados y frágiles. También lo hace con el debate en torno al consentimiento, con la frontera que separa el maltrato o el machismo de la agresión sexual, con la creación de canales en los que muchas mujeres (esas a las que una de las protagonistas dice que no han escuchado nunca) están compartiendo de forma anónima episodios de violencia y agresiones, con la posición de las generaciones más jóvenes en torno a estos asuntos o, finalmente, con el pozo de inseguridad en que se han convertido las redes para muchas personas.

En una conversación posterior a la rueda de prensa, Chelís Quinzá, de 25 años y actor del montaje, explica a este diario que cuando leyó el texto por primera vez se dio cuenta de que las conversaciones que aparecían en la obra eran muy parecidas a las que tenía con su círculo de amigos: “Yo, en mi grupo, veo que hay un malestar social bastante grande sobre feminismo, sobre los cuerpos no normativos o con tener que entrar en un canon para ser feliz. Para mí, las redes sociales tienen un poder muy guay de poder seguir a referentes o sentirte más identificado con una persona, pero creo que son un foco de inseguridades porque estoy más pendiente de cómo salgo en la foto que de mostrar realmente quién soy. X no me llama la atención y no lo uso por esta mierda, porque me parece que la gente va a vomitar allí lo que no vomita en su casa, pero sí uso TikTok, y cada vez vamos a peor, cada vez más adictos”.

A su lado, la actriz Laia Manzanares (Merlí, Estoy vivo), de 30 años, explica que, “en referencia al tema del consentimiento, hace poco he aprendido una palabra nueva, que es el punitivismo. Es decir, como hay un hombre que está acusado de violación, entonces sí o sí tiene que ir a la cárcel. Este debate es el primero que se plantea en la obra y yo tengo que decir que, como mujer feminista, he vivido una evolución en cuanto a cómo percibo el movimiento. Con 20 años, literalmente habría cortado penes a hombres como castigo por una violación. Y ahora, con 30, pienso que el mundo que queremos no es el que castiga, porque yo ni siquiera creo en el sistema penitenciario, y me pregunto: ¿de qué sirve castigar y encerrar cuando lo guay es educar y poder regenerar un mundo? Al final es lo que pedimos, reparar, yo qué sé, lo estamos viendo con Íñigo Errejón. Pero, obviamente, la balanza está desequilibrada porque vivimos en un sistema patriarcal, ultracapitalista, asfixiante y no hemos encontrado la manera”.

La actriz cree, además, que “cada vez estamos más enganchados a las redes y eso nos desconecta más, se nos va a la mierda el sentido común y está todo tan segregado que es difícil pensar en un camino común, pero yo cada vez abogo más por eso, por cambiar las cosas para que puedan caber todas, todos, todes y vivir con derechos lo más tranquilas posible”.

Los dos actores reflexionan también sobre la existencia en redes de canales como @testimoniosartesecenicas que, siguiendo el ejemplo de la periodista Fallarás en Instagram, está acogiendo relatos sobre experiencias de maltrato, violencia o agresiones en el mundo del teatro y las escuelas de arte dramático. Chelís Quinzá cree que las situaciones que se están denunciando son “una auténtica vergüenza, hay que condenarlo ya, hay que poner límites ya. Me parecen súper bien las plataformas que se han desarrollado para denunciar las agresiones anónimas y que las mujeres sientan que tienen un espacio seguro para expresarse. Queremos espacios seguros para desarrollar nuestro arte porque si no, nos vamos a la mierda”. “Me parecen genial”, dice Laia Manzanares, que considera que “lo que no se nombra no existe, que caigan todos, que se pongan ya nombres y apellidos y que la gente se haga cargo de lo que ha hecho, que esta impunidad con la que se han manejado los abusos de poder, sexuales y de todo tipo se terminen y que el miedo cambie de bando”.

Sobre cuánto de machista o de patriarcal ha sido y es el sistema teatral, Anna Serrano Gatell sostiene que, “en relación al género, es evidente que hay una clara jerarquía de los hombres en relación a los puestos de poder. Yo, como directora, ahora tengo un puesto de poder en relación a mi equipo, pero he trabajado mucho como ayudante de dirección de muchos directores y siempre he recibido buen trato, he tenido muy buenas experiencias, pero es verdad que hay comportamientos en los ensayos, en cómo gestionas un equipo o cómo te colocas frente a un espectáculo en los que yo muchas veces he tenido que decirle al director, oye, esto que estamos diciendo no está bien o esta actriz está insegura. Unos cuidados que para mí están implícitos y que muchos hombres de cierta generación no tienen o no se preocupan de tenerlos”.

A sus 32 años, Serrano Gatell tiene ya una larga trayectoria como creadora y es la responsable de la programación de la Sala Beckett pero, a pesar de su experiencia, concluye: “Yo me encuentro aún como si tuviera que estar remando a pesar de haber empezado a trabajar en el teatro con 17 años. Hay algo ahí como de estar siempre pidiendo permiso, con esa presión de tener que ser la mejor porque si no, no me van a acoger o no me van a proponer, y yo esto lo noto muchísimo en nuestro entorno”.