Incesto
Neige Sinno: “Según las estadísticas, en mi círculo de amigos hay violadores”
La escritora Neige Sinno narra una infancia marcada por los abusos de su padrastro en 'Triste tigre', donde analiza el origen y los rostros del mal y cómo convivimos con el horror
Leticia Blanco
Leticia BlancoCoordinadora de Cultura y Ocio
Periodista de la sección de cultura. He trabajado en El Mundo, donde coordiné durante una década el suplemento de cultura emergente Tendències.
¿Qué sucede en la cabeza de alguien que viola a una niña de siete años? Nada en la sonrisa y la luminosa mirada de Neige Sinno (Vars, 1977) remite al horror que vivió entre los siete y los 14, cuando fue abusada por su padrastro. Lo cuenta en ‘Triste tigre’ (Anagrama), una sofisticada mezcla de ensayo, experimento literario y memoria de lo inenarrable. El libro ha vendido más de 300.000 ejemplares en Francia, un país todavía en shock por el caso Pelicot que lleva años enfrentándose al tabú del incesto y el abuso de menores a través libros como los de Vanessa Springora y Camille Kouchner. El de Sinno es harina de otro costal: trasciende lo testimonial y lleva al lector a lugares (complejos, valientes, audaces e incluso provocadores) que van mucho más allá de lo estrictamente autobiográfico.
El libro está escrito desde una franqueza absoluta.
No es un diario íntimo. Es algo más construido que sincero. Hay un pacto de honestidad con el lector porque es no ficción. Lo he escrito como si pensara en voz alta, buscando un lugar donde se mimeticen lo interior y lo auténtico. Pero la autenticidad es una construcción también, no es algo natural. Lo que intento es apelar a la inteligencia del lector, no dejar que olvide que está leyendo algo.
Al principio del libro afirma: “Me daría asco curarme a través de este libro”. ¿Por qué?
El asco es algo que me parece interesante porque está asociado a lo intuitivo y yo escribo a partir de intuiciones. De hecho, las asociaciones de víctimas usan el asco para detectar cosas que no se pueden decir, porque los niños muchas veces no pueden hablar de lo que les ha ocurrido. Les preguntan: ¿hay alguna persona que te ha hecho algo que te dé asco? El asco es una noción muy extraña, vaga, una señal de lo pantanoso.
¿Entonces no escribe para sentirse mejor?
El libro es un proyecto intelectual, estético. Escribí intentando aplicar eso que Piglia definió como inteligencia fría. Si no me siento mejor al final, no pasa nada. Mi propósito no es ese. Creo que es algo que tiene que ver con mi orgullo y con todo el esfuerzo que he invertido en sacar adelante el libro. Me parece reductor pensar que sea un objeto transicional. Mi meta es más importante que eso. Pero no quiero juzgar a otros que tengan esa meta porque es válida. Hay una frase de David Foster Wallace que me gusta mucho: el arte da sentido y el sentido es poder.
Pobre Gisèle Pelicot, que va a ser de ella después de todo esto... No es fácil
Su abogada opina que sigue habiendo los mismos abusos que antes, solo que ahora se denuncian más. En el libro describe el “clima predatorio” de su infancia. ¿Eso la ha ayudado a encontrar un por qué?
Como víctima, siempre te preguntas: ¿por qué a mí? Una hipótesis es que nadie me protegió. En mi caso, mi madre se separó de mi papá, así que nadie me cuidó mucho, estaba un poco ‘suelta’, pero eso no justifica nada. Hay muchos niños que son presas fáciles. ¿Por qué viola el violador? Porque puede, porque sabe que no le va a pasar nada y que el niño no lo va a denunciar. Como víctima nunca puedes dejar de hacer hipótesis. Es algo que nunca voy a resolver, nunca sabré realmente por qué yo, por qué así, ni él lo sabe. Es ahí donde quería llevar a mi lector, a ese proceso mental obsesivo y paranoico. Porque así son esas cosas, así funciona el trauma.
¿El trauma siempre regresa?
Hay gente que lo tapa y lo pone en un rincón y pasa a otra cosa. En mi caso no es así. Tuve momentos en mi vida en que escribí sobre otras cosas. Pero luego me entero de que violaron a la hija de una amiga y vuelve. Siempre me ha parecido muy raro esto del pasado. No hay pasado. Me parece interesante Annie Ernaux, que dice que si no escribe sobre ciertas cosas siguen ahí pendientes, como su aborto o la violación, a la que ella no llamaba violación. Hasta hace dos años no dijo ‘pues sí, fue una violación, fíjate’, porque nunca la vivió así.
¿Cómo ha vivido el caso Pelicot? Entre mujeres ha sido un tema de conversación, pública y privada, ¿cree que entre hombres también?
Creo que entre los jóvenes sí. Están cuestionando la masculinidad. A las firmas de libros muchos vienen a contar que fueron víctimas. Una víctima de cada tres es un niño. Es más tabú que el abuso de niña. Siento que es la próxima etapa, ojalá que nosotras no tengamos que hacerlo todo. El patriarcado no es un tema de mujeres, es un tema de todos, pero las mujeres son las que más hemos trabajado para cambiar las cosas. Ellos tienen que encontrar todavía su lugar en esta lucha. Y podrían retuitear más, sí. Sobre el caso Pelicot no he leído mucho. Me parece muy violento el trato mediático que se le ha dado a este caso.
¿Por qué?
Hacer de ella un portavoz cuando no era su plan, siempre enfatizando su dignidad… Presentándola como una buena víctima que hace la elección correcta de elegir un juicio público. Tiene un lado muy negativo construir en blanco y negro. Una buena víctima significa que hay víctimas que no son dignas. O que si hubiera elegido un juicio cerrado la juzgaríamos por no querer ayudar a la sociedad. Veo una polarización ahí muy violenta. Cuando no hay complejidad, cuando todo es tan emocional, es peligroso. Pero, ¿cómo no va a ser emocional? Es un caso tan atroz. No sé, yo siempre soy lenta en procesar. Pobre Gisèle Pelicot, que va a ser de ella después de todo esto... No es fácil.
En todas las familias hay casos de abusos de niños. Lo que pasa es que no lo vemos
Son tantos los violadores implicados que llevaban vidas aparentemente normales que da vértigo. Es como si cualquiera que nos cruzamos por la calle, en el autobús o el supermercado, lo pueda ser.
Yo llevo toda la vida con esa doble mirada. Es como estar en un mundo esquizofrénico, porque yo tampoco puedo vivir pensando que en mi círculo de amigos hay violadores. Y los hay, según las estadísticas. Es imposible que no los haya. Y eso sí que te arruina un poco las ilusiones sobre la humanidad.
¿Cómo seguir entonces con una vida normal?
En todas las familias hay casos de abusos de niños. Lo que pasa es que no lo vemos. Es tremendo. Como si se derrumbara toda esa ilusión de civilización que tenemos, algo aterrador. En el libro intenté tener momentos de esa conciencia horrible y otros de distancia que nos permiten vivir. Ambos van y vienen todo el tiempo. Yo vivo desde siempre en esta paradoja mental. Somos seres muy raros.
¿En qué sentido?
Desde que nacemos, hay guerras. Y aún así seguimos viviendo como si no pasara nada. Hubo un tiempo en el que hubo un giro optimista en el periodismo, en el que figuras como Kapuściński perseguían la información, guiados por el supuesto de que las cosas cambiarían si la gente sabía. De los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial se supo después, por ejemplo. O las atrocidades de Vietnam. Pero hoy estamos viendo el horror en directo. Hay un desfase entre lo que sabemos y lo que hacemos.
Vivimos en la disociación.
Sí. Con el clima pasa igual. Pero yo también soy así, tengo mecanismos para poder ser feliz y olvidar lo que me pasó, para no estar todo el tiempo pensando y protegerme. No he leído mucho sobre Pelicot porque tampoco quiero flagelarme. Entiendo cuando alguien me dice que no ha leído mi libro por eso. Pero he intentado escribir el tipo de libro del que no hay que tener miedo. Es doloroso y cruel, pero la idea es que el lector no salga destrozado del viaje, sino con puertas que se abren para pensar por su cuenta. Diría que es hasta luminoso.
Lo es, aunque suene extraño decirlo.
Sí, es que pensar es algo bello. Y es algo que nos enaltece y construye nuestra dignidad.
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